25.9.11

Vuelta a casa

Voy caminando por la calle, sin exceso de motivos. Vuelvo a mi casa, después de trabajar. Me bajo del subte, locura en estado puro, vibración de muerte de alta densidad. Camino por la avenida, cruzo, sigo, doblo, espero, cruzo, sigo. Son cinco cuadras, no más. Sigo.
Un mendigo, tirado contra la puerta de entrada de un edificio. Ha pasado el umbral de la mendicidad, le falta un zapato. Tiene la barba con restos de comida, fideos quizás, o tuco. Sucesivas capas de ropa que ha ido adhiriendo a su piel para protegerse del frío. Un cartón de vino blanco, recién terminado, otro, de repuesto, para empezar.
–Una moneda, una moneda –ni se molesta en extender la mano, tampoco le interesa establecer contacto visual.
–No, no te voy a dar nada –me detengo, un momento–. Sos un desastre, y sos joven. No podés tomar vino todo el día, loco. Deberías bañarte, rescatarte un poco. Hacer algo, no sé. Laburar.
–Puta madre –digo también, no sé por qué. La ciudad se ha vuelto una especie de Bombay. Parás un segundo y sale alguien de abajo de una baldosa y te pide plata. Antes no era así. Está todo mal.
Sigo caminando.
–Dame la plata, loco, porque te mato acá –es un muchacho, gorrita con visera, pantalón largo adidas, orejas al más puro estilo Carlos Monzón. No sé de dónde salió, de atrás de un árbol. Olvidé decir que me está apuntando con un revólver, quizás un .38 corto, bastante viejo, con la contundencia original.
–Pará, no me hagas nada –saco la billetera–. ¿Me dejás sacar los documentos?
Niega con la cabeza. Se guarda mi billetera en un bolsillo de su campera de jean con corderito.
–Dame el celular –se lo paso– ¿Qué tenés? Dame el reloj. ¿Tenés algo más?
–No –dije. No puedo dejar de mirar el arma.
–Bueno, gil, rajá de acá –sonríe, se ve la sonrisa por debajo de la gorrita–. Andá. Agradecé que no te pego un tiro, por la cara de boludo que tenés.
Me voy. Apuro el paso. Llego a la esquina. Doblo. Subo a mi departamento. Estoy bastante agitado por el susto. Estoy mal.
A la semana siguiente. Vuelvo del trabajo. Hago el mismo camino. Como cualquier bestia de carga, la fuerza de la costumbre.
Está el mendigo. Ahora le faltan los dos zapatos. Se acumulan, a sus pies, junto a un enroscado y sarmentoso perro, los cartones vacíos de vino.
–Una moneda, una moneda –dice.
–Sí, cómo no, señor –saco de mi billetera nueva, un billete de cincuenta pesos, dos de veinte, uno de diez. Se los doy. No entiende, agarra pero todavía no entiende, ensaya una sonrisa de dos o tres verdosos dientes. Se pasa una mano por la cara para despejarse, no puede creer lo que está sucediendo–. Tenés que comer algo, también. Si no te va a hacer moco el vino. ¿No tenés frío? ¿Querés que te traiga un par de zapatillas? Si estás descalzo no vas a aguantar. Mañana paso.
Le doy una palmada en un hombro, sonríe otra vez y me hace el saludo hindú (namasté), sigo.
–Dame todo lo que tengas, loco –es el pibe, el ladrón de la otra vez. Se cambió la gorrita, usa una gorrita verde, ahora. El revólver es el mismo–. Dame plata o te quemo de una.
–No –le digo–. No te voy a dar nada. Sos un protoplasma, una rata de quincho, sos todo lo malo de este mundo, un genético error. Te voy a arrancar una de esas orejas de chihuahua que tenés de un mordisco, y después te voy a meter el revólver en el culo, pendejo.
Me pegó un tiro. La bala entró a medio centímetro de la aorta. Los médicos dicen que me salvé de casualidad. Algún vecino llamó al 911, si no me moría ahí tirado en la calle. Tengo para una recuperación de seis meses como mínimo.
No, no hay moraleja. Pero si hubiera moraleja quizás sería que a veces conviene ser como sos, seguir siendo como sos. No inventes nada, para qué vas a improvisar.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bueno... y sí, mejor que si te bajan de un tiro, que sea a vos y no a un alter-vos.
Te regalo una moraleja. Una estadística de posta: si dos personas caen en el hospital heridos por causa de un delito (uno es delincuente, el otro no), el chorro se recupera y la víctima muere. Mi teoría es que no lo mató el delito, lo agarró débil porque era el que laburaba todos los días :-P

yaz! dijo...

me gusto.maldita realidad,pero me gusto.
mis mas sinceros saludos.

LaLa dijo...

claaaro como uno se puede atrever así porque sí, improvisar, no sr.
Quizá tenga exito uno en la vida y le pueda salir un jazz, y a otros un paf!, pero la vida esta llena de hermosuras así como diría mi querido Cortázar, y otras no tanto...

Yoni Bigud dijo...

La búsqueda incesante de esas simetrías en la vida cotidiana suele dejar heridas profundas. La de bala no es muy común, vea, pero si algo que todos sabemos es que cualquier cosa puede ocurrir cuando uno improvisa un procedimiento. La chatura es y será siempre el refugio más seguro.

Un saludo.

Anónimo dijo...

Pelotudo te decían :|
De onda igual. :|

Libelula de Acero dijo...

Felicitaciones por la Oblogo! Y página principal es lo que este blog merece. Brindo!

Laura. dijo...

Es por la culpa de vivir en esta idiocracia,de poder quitarte todo siendo un don nadie.

J. Hundred dijo...

*tecontaretodo! respecto a su moraleja. usted habrá visto, cada tanto, muestran al señor keith richards en algún programa de televisión, y se hace alguna mención a su ajetreada vida, plagada de excesos. pues bien, cuando uno ve a un oficinista de más de 60 años, se da cuenta que no hay nada en este mundo que haga más daño que trabajar.

*yaz!! 1saludo.

*lala! también dijo cortázar, en una ocasión, ‘alcanzame el azúcar’. se lo dijo a un mozo, en un café de paris.

*yoni bigud! por lo general, la gente opta por la chatura, pero no hay nada estratégico allí. se trata, tan solo, de hacer lo que mejor les sale. un saludo.

*

*libélula de acero! te llevo para que me lleves, hubiera dicho el superior cerati. brindemos, hagamos un respetuoso silencio.

*laura! que nos vaya bien a todos.

Dany dijo...

Si señor. Para que andar cambiando la cara de boludo que nos pertenece!
Un abrazo!