15.6.11

Dios está en todas partes

–¿Usted es creyente?
La pregunta me sorprendió, claro, no la esperaba, aunque podía venir, seguro que podía venir, esas cosas me pasan todo el tiempo.
Me subí al taxi en Sucre y Libertador, debían ser como las dos de la mañana. Iba para Almagro, hacía un frío del carajo, de esos fríos que ya no se fabrican, esos fríos que te hacen acordar a cuando eras chico y tenías que ir al colegio a las siete de la mañana con un frío que te partía los dedos y capaz que te comías el turrón más duro del mundo y eras feliz igual.
Me habían invitado a cenar, a la casa de Martín. Una cena para ocho o diez personas, una tallarinada. Iba a estar Mónica, y aunque nos habíamos peleado hacía mas de tres años, cuando nos encontrábamos, con Mónica, íbamos a coger, era inevitable. Pura piel.
Pero resultó que Moni se había puesto de novia y se quería portar bien. Me estoy portando bien, me dijo. Así que terminó la cena, saludé y me fui algo contrariado, lo admito, como cuando el hombre araña descubría que se había quedado sin telaraña para tirar, como cuando superman levantaba la manito, el puño, pero descubría que no podía volar. Se escurren los poderes, se evaporan los dones, se pierde la magia. Si yo supiera escribir, si algún día llegara a escribir, ponele, un libro de poemas, se va a llamar ‘Perdiendo la magia’. Anotá.
–Sí, en algo creo –dije sin dejar de mirar por la ventanilla, me froté las manos. Casi nunca estoy para una discusión teológica (con lo terrenal suele alcanzar), pero mucho menos cuando alguien que solía considerar como una de las actividades más interesantes del planeta coger conmigo, me dice que no, que no quiere coger conmigo. Son las dos de la mañana, tengo una botella de un digno malbec encima, hace un frío del carajo. ¿Yo que sé si Dios existe? Tampoco sé si Batistuta y Crespo podían jugar juntos. Hay muchas cosas que no sé, me vas a tener que disculpar.
–Claro que cree –el taxista me miró por el espejito retrovisor, del espejito colgaba, enroscado, al espejito, un rosario–, se nota que usted cree. Está confundido, eso es todo. A veces nos confundimos, pero después el universo se acomoda. Dios está en todas partes.
No iba a haber forma de evitar la conversación. Decidí colaborar lo menos posible, no decir casi nada.
–Sí, Dios está en todas partes –dije.
–Es nuestro señor que murió por nosotros, por nuestros pecados, y nos perdona, nos vuelve a perdonar, su capacidad de perdón es infinita, su perdón nos alimenta, nos muestra que no importa lo que nos pase, siempre se puede volver a comenzar –era muy flaquito, usaba un pulóver color bordó, seseaba, hablaba muy fuerte, su voz era aguda, una voz de canario, de ave, pensé, y apretaba el volante con excesiva fuerza–. Siempre hay posibilidad de redención, no importa lo que se haya hecho, como si uno pudiera en cualquier momento hacerse un buche de redención, eso es lo hermoso del asunto. Muy hermoso.
–Sí –dije. Había estampitas, pegadas en distintos lugares. San Expedito, junto al velocímetro, una del Padre Pío, en el respaldo del asiento del acompañante, o sea frente a mí, una de San Jorge y el Dragón, sobre la tapa de la guantera. Había más.
–Dios es amor –dijo el taxista–, es un amor tan grande que somos incapaces de poner en palabras, de cuantificar. Es una catarata de amor cayendo sobre todos nosotros, un mar de amor, un tornado de amor, una galaxia de amor.
–Sí, es amor –dije. Todavía no habíamos llegado a Juan B. Justo. Tenía ganas de darme una ducha, de tomar un whisky, de fumar.
–Uy –nos pasó un Peugeot 207, innecesariamente cerca. No había muchos autos en la calle, el Peugeot se cruzó de derecha a izquierda, y hasta pareció que tocaba el freno, apenitas, cuando se puso delante de nosotros antes de abrirse más a la izquierda, para molestar. Tenía una especie de filamento azul de luz, que bordeaba la parte inferior del paragolpes, un luminoso efecto que jorobaba la vista. Vidrios polarizados por supuesto levantados, y aún así atronaba la música. Nos agarró el semáforo. Sonaba como reggaeton.
–Un segundo, por favor –dijo el taxista–. Ya vuelvo.
Bajó del auto. Al bajar, tomó una estampita que tenía sobre el asiento del acompañante. Caminó con lentitud hasta el Peugeot, llevando la estampita en alto, sosteniéndola con dos dedos. Golpeó el vidrio del auto, dos veces, apenas. Esperó, el taxista, esperó más. Pero la ventanilla del conductor no se bajó. Alzó la estampita aún más, exhibiéndola, como si fuera una especie de árbitro de la vida y estuviera, mediante la estampita, aplicando una amonestación. Educando, instruyendo, transmitiendo la divina palabra, curando de todo mal. Era algo peculiar, lo admito, su convicción. Original, inclusive. Ya casi no pasa nada original, nos hemos ido acostumbrando a todo. Vivimos de berretas repeticiones, las cosas originales se dejaron de fabricar.
Sacó un arma, el taxista. Un .38 corto que llevaba en la cintura, oculto bajo el pulóver. Y tiró, cinco tiros, contra la carrocería del Peugeot, contra los vidrios. Hubo ruido, mucho ruido, estampidos, el ruido del vidrio delantero haciéndose añicos. Hubo gritos, también, desgarradores gritos de dolor. Desde alguna parte, un perro comenzó a ladrar.
–¡Rajemos, rajemos! –dijo el taxista, entró corriendo al auto. Tiró el arma al piso, arrancó haciendo chirriar los neumáticos–. A veces la gente no entiende.

7 comentarios:

Alelí dijo...

Lo leí, lo degusté como si fuera un brut nature y la pasé bárbaro.

eso.

Yoni Bigud dijo...

Es que Dios también tiene su grupito de pedagogos. Nos ama, sí. Con todo su corazón, no le quepa la menor duda. Pero como usted bien señala, como el taxista bien señala, la gente a veces no entiende.

Otra joya le salió. Le vienen saliendo varias.

Un saludo.

Dany dijo...

Si si, otra joya como dice el amigo Bigud. Creo que si Dios existiese, a esta altura utilizaría mercenarios para ordenar a los más revoltosos. Y los taxis son un buen lugar para camuflarlos. El diablo tendrá los suyos también, los que empiezan con: "Yo no tengo nada con la democracia pero con los milicos estábamos mejor". Abrazo.

Jorge dijo...

Dios escribe derecho sobre líneas torcidas ,... o el Demonio metió la cola... a ese tachero conviene dejarle propina, bajarse y tomar el metro bus o lo que sea...
Atte/

J. Hundred dijo...

*alelí! soy mucho más brut que nature, pero no deja de ser toda una novedad. que se la puede pasar bárbaro, conmigo, digo.

*yoni bigud! a veces leo algo de lo que escribí, y pienso ‘cómo me gustaría poder escribir como yo’. lo que quiero decir es que siempre encuentra uno con qué mortificarse. un saludo.

*dany! dijo el filósofo rumano, el señor emile ciorán, aquello de ‘lo que no es desgarrador, es superfluo’. como lo debe haber dicho en rumano, debe entonces, haber dicho algo más o menos así: lu ku nu us dusgurrudur, us supurflu. un saludo.

*jorge! mire, hay gente que se ha tirado en paracaídas, hay gente que ha nadado con tiburones en algún cálido mar del caribe, hay gente que se ha enfiestado con tres prostitutas africanas prácticamente, de tan negras, azules. pero no viviste nada hasta que no vaciaste el cargador de una glock .40 contra un automóvil. con gente adentro, por supu.

Mr. Kint dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
J. Hundred dijo...

*mr. verbal kint! amén.