5.1.11

Cagó Mariano

El abuelo de Mariano era un hombre de pocas palabras. Quizás porque no entendía mucho el idioma, no había aprendido a hablarlo, mucho menos a leerlo. Compraba el diario para luchar un poco con los titulares, miraba las fotos.
Tampoco se lo podía culpar de nada. Era un polaco bruto, escapado de la invasión alemana por los pelos, un hermano lo había metido en un tren y logró salvarlo. Conoció a una mujer en el barco, y se casó apenas pisó la Argentina. Gente feliz de poder tomar un café o comer una naranja, habiendo escapado del hambre y de la guerra. Fuertes como toros, trabajadores con ganas de forjarse un porvenir, en una Argentina que era pura potencialidad, antes que todo se fuera a la mierda para nunca más volver.
El asunto es que el abuelo de Mariano se enfermó del corazón, fue dejando de trabajar, iba al café a jugar al dominó con los amigos, cascarrabias, se quejaba de un mundo que no entendía, veía crecer a sus nietos. Finalmente se murió.
Había logrado ahorrar dinero, después de veinte años de trabajo, el abuelo de Mariano. Dejó un par de departamentos, un reloj de oro, un plazo fijo en un banco, a nombre de sus tres hijos.
Lo que no dijo, el abuelo de Mariano, fue que prolijamente, además de ir viviendo, había ido guardando cierta cantidad de efectivo. Dólares. Si hubiera vivido en una casa, los hubiera enterrado en el jardín, como sin dudas le hubiera aconsejado su padre. Pero vivía en un departamento, en Villa Crespo, el abuelo de Mariano.
Lo que había hecho, el abuelo de Mariano, sin decirle a nadie, fue ir envasando el dinero, al vacío, para ponerlo luego en el tanque, detrás del botón, la cadena, donde está el agua del inodoro. El dinero, los fajos, flotaban en el depósito de agua. Una magistral idea.
Pero el abuelo de Mariano se murió un día sin avisar, como se suele morir la gente, sin decir nada, nada respecto a esos ahorros, al efectivo.
Por circunstancias, por situaciones, por esas cosas que pasan, Mariano tuvo un traumático divorcio, con crisis y amenazas y una mujer que trató de apuñalarlo mientras dormía. Finalmente, tratando de juntar los pedazos que le permitieran continuar con algo parecido a una vida, Mariano terminó viviendo en el departamento de su abuelo, que el papá de Mariano había alquilado durante años a gente conocida de la familia. El padre de Mariano tenía la certeza que Mariano era un pelotudo, pero además tenía la certeza que Mariano era su hijo. Así que le prestó el departamento, a Mariano, el departamento que le había dejado a su vez su padre. Mariano prometió que pagaría un alquiler ni bien lograra enderezar un poco la precaria canoa de su existencia.
Y Mariano, un domingo cualquiera al poco tiempo de haberse mudado, después de desayunar, todavía deprimido por lo que le había venido sucediendo, con el suplemento deportivo del diario en las manos, tuvo deseos de cagar. Fue al baño.
Cagó, Mariano, intensamente, con esa particular melodía que tienen los imperativos categóricos.
Soltó la cadena, Mariano, y se le ocurrió mirar, para abajo, porque le pareció que el inodoro quizás estaba un poco atascado, un viejo departamento en un todavía más viejo edificio, azulejitos celestes en el baño, azulejitos de un pálido amarillo en la cocina, azulejitos por todas partes como para ponerse a llorar toda una vida.
Vio entonces, Mariano, que entre la mierda flotaba dinero. Húmedos y al mismo tiempo relucientes billetes de cien dólares, entre los más o menos familiares soretes de su autoría. Más soltaba la cadena Mariano pensando que había enloquecido por completo, más billetes aparecían.
Se le ocurrió pensar, a Mariano, que el universo mismo le estaba dando otra oportunidad, que todo aquello debía tener un tan enigmático como profundo significado. Por que lo primero que pensó Mariano fue que los billetes los había cagado él. Mientras sacaba los billetes del inodoro, de a uno, con dos dedos, y los lavaba en la pileta para inmediatamente después secarlos con un repasador y alinearlos sobre el piso de la cocina, Mariano pensó que tenía que hacer algunos cambios, algunos ajustes. Con la milagrosa y desde ya algo singular capacidad adquirida le sería posible armarse, seguir adelante, comenzar una nueva vida.

9 comentarios:

Dany dijo...

Repetirá la misma comida de por vida? En porciones mas chicas los billetes pasarían a ser de 50 o aún de 10? Me voy al baño, tal vez me cambie la vida. Después le cuento.

Anónimo dijo...

Andá a cagar Mariano.

Violeta M. Uría

PD: ah, clap, clap, clap

gamar dijo...

Pierde sentido el reto para los que despilfarran dinero.

Yoni Bigud dijo...

Suerte para Mariano (digo yo asumiendo que su padre tenía razón en pensar de él lo que pensaba) que no tendrá tiempo de gastar todo ese dinero antes de la próxima deposición.

Entonces, al no ver los billetes de cien, pasará algunas semanas revolviendo entre los soretes con la esperanza de hallar pepitas de oro, o algo de valor.

Luego llegará la desilusión, y comprenderá que la nueva oportunidad es una sola. No infinita. Que no puede pasar la vida haciendo cagadas y esperando que sus problemas se resuelvan por arte de magia.

Un saludo.

Jorge dijo...

Que relato!
Donde la mierda huele distinto, la historia pasa por el culo sin ser degradada, y la familia no lo caga como siempre...
Gracias!
Atte/

Anónimo dijo...

que se yo, quizás valga la pena revolver la mierda propia o la ajena, por unos billetes, o por muchos, todos bailan, como el mono, todos se transforman. Yo no miro pa' bajo cuando cago, quizás me pierda de cosas, quizás lo prefiera.

J. Hundred dijo...

*dany! usted, no contento con el milagro, pide que mariano aprenda a cagar con cambio. no hace falta que me cuente nada, tómese su tiempo.

*violeta m. uría! quizás algo excesivo de su parte.

*gamar! lo vemos.

*yoni bigud! resulta de lo más relevante, dentro del fragmento, que mariano piense que en un futuro inmediato, por el metódico hecho de ir a cagar, se le solucionarán todos los problemas. un saludo.

*jorge! usted hace una mención que se me había escapado. y es que en estas mustias playas, gracias a mi insólita impronta, hasta la mierda huele distinto

*caia! que nos vaya bien a todos.

Mr. Kint dijo...

Ya nada será lo mismo cuando alguien lo mande justamente a cagar. De todas maneras, tamaña fisiológica anomalía lejos está de ser una nueva vida. Tarde, Mariano. Cagaste.

Menos mal que el abuelo dejó dólares, hay quienes han encontrado una escondida herencia piamontesa en pesos ley 18.188
Saludos

J. Hundred dijo...

*mr. verbal kint! coincido, creo, con usted. después de mi precario texto, quedará la duda si cuando alguien te manda a cagar, no te está deseando lo mejor. 1saludo.