A mi amigo A. el médico no lo ve bien. Del corazón. El médico le mira el corazón y le dice ‘no lo veo bien’. Al parecer el corazón late un poco, para un poco, acelera, frena, arranca, en fin. El corazón, en lugar de comportarse con la metódica mezcla de aburrimiento y solvencia que cabe esperar de un corazón, tira gambetas, hace chistes, corre en slalom. No corresponde.
El médico le recomienda a mi amigo A. que practique algún deporte.
–¿Qué deporte? –dice A., a quien lo único que le interesa desde que tiene uso de razón es el dinero, no practica ningún deporte más que contar, justamente, dinero. Tiene el dedo índice desarrollado, vigoroso, enhiesto, y el resto de su anatomía hecha pelota.
–No sé –dice el médico. El médico es japonés. Algo mugriento, enjuto, come una anchoa por día y no mucho más. A veces cambia la anchoa por una sardina, y toma té–. Ande en bicicleta.
Mi amigo A. se compra una bicicleta. Una buena bicicleta, todo terreno, con cambios y frenos especiales y butaca ergonómica para el culo, o sea que la butaca, el asiento, es algo así como ‘culonómico’. La bicicleta es de un amarillo que aturde.
El asunto es que A. se compra el casco que usan los ciclistas, y los guantes con los deditos cortados, y rodilleras también. Se podría decir que A. está equipado. Se podría decir que A ha encarado el tema, el tema de andar en bicicleta, con la seriedad del caso.
Es domingo. A. sale a andar en bicicleta. Vive en el barrio de Once. Se va pedaleando para el lado de la Recoleta, para la zona de la facultad de derecho.
Deben ser las tres de la tarde, y el clima es agradable. Poca gente, algo de sol. A. va pedaleando, despacio, pensando en sus cosas, mientras mueve su corazón. Por la zona de la facultad de derecho hay más gente, trotando, caminando, andando en bicicleta. Hay gente sentada fumando, gente en pareja, o en grupos de tres, tomando mate.
De pronto, a su lado, al lado de A., hay un sujeto que trota, en la misma dirección. El sujeto trota bastante rápido, y A. pedalea bastante despacio, lo que hace, lo que logra por abstrusas leyes de la física, que ambos sujetos se desplacen a la par.
El sujeto, el que trota, lleva una remera naranja, lentes espejados, gorrita con visera. Saluda a A., levantando por un instante un dedo índice. A. asiente con la cabeza, respetando tal vez ignorados códigos de secretas camaraderías deportivas.
Entonces el sujeto, el sujeto que corre, en una tan repentina como estudiada maniobra, empuja de costado, a A., con ambos brazos, y con todas su fuerzas. A. se limita a volar, de costado, cae o quizás se va desarmando, lejos de su bicicleta. Lejos de sus anteojos, también. Olvidé decir que A. usa anteojos con bastante aumento, sobre todo del ojo izquierdo.
Está en el piso, A., se ha raspado feo contra el asfalto. Sangra de una rodilla. Se ha golpeado fuerte la cadera. Lo que ve, desde el piso, es como otro sujeto, más petiso y más bajo que el que corría a su lado, se sube a la bicicleta y sale disparado hacia atrás de la facultad de derecho. Un tercer sujeto, gordo y con la cara picada de viruela y unas descomunales orejas, se acerca a A. como si fuera a ayudarlo para que A. pueda volver a levantarse. Pero no lo ayuda. Tiene un cuchillo, y le tira un puntazo, al pecho, directo. A. alcanza a poner su antebrazo entre el cuchillo del gordo y el pecho propio. Siente un dolor en el antebrazo muy agudo, un dolor que empieza a quemar, quema.
Hacia atrás, al piso otra vez, A. siente que vuelve a caer. El sujeto gordo se sube entonces a un automóvil donde lo aguardan dos personas más, un Renault 12 destartalado, que alguna vez fue azul.
El primer sujeto, el sujeto que corría a la par de A., le da un infernal pisotón a los anteojos de A.
–¡Sh! –le dice, con el mismo índice que utilizó para saludarlo, ahora sobre los labios como una dulce enfermera. El sujeto sigue trotando por Figueroa Alcorta.
Al rato, A. logra presentarse en la comisaría del barrio.
–¿Le robaron la bicicleta y le hicieron ese corte? –El policía de uniforme escribe en una computadora con monitor de fósforo naranja, escribe con dos dedos–. Tiene suerte, la sacó regalada.
Desde entonces, A. fuma dos atados de Parliament por día. Dice que se siente mejor que nunca.
El médico le recomienda a mi amigo A. que practique algún deporte.
–¿Qué deporte? –dice A., a quien lo único que le interesa desde que tiene uso de razón es el dinero, no practica ningún deporte más que contar, justamente, dinero. Tiene el dedo índice desarrollado, vigoroso, enhiesto, y el resto de su anatomía hecha pelota.
–No sé –dice el médico. El médico es japonés. Algo mugriento, enjuto, come una anchoa por día y no mucho más. A veces cambia la anchoa por una sardina, y toma té–. Ande en bicicleta.
Mi amigo A. se compra una bicicleta. Una buena bicicleta, todo terreno, con cambios y frenos especiales y butaca ergonómica para el culo, o sea que la butaca, el asiento, es algo así como ‘culonómico’. La bicicleta es de un amarillo que aturde.
El asunto es que A. se compra el casco que usan los ciclistas, y los guantes con los deditos cortados, y rodilleras también. Se podría decir que A. está equipado. Se podría decir que A ha encarado el tema, el tema de andar en bicicleta, con la seriedad del caso.
Es domingo. A. sale a andar en bicicleta. Vive en el barrio de Once. Se va pedaleando para el lado de la Recoleta, para la zona de la facultad de derecho.
Deben ser las tres de la tarde, y el clima es agradable. Poca gente, algo de sol. A. va pedaleando, despacio, pensando en sus cosas, mientras mueve su corazón. Por la zona de la facultad de derecho hay más gente, trotando, caminando, andando en bicicleta. Hay gente sentada fumando, gente en pareja, o en grupos de tres, tomando mate.
De pronto, a su lado, al lado de A., hay un sujeto que trota, en la misma dirección. El sujeto trota bastante rápido, y A. pedalea bastante despacio, lo que hace, lo que logra por abstrusas leyes de la física, que ambos sujetos se desplacen a la par.
El sujeto, el que trota, lleva una remera naranja, lentes espejados, gorrita con visera. Saluda a A., levantando por un instante un dedo índice. A. asiente con la cabeza, respetando tal vez ignorados códigos de secretas camaraderías deportivas.
Entonces el sujeto, el sujeto que corre, en una tan repentina como estudiada maniobra, empuja de costado, a A., con ambos brazos, y con todas su fuerzas. A. se limita a volar, de costado, cae o quizás se va desarmando, lejos de su bicicleta. Lejos de sus anteojos, también. Olvidé decir que A. usa anteojos con bastante aumento, sobre todo del ojo izquierdo.
Está en el piso, A., se ha raspado feo contra el asfalto. Sangra de una rodilla. Se ha golpeado fuerte la cadera. Lo que ve, desde el piso, es como otro sujeto, más petiso y más bajo que el que corría a su lado, se sube a la bicicleta y sale disparado hacia atrás de la facultad de derecho. Un tercer sujeto, gordo y con la cara picada de viruela y unas descomunales orejas, se acerca a A. como si fuera a ayudarlo para que A. pueda volver a levantarse. Pero no lo ayuda. Tiene un cuchillo, y le tira un puntazo, al pecho, directo. A. alcanza a poner su antebrazo entre el cuchillo del gordo y el pecho propio. Siente un dolor en el antebrazo muy agudo, un dolor que empieza a quemar, quema.
Hacia atrás, al piso otra vez, A. siente que vuelve a caer. El sujeto gordo se sube entonces a un automóvil donde lo aguardan dos personas más, un Renault 12 destartalado, que alguna vez fue azul.
El primer sujeto, el sujeto que corría a la par de A., le da un infernal pisotón a los anteojos de A.
–¡Sh! –le dice, con el mismo índice que utilizó para saludarlo, ahora sobre los labios como una dulce enfermera. El sujeto sigue trotando por Figueroa Alcorta.
Al rato, A. logra presentarse en la comisaría del barrio.
–¿Le robaron la bicicleta y le hicieron ese corte? –El policía de uniforme escribe en una computadora con monitor de fósforo naranja, escribe con dos dedos–. Tiene suerte, la sacó regalada.
Desde entonces, A. fuma dos atados de Parliament por día. Dice que se siente mejor que nunca.
6 comentarios:
Si acaso hay algo peor que el ejercicio en sí, es el roce social que éste conlleva de manera casi obligatoria.
Dígale a A que haga como mi abuela, que cuando el diagnóstico del médico no la convence simplemente cambia de profesional hasta dar con uno que le recomiende lo que ella esperaría
eL DEPORTE ES SALUD, PERO NO EN bUENOS aIRES-
Maldigo a la tecla "Bloq Mayus"
Curiosas terapias alternativas la de estos orientales. "Propiciar una leve aceleración del ritmo respiratorio antes de recibir el cimbronazo de un buen susto; instante de percepción aérea antes aterrizar en el asfalto; fundamental derramar un poco de sangre" dirá el manual medicinal del nipón.
Nada mejor que una punzante amenaza para que el maradoniano corazón-firuletero abandone esos aires de rebeldía protagonista y retome la cadencia mecánica que corresponde con la función que le fue asignada. Asustarlo con un "¡¡¡a la cucha, mierda!!!", amenazando el golpe al hocico con el suplemento de espectáculos. Y luego, sí, uno ya puede retomar las actividades hedonistas, ya sea fumar un parliament o contar dinero.
No sé por qué repito, usted ya lo dijo... Y mucho mejor.
Saludos.
Debería haber probado con una bici fija!, eso además de evitarle problemas en la calle, le hubiera permitido poder seguir contando dinero!
*leO! no sé muy bien cómo decirle esto, pero su abuela me cae bien.
*gamar! sUcOmEnTaRiOeXuDaUnPaRtIcUlArInGeNiO.
*mr. verbal kint! sí, ya lo dije.
*matías! cada vez que paso por algún gimnasio que da a la calle, que el vidrio permite ver lo que sucede del lado de adentro, y lo que sucede del lado de adentro, por lo general, es gente corriendo en una cinta, o pedaleando en una bicicleta fija, bueno, no puedo evitar pensar en hámsters con sus correspondientes rueditas. agrego: siento una curiosa corriente de empatía hacia esos sujetos que se ven a través del vidrio, anhelando alguna mínima muestra de admiración mientras, reconcentrados, pedalean o corren. ignoran quizás que lo único que despiertan es algo parecido a la piedad. en lo personal, suelo participar de situaciones más o menos análogas, generar similares sentimientos, cuando fornico.
La abuela de LeO (primer comentario) es una genia!
Saludos.
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