10.2.10

Siete frascos

Eran siete frascos, los conté. Estaban sobre la mesa, uno al lado del otro. Frascos de un plástico algo ordinario tal vez, cada uno de un color diferente. El consultorio era uno de tantos, el número 3, pequeños compartimentos apenas separados por paredes de algo que no era cartón, pero tampoco era pared. Cada consultorio con su correspondiente número sobre la precaria puerta.
Te llamaban por el apellido, y decían a qué número de consultorio debías ingresar. Dijeron ‘Hundred, consultorio 3’.
Frente a mí, un muchacho jovencito, vestido con uno de esos uniformes de médico color celeste muy clarito, con una canchera hilera de botones no en el pecho, sino a un costado del cuello. Pero no tenía estetoscopio, no, porque no era médico en el sentido exacto. Estábamos en un centro de salud capilar, que también es salud, pero otra cosa. Tenía una lupa en la mano, el muchacho, y cada tanto la cambiaba de mano, o la hacía repicar sobre la metálica superficie del pequeño escritorio.
El muchacho tenía un pelo muy tupido, cortado bien corto, y usaba mucho gel. El rasgo determinante en él era, no por casualidad, su magnífico cabello. El cabello del joven apuntaba hacia lo alto, enhiesto, grueso, como diciendo ‘esto es posible, esta puede ser también tu realidad’.
–Tiene que lavarse la cabeza por etapas, usando estos productos –dijo el joven y suspiró, aburrido de tener que repetir la misma cantinela una y otra vez–. Lavarse la cabeza todos los días con estos productos, como complemento de la terapia de masajes.
Hice silencio y puse una circunspecta expresión. El tema exigía el máximo de mi atención, estaban en juego muchas cosas.
–El verde es un exfoliante natural del cuero cabelludo, elimina residuos de las sucesivas capas de sedimentación termogenética generadas por reacciones nerviosas, mala alimentación, tabaquismo. ¿Usted fuma?
–Sí –dije.
–El amarillo es para el tratamiento de la caspa y la seborrea, los dos grandes enemigos del bulbo capilar.
–Del bulbo, del bulbo –recité, para mostrar mi estado de concentración.
–Sí, porque el pelo es como pasto. Uso este ejemplo para que usted comprenda. El bulbo vendría a ser la raíz. Hay que cuidar la raíz. Es muy importante la raíz.
–Sí, la raíz –dije.
–El naranja es para el fortalecimiento del tallo, evitar el aspecto quebradizo que es la etapa previa a la caída. El rojo es el que estimula energéticamente y electromagnéticamente al pelo, posee henna egipcia y extractos de ginseng de las montañas del Tíbet, estimula la circulación y regula la serotonina capilar. El azul es para otorgarle suavidad y brillo, genera una fina capa protectora para que el cabello no sea agredido por factores contaminantes, smog, ondas gamma de alto impacto, ruido, lo que sucede en una ciudad hoy en día. El violeta es el que permite agrupar todas las propiedades, balancea el ph y encuentra sincronía entre el metabolismo del cabello y el metabolismo basal del cuerpo, para que el cabello esté armonizado con el resto del organismo. Es un poco difícil, al principio, pero vale la pena. Por si olvida la secuencia, los frascos tienen un pequeño número que le recuerda el orden en que deben ser utilizados. El mismo no debe ser alterado, eso es crucial para el tratamiento.
–Perdón –dije–, si no conté mal, usted me detalló seis productos, y sobre la mesa hay siete frascos. Faltó el frasco negro. ¿Para qué es el frasco negro?
Se entreabrió la puerta, justo en ese instante, y se asomó un sujeto. Algo mayor, con el mismo uniforme que el muchacho, sólo que llevaba abierta la casaca. El hombre era bastante calvo, ojeroso, tenía gafas de lectura colgadas del cuello, y todo el aspecto de estar recién levantado. Probablemente había pasado la noche bebiendo, se había quedado dormido en el consultorio de al lado. Emanaba un agrio sudor.
–El frasco negro es para cuando te canses de todo lo demás, flaco –sonrió–. Es para que te laves la cabeza rapidito y te busques algo para hacer. ¿No vieron por acá un diario? Necesito un diario.

6 comentarios:

Mauro dijo...

Dicen que Dios creó un puñado de cabezas perfectas y las demás las tapó con pelo.

Bueno, yo creo que es mentira, he visto unos cráneos espeluznantes, cabezas que parecen haber sido alcanzadas por el granizo, que parecen haber sido moldeadas como el jarrón de barro de la película Ghost, pero ningún shampoo puede remediarlo, hay que nacer de nuevo.

Jazmin dijo...

Yo creo que los pelos, en general, son resabios de anteriores estadíos. Digo, ¿tienen alguna función? No. Vamos evolucionando hacia la falta de pelo. Me encantaría haber nacido en una época donde no existiera ni la cera, ni la maquinita de afeitar, ni el peluquero.
Sé que la autoestima y la estética personal pasan por uno mismo (obviedad obvia, si las hay) y no por lo que los demás digan, pero a mí, los pelados, me parecen super sexies.

A la basura los siete frascos.

Matías dijo...

Cuando terminaste con todos los frascos, te quedaste sin pelo!
Saludos,

Yoni Bigud dijo...

El bulbo es afecto a los caprichos. Nunca serán suficientes frascos, y en ese marco, el de color negro es una sabia declaración de independencia.

Un saludo.

J. Hundred dijo...

*mauro! Dios creó un puñado de cabezas perfectas y tatatá. pero quizás usted recuerde, por ejemplo, al bueno de claudio pol haciendo el gol contra brasil, para luego reírse, y acomodarse el pelito en la vincha esa que parecía un piolín de pizza. lo que quiero decirle, mi estimado, es que un gol así jamás podría haberlo hecho un calvo.

*jazmin! la gente, por lo general, me cae mal, me atrevería a decir muy mal incluso, casi de inmediato. no alcanzo todavía a dilucidar el por qué, pero usted se viene demorando.

*matías! cuando terminás con todos los frascos, te das cuenta que sos un repelotudo, también. un saludo.

*yoni bigud! capricho de bulbo, lindo título para un libro de autoayuda. un saludo.

Federico Gauffin dijo...

Masajes capilares, mi amigo. Ese es el secreto.