Me encuentro con un amigo de la adolescencia. Lo invito a tomar una cerveza. L. empieza a hablar. Se acuerda de la vez que fornicamos once con la misma chica, y lo dificultoso que fue sortear el orden de participación en el evento. Se acuerda la vez que nos peleamos con un club de rugby de Tucumán, y cómo nos pegaban y nos seguían pegando, así que decidimos que lo único que podíamos hacer era correr, pero también corrían más rápido que nosotros, así que nos metimos al mar, vestidos, y empezamos a nadar, nadábamos muy bien, y nos quedamos flotando en el agua, bien adentro, con zapatillas y relojes y la poca plata en los bolsillos, esperando que amaneciera, haciendo chistes para ahuyentar a los tiburones. Se acuerda la vez que dije que iba a superar la marca de dieciocho whiskys de Dylan Thomas, pero al séptimo whisky me quise coger a su hermana y a su madre y a un simpático caniche y me desmayé y me desperté en el hospital a los dos días y pregunté qué pasaba.
–Bueno –le digo–. Contame cómo andan tus cosas.
No dice nada. Enciende un cigarrillo y mira por la ventana del bar, da una pitada y retiene el humo, como si le fuera posible dar una vuelta más en la deliciosa calesita del pasado.
–Bueno –le digo–. Contame cómo andan tus cosas.
No dice nada. Enciende un cigarrillo y mira por la ventana del bar, da una pitada y retiene el humo, como si le fuera posible dar una vuelta más en la deliciosa calesita del pasado.
1 comentario:
La deliciosa calesita del pasado...dejalo tranquilo... qué importa cómo van sus cosas... están hablando de otra cosa.
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