12.11.16

El hámster, el sapo


La historia es más o menos, siempre más o menos, así. Así es como la recuerdo.
Estábamos en la secundaria, escuela pública, de barrio, de otra época. Otra Argentina que ya no existe.
Segundo año. Ya no éramos chicos, pero todavía no éramos grandes. Se me paraba el pirulo pero no tenía muy claro qué hacer, no sé. Trece o catorce años.
Clase de biología. Nos querían mostrar los órganos del cuerpo, el corazón, el aparato circulatorio, el aparato digestivo. Íbamos a tener una clase práctica. Nos dijo la profesora de biología que íbamos a abrir un sapo.
Algo pasó, quizás los sapos estaban caros, o el que iba a traer el sapo dijo que al final no lo conseguía. La profesora dijo que se podía hacer, la clase, con un hámster. Era lo mismo.
Se juntó dinero entre todos. Se iba a hacer un sorteo pero no hizo falta. El encargado de comprar el hámster iba a ser Carrizo. Dijo que tenía una veterinaria al lado de la casa, iba siempre, lo conocían.
La vida continuaba por los carriles acostumbrados, mi mamá hacía milanesas, mi papá iba al trabajo.
Llegó el jueves, llegó la clase de biología. Carrizo había traído el hámster en una pequeña jaula. El hámster era muy pequeño y exoftálmico, blanco, con una mancha beige sobre el lomo. Carrizo nos dijo que cuando volvía del colegio lo soltaba para que caminara por el living de su casa. Le daba lechuga y pedacitos de manzana.
Faltó la profesora. Nos dijeron que se había sentido mal un familiar, de la profesora, su hermana. Las cosas se corrieron una semana.
Al lunes siguiente Carrizo nos dijo que había estado pensando y no iba a entregar el hámster, que ya se llamaba Felipe. Dijo que se había encariñado y se quería quedar con el animal, sus padres le habían dado permiso. Alguien le hizo una broma sobre lo difícil que iba a ser pasearlo con correa, y otro preguntó qué pasaba con la plata que habíamos juntado. Carrizo dijo que no tenía inconvenientes en devolver el dinero para que compráramos otro hámster, o un sapo. Sonó el timbre, teníamos clase de educación física, nos olvidamos.
Llegó el jueves. Carrizo trajo el hámster. Nos volvió a contar que le iba a decir a la profesora que se iba a quedar con Felipe. Sí, claro, no pasa nada.
Vino el recreo antes de la clase de biología. Nos miramos con Martín, ni lo pensamos. Lo sacamos, a Carrizo, con cualquier pretexto. Le dijimos que viniera con nosotros, que estaban repartiendo alfajores en la puerta del colegio, que había chocado un auto, que estaba la policía, y una ambulancia.
Mientras tanto, Horacio llevó el hámster y se lo dio a la profesora de biología que nos esperaba en el laboratorio. Fuimos para el laboratorio, Martín y yo, uno a cada lado de Carrizo. En el centro de la sala, sobre una plancha de madera, estaba el hámster, Felipe. Crucificado, abierto, como se vería quizás en esa escena de la película ‘el silencio de los inocentes’ pero no todavía, porque la película no se había filmado. El hámster colgaba, cómo decirlo, con los brazos en alto, clavado a una madera. Abierto justo a la mitad, de longitudinal manera. La piel del estómago desplegada hacia los costados, clavada con chinches sobre la madera a ambos lados del cuerpo. Para que se pudieran ver bien los órganos, las vísceras.
El asunto es que se desmayó, Carrizo. Antes de alcanzar a comprender la trampa. Cayó al piso, se vino abajo. Cuando volvió en sí, cuando despertó, quedó tartamudo. Para siempre, le costaba hablar, intentaba pronunciar una palabra y se le saltaban las lágrimas.
Al poco tiempo los padres lo cambiaron de colegio, nunca volvimos a saber de él. Cuando fuimos interrogados por el preceptor y luego por autoridades de mayor rango en el colegio, los alumnos declaramos que no entendíamos qué podía haber pasado. Carrizo había estado ese día de lo más normal. Debió haber tenido un ataque, algo de lo más raro.
Siempre recuerdo esa bellísima anécdota como algo que me transformó, a mí, de algún modo en adulto. Te diría incluso más que coger. Una experiencia, la que te conté, que mostraba el mundo que se abriría en breve antes nuestros azorados ojos. Todo aquello de lo que seríamos capaces.

7 comentarios:

Dany dijo...

Tremenda forma de asomarse al mundo adulto. Yo tengo otra anécdota.....distinta pero con asombroso parecido en la conclusión. Mi papel en el reparto, era el de Carrizo. Abrazo.

J. Hundred dijo...

*dany! puede que todos vayamos descubriendo, de algún u otro modo, que al entrar en la vida adulta nos vamos volviendo el hámster. lo abrazo.

Tamara dijo...

quien de todos tuvo la idea? cual era el objetivo? cada uno fue encaminando que roles se querrían jugar en la vida...usted haría lo mismo hoy Hundred?

J. Hundred dijo...

*alma! objetivo? el limitadísimo fragmento de mi autoría intenta contarle, for example, el nacimiento de la maldad sin motivo. y no, hoy no haría lo mismo. hoy le pediría disculpas, al hámster principalmente.
hace poco escribí un delicado poema, unos sentidos versos, permítame compartirlos con usted. la saludo con cariño.

en el cielo las estrellas,
en el campo las espinas,
y a veces durante el garche
se me cansa la gallina.

Tamara dijo...

jajajajajajajajajajaja hundred gracias por hacerme reir un rato! y usted me ha aclarado eso que no supe explicar, o que pense sin explicar y escribiendo pesimo...esta clara la maldad en si y sin motivo, y las disculpas se las merece todo ser vivo tanto el hamster como su compañero pobre humanidad mas alla de los prejuicios que todos tenemos

WOLF dijo...

Estimado: cuando tenía 15 años y cursaba el segundo año de la secundaria, la profesora de castellano nos dio para leer un libro llamado "El Señor de las Moscas" de William Golding.
Ese libro me hizo comprender, a edad temprana, que la maldad es innata en la mayoría de los miembros de la raza humana. Lo saludo

J. Hundred dijo...

*alma! le agradezco el sentido del humor. si se ofendía no le agradecía nada.

*wolf! está muy bien lo que hizo su profesora, y el libro desde ya. pero como decía un amigo mío cuando contaba alguna insólita anécdota que le había ocurrido durante su estadía en el colegio militar: yo te lo puedo contar, pero lo tenés que vivir. lo saludo.