6.8.16

Momento a momento, día a día


–Se ve que estaba fundido –dije, me paré bajo el umbral de la puerta de la cocina–. ¿Hace cuánto que estaba sonando el despertador?
Moni ya se había bañado, estaba en bombacha y remera, calentaba el café. Ni me miró. A la mañana estaba de mal humor, pero se le iba a lo largo del día. Como si a la mañana, los primeros cuarenta o cincuenta minutos de estar despierta, se le viniera encima todo lo que iba a tener que hacer hasta la noche. No le gustaba mucho su trabajo, pero a quién le gusta su trabajo. Quizás tampoco le gustaba mucho su cotidianeidad, por decirlo de algún modo, su vida.
Para la mujer tener hijos es un imperativo categórico, no importa las argumentales pavadas que pueda decir, a favor o en contra, al respecto. Tener un hijo justifica su precario paso por la tierra, además de permitirle tener donde volcar su existencial angustia. Tener un hijo mantiene a la mujer ocupada por quince años mínimo, y después, cuando recupera parte de la conciencia, ya está, ya es vieja. El tema se imponía cada vez más, entre nosotros, en cada pausa, en cada silencio. Qué íbamos a hacer con eso.
–No sabés lo que soñé –dije.
–Qué –dijo. Abrió la heladera, sacó la mermelada.
–Soñé que me perseguía un monstruo, algo horrible. Como si fuera una cucaracha pero gigante, más alto que yo. Y de pie, quiero decir, parado en dos patas. Le veía la panza, de un amarillo pálido con rayas negras, y movía las patas, varias patas como si fueran brazos, patas con dobleces y peludas, que terminaban en una especie de pinzas. Y corría rápido, la cucaracha, me perseguía.
–Bueno –dijo. Me sirvió café, se sentó, con sus galletitas–. Ya está, no es nada.
–No, pará –dije–. Después soñé que me caía, me caía de una torre muy alta, estaba fumando en un balcón y me empujaban. Yo caía, desde un piso cincuenta y siete. Caía y caía mirando el cielo, esperando el impacto que terminaría con mi vida y esa espera, justamente, era el más puro espanto. Una sensación tan angustiante.
–Bueno –dijo Moni. Tomé un sorbo de su té, pintó una galletita con mermelada, masticó–. Es un sueño muy común, la sensación de caída. Dura un par de segundos como mucho, está estudiado.
–Y después soñé algo más –probé el café. Estaba fuerte, estaba bien–. Soñé que me estaba cogiendo a tu amiga, a Miriam. Cogíamos y empezábamos a pensar cómo matarte, con veneno. Para poder seguir juntos, ella y yo. Así que ella tenía una amiga que trabajaba en una farmacia, y conseguía el veneno, para que yo te lo diera durante el desayuno. Estábamos enamorados como chicos, dispuestos a cualquier cosa.
Soltó la taza, Moni, hizo ruido cuando la dejó sobre el plato. Escupió unas miguitas mientras hablaba.
–Los sueños tienen mucho significado, Juan. Lo que me decís es muy grave.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Cada cual atiende su juego.
(Ya me dan ganas de conocer a Monica)

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Me despertó cierta curiosidad sobre Mónica, sobre todo luego de leer el primer comentario.
La preocupó el tercer sueño, es que los anteriores no la involucraban y además eran más alejados de lo que se considera real, sobre todo el primero.
Bien contado.

J. Hundred dijo...

*anónimo! usted dice dos cosas. ‘cada cual atiende su juego’, la respuesta es sí, claro. usted dice ‘me dan ganas de conocer a mónica’, la respuesta es mmm.

*el demiurgo de hurlingham! somos egoístas, de eso estamos hechos.

Anónimo dijo...

"Que justifique su precario paso por la vida"... No conozco sus historias, Hundred, no más de las que acá cuenta. Pero espero, que tenga la posibilidad de conocer una mujer que tenga para ofrecer mucho más que eso. Que las hay, se lo juro. Y una vez que la viste, no hay nada más que valga la pena.
Mientras tanto, entrega a Monica, vamos.