6.4.16

Rumba, salsa, mambo


Es ridículo, lo sé, y me avergüenzo. Pero llega un momento en que a uno le han sucedido tantas cosas que lo avergüenzan que, bueno, la vergüenza pasa a ser parte del paisaje. Una segunda piel.
Quería coger, andaba todo el tiempo con ganas de coger, no podía pensar en otra cosa. Y las ganas de coger suelen funcionar como una peste, una pus. Más ganas tenés de coger, más las mujeres perciben que tenés ganas de coger, y se apartan. No sé, pareciera que huyen de la necesidad, de tu necesidad, funciona así. Cada tanto me pasaba que no tenía ganas de coger, no tenía apetito, andaba preocupado, con mil quilombos en la cabeza, y las minas se me regalaban. Me decían ‘dale, por favor, no seas malo. Un ratito nomás, qué te cuesta’.
–Vamos a bailar salsa –me dijo mi amigo G.
–¿Eh? –Lo miré feo. Estábamos comiendo una pizza en Nápoles. Domingo a la noche. Cargando fuerzas para enfrentar la semana. Fugazzeta, una caricia de los dioses, una limosna del cielo para los desposeídos de esta tierra. Fugazzeta que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.
–No, ya sé –Me explicó G. No le importaba un pomo la salsa, ni la rumba, ni la cumbia. A quién carajo podía importarle la salsa, es como si te importara el reggae dos cuadras afuera de Jamaica. Pero, me explicó G. que los viernes a la noche iba a bailar a un local que estaba sobre la calle Sarmiento, por Congreso. ¡Y cogía!
No había ni que bailar, apenas. Moverse un poquito. Y estaba lleno de mujeres. Veteranas principalmente, que iban a buscar frotarse contra la entrepierna de algún mulato. Negros, eran los negros los reyes del lugar. Senegaleses casi azules con sus porongas como brazos de niños pequeños y dientes como para iluminar un estadio de fútbol, sus atléticos cuerpos vestidos con chillones colores.
Las mujeres morían por ser apretadas por esos semianalfabetos que eran pura proteína y tenían la fuerza para treparse a los árboles y cogerlas, arriba de los árboles, y después tirarlas desde ahí arriba. El asunto era que la música, el frotarse, y la caipirinha de horrorosa calidad, hacían que uno pudiera coger algo también. Alguna trastornada sedienta de pito, una mujer en proceso de aporcinamiento, alguna tullida.
–Vamos una vez –me dijo G. –No perdés nada. No lo vas a poder creer.
Me tomé media botella de whisky y allá fuimos. Viernes, dos de la mañana. Diciembre en Buenos Aires, un calor del carajo. Con el calor salen los bichos, las alimañas, con el calor el fracaso se nota mucho más.
Había olvidado lo que era estar de pie en medio de una multitud y que no fuera el microcentro a las diez de la mañana, o el subte. Miles de personas apretadas, la música mordiéndote los oídos, carcajadas, gritos, olor a marihuana y a sudor rancio. Mujeres con bovinas sonrisas, negros en cueros con esculpidos cuerpos, las ganas de divertirse en medio del naufragio, de aturdirse, sana algarabía.
G. trajo de la barra un par de caipirinhas, y después dos más. Estábamos en un estrecho pasillo al borde de la pista. Un parlante a mi derecha amenazaba con dejarme sordo para siempre. Un gordo con una camisa hawaiana roja con palmeras azules manoseaba contra una columna a una pibita que parecía necesitar urgente un tratamiento de endodoncia. Gente, mucha gente, y la música a tope. A alguno se le caía un vaso al piso, pateaba los vidrios y seguía bailando. Un pelado se reía sin convicción, se reía con una risa que parecía un llanto, una veterana excedida de peso luchaba por seguir fumando una calada más de una tuca que le pinchaba los dedos. Un negro en la pista se puso en cueros, hizo la vertical y siguió así, moviéndose, bailando cabeza abajo. Alegría, la gente gritaba y aplaudía.
De pronto sucedió. Aquella olvidada sensación. Contacto visual. Quizás no, quizás me había parecido, la mezcla del whisky y la caipirinha amenazaba con agujerearme el estómago.
Miré otra vez a escasos tres metros. La chica me miraba. No lo dudé, me acerqué un par de pasos y estiré la mano. Ella avanzó hacia mí.
No sé cómo hice pero bailé, sin gracia, sin ritmo, un movimiento convulsivo, algo epileptoide, como si me hubiera dado una patada algún enchufe. Intentaba lucir despreocupado, solvente, la tomé de la cintura, ella se apretó contra mí y me apoyó su mata de enrulado cabello contra el pecho. Nos separamos, la volví a atraer de un tirón.
Se acercó una amiga. Ella no la dejó ir, ahora bailábamos los tres. Mora, se llamaba la chica, y su amiga no alcancé a escuchar. Tetona, Mora, con un vestido floreado. Su amiga parecía colocada, flaquísima, con calzas y una remera muy corta. Seguíamos bailando. Se puso, Mora, a mis espaldas, y la amiga de frente. Me abrazaban entre las dos, me tenían en el medio y se reían.
Se acercó un muchacho más que las conocía, me abrazó también.
–Seguí bailando –escuché que Mora me hablaba al oído.
Sí, claro que sigo bailando. Siento la música alegrando todo mi ser. Quiero ser feliz, quiero sentir que hay algo para arrancar del árbol de la vida, que Dios no se ha ensañado en particular conmigo, aunque sea un durazno para mí, una palta, un kinoto, pero por sobre todas las cosas quiero coger antes que me exploten los huevos como dos garrafas.
–Ahora dame la billetera –dijo la chica de adelante.
–¿Eh?
–Pasame la billetera, y el teléfono –El muchacho nos abrazaba, sentí algo en la espalda–. O Mora te pega un tiro acá, de una.
Me estaban robando. Me estaban robando. ¡Me estaban robando!
–Pero..
–No seas pelotudo –el pibe me agarró la nuca con una mano, nos miramos a los ojos. Sentía, en la espalda, el caño del revólver. Las chicas pegadas a mí, un feliz tumulto–. Le digo que te mate y nadie se entera.
Seguimos así, apretados. Le pasé al muchacho la billetera, el celular. Me hizo sacar el reloj, y las zapatillas también. Le fue pasando todo a otro más que usaba una gorrita con visera de un equipo de béisbol, me saludó con un beso y se perdió entre la gente.
–Seguí bailando, que bailás muy rico –Mora me clavó el revólver en la espalda, me dio un besito en la oreja–. Eso, bailando, todos bailando.
De pronto me dieron un empujón que me hizo caer. Cuando me puse de pie, la gente seguía bailando a mi alrededor. Una parejita me miraba. Empezó justo un show en el escenario y corrieron todos en la misma dirección. Busqué a G. entre la gente, pero no estaba.
En la puerta uno de seguridad se apiadó de mí. Me prestó plata para el colectivo y un par de ojotas para que no me fuera descalzo. Me habían robado las llaves, también, así que tenía que hacer tiempo para ir a pedirle un juego a mi hermana sin matarla de un susto. Debían ser las cinco de la mañana, doblé por Callao.

7 comentarios:

Dany dijo...

Valiente! Los domingos a la noche son para deprimirse por regla general, cuando uno quiere quebrar esa regla.....lo paga caro. Aunque leyendo las descripciones del ambiente es posible que el plan no fuera muy distinto a ver La Cornisa. Abrazo.

J. Hundred dijo...

*dany! si la felicidad es una medida de distancia entre lo que sos y lo que querés ser, el señor majul debe estar viviendo un verdadero infierno. lo abrazo.

Dany dijo...

Si, totalmente!

Mr. Kint dijo...

Su descripción del local bailable me hizo acordar mis primeros días en la gran ciudad (qué juventud) cuando frecuentaba sitios como Maluco Beleza, por supuesto siempre motorizado por esas inconfundibles ganas de mojar el bizcocho.
La última parte me recordó a algunos antros de mi ciudad en los que me he extraviado más por el exceso de ferné que por la omnipresente necedidad de coger.
Lo abrazo

Mr. Kint dijo...

Su descripción del local bailable me hizo acordar mis primeros días en la gran ciudad (qué juventud) cuando frecuentaba sitios como Maluco Beleza, por supuesto siempre motorizado por esas inconfundibles ganas de mojar el bizcocho.
La última parte me recordó a algunos antros de mi ciudad en los que me he extraviado más por el exceso de ferné que por la omnipresente necedidad de coger.
Lo abrazo

J. Hundred dijo...

*mr. kint! como dijo arquímedes: denme un punto de apoyo para el bizcocho, y moveré el mundo. es muy bueno saber de usted. lo abrazo.

*mr. kint! el famosísimo y nunca bien ponderado ‘qué hacés tres veces qué hacés’.

LaLa dijo...

"...en proceso de aporcinamiento..." jajaja me alegro la tarde patriota mientras cómo unos pastelitos...