30.3.16

El ejercicio de la voluntad


Voy cambiando cada tanto de bares. Para desayunar. Necesito, sí o sí, sentarme en un bar antes de ir al centro. Mirar por la ventana, tomar un café. Menos de media hora, hay gente que va a correr, no sé. Me mantiene vivo, es parte de mi estructura.
Y cada tanto cambio de bar. O porque quedé rodeado de diecinueve madres que acaban de dejar a sus pequeños hijos en el colegio y necesitan hablar, a los gritos, estupideces. O porque siempre llega alguien y se me sienta de frente, como si nos fuéramos a mirar a los ojos de mesa a mesa. O porque hay un muchacho que intenta, mientras desayuna, meterle tres o cuatro dedos en la concha a su novia que tiene un jean demasiado ajustado y se contorsiona, se mueve, intentando hacerle a su novio, a los dedos de su novio, lugar.
En fin, desde hace un tiempo estoy en un bar bastante viejo sobre la calle C., que sólo pone pop latino por los parlantes a trescientos veinticuatro mil quinientos setenta y tres amperes, mientras desde la cocina te dejan como si te hubieras sumergido en un fuentón de ravioles a la boloñesa para nadar un par de largos. Menores incomodidades, ínfimos incordios que no me impiden llevar a cabo mi para nada pretenciosa rutina.
Pido un café y una medialuna.
Espero, miro por la ventana, pero no miro. Se trata de estar ahí, ser pura presencia, sin pensamientos. Si pensara por un instante apenas en cómo estoy, qué ha sucedido con mi vida, bueno. No tendría más remedio que matarme.
Acá viene lo interesante, lo particular. Apenas pruebo el café, un sorbo, y dejo la medialuna sin tocar, sin morder. Ahí, sobre el pequeño plato.
Llamo a la moza, pregunto cuánto es. Pago, dejo propina, saludo. Me voy.
Eso es todo, eso es lo que hago, tres veces por semana, mínimo.
–¿Te puedo preguntar algo? –Me dijo la moza, que tiene el cabello teñido de un amarillo potente y oscuro.
–Sí, cómo no. –Dije.
–Veo que casi no tomás el café ni comés la medialuna. La pedís pero no la tocás, me di cuenta –señala, apenas, la medialuna, con el mentón.
–Mirá –le dije–. Tiene una explicación. Es un ejercicio, un ejercicio de la voluntad. Me contaron una vez que durante el gobierno del Carlos había un ministro al que le gustaba el helado, el helado de una marca en particular. Y le gustaba, al ministro, en particular un gusto, un sabor. Lo que hacía el hombre era pedir, mandarse traer a la oficina un kilo de helado de esa marca, de ese sabor. Y entonces abría el pote del helado, se servía una generosa porción en una gran copa de cristal. Y lo miraba, lo miraba derretirse. Se quedaba con el helado ahí, sin probarlo siquiera. Llevando de ese modo su capacidad de concentración, de voluntad, a insospechados límites.
–La verdad que no entiendo –dijo la chica–. Si quería hacer dieta, no sé, podía ir a trotar. O ir a un gimnasio.
–Bueno, tenés razón, probemos otra cosa –la miré–. Hace más o menos tres meses que te pido un café y una medialuna de grasa, y vos me traés un cortado y una medialuna de manteca, siempre. Quizás tu mamá fumaba paco durante el embarazo o tus papis son parientes. Estaba esperando a ver cuánto tardabas en darte cuenta, tampoco es tu culpa.

9 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Tu relato tiene une estructura comparable a Los Simpsons, en sus mejores temporadas.
Planteas un tema para luego desecharlo, como el tema de la pareja y sus intentos para tener algo de sexo. (La chica podría usar calzas, tal vez lo facilitaría).
Y luego pasas al tema del café y la medialuna. Y la pregunta de la moza.
La teoría de la fuerza de voluntad podría ser, pero pedir un helado y dejarlo derretir sin probarlo me parece inadmisible. Tentado estoy a decir que si lo hacía un politico, era menos perdonable que la corrupción.
Así que me gustó la otra teoría, aunque haya dejado mal parada a la moza. Creo que la verdadera prueba es que no contraatacó el argumento. Podría haberte mencionado la abducción o conjetura. Podría haberte contestado que estaba esperando tener suficiente datos, para arriesgar una hipotesis. Y que hubiera bastado que te tomaras todo el café y comieras las facturas, para destruir toda teoría.
Podría seguir pero...
Interesante relato.

Juan Sebastián Olivieri dijo...

La dificultad para hacerle entender al otro que es un pelotudo, es precisamente que el otro es un pelotudo.

Lo tuyo es un pontificado, Juan. felicitaciones

J. Hundred dijo...

*el demiurgo de hurlingham! no importa con qué detalle lea usted todo lo que dice el envoltorio, el papel del alfajor. los componentes, si tiene tal o cual ingrediente, si cumple con alguna ley, dónde se fabricó. puede incluso memorizar lo que leyó, compararlo con otros alfajores, hacer estudios, archivar envoltorios, en fin. puede volverse un experto en papeles de alfajor, una autoridad en la materia. y aún así no se habrá acercado ni un milímetro a la experiencia de comer el alfajor. ni siquiera de poder fabricarlo, mucho me temo.

*juan sebastián olivieri! la tautología que usted acerca nos muestra que el blindex de la idiotez tiene rango de inzanjable. lo saludo con afecto.

Marina dijo...

El comentario del demiurgo me hace acordar, esta semana descubrí que existen grupos en los que gentes comparten su blog de críticas literarias o algo así, le dan a cualquier libro pelotudo que se les cruce, larguísimos análisis, como la del hombre y su novia contoneante. Primero no entendía, yo me metí de queruza para compartir el mío, y poniendole garra al final desenmarañé el misterio, hay gente que cree que tiene derecho a criticar y es interesante. Buscamos el alfajor sin saber donde, decía Voltaire, como el borracho su casa, sabiendo que en algun lugar se encuentra. Lo dejo en paz.

Dany dijo...

El sacrificio es desproporcionado para la comprobación. Mejor no hablar con nadie. Abrazo.

J. Hundred dijo...

*marina filoc! no hay más que mirar un ratito la televisión para darse cuenta. lo que ha sucedido es que por cada persona que sabe tocar aunque sea el berimbau, hay mil que opinan, creo que esa proporción se agravó de exponencial manera. vivimos la era del panelismo, eso es lo que sucede, se debe estar estudiando en algún lado. y aún a riesgo de resultar un ‘boboncho vintage’, sigo prefiriendo tener al menos la voluntad, al menos la intención de practicar meterle los dedos, la mano quizás, en la concha a la abnegada voluntaria de turno, como puedo, con todas mis limitaciones, como me sale, que regodearme en twittear ad infinitum sobre cómo cogen otros. los hacedores y los críticos, decía sábato hace tantísimo tiempo, o la escena de ‘birdman’ tan genial, tan hermosa, donde michael keaton habla en la barra del bar con la crítica de la obra que todavía no estrenó y que le avisa que lo va a destruir. dijo alguna vez el genio finisecular jh, ‘a falta de resultados, nos queda el estilo’. una más para contarle. hace poco leí unos tweets de una mujer, bastante grandecita y no muy agraciada. la tipa se había anotado en ‘tinder’, que entiendo es una aplicación telefónica para conocer gente, o sea, para ver si lográs garchar. y la mujer en cuestión, en su twitter, se burlaba de los tipos que la contactaban por el bendito tinder. o sea, decía que tal tipo parecía constipado, otro tenía cara de salame, otro el pito corto, y así. lo interesante, lo por demás divertido, era que la mujer creía que por comentarlo vía twitter estaba de algún modo fuera del proceso. omitiendo recordar que era una cascoteada veterana buscando vía web que alguien le facilite la mazorca, ya que no lograba resolverlo en su cotidianeidad, en el día a día. para resumir, por algún curioso mecanismo de la modernidad, algunos van y creen que si comentan, si opinan, bueno, se han subido a un pequeño pedestal que los pone en una categoría diferente a lo comentado. digamos que no sabés hacer nada, pero tenés opinión sobre todo, ese opinismo se transforma en lo que sabés hacer. pero yo no puedo evitar ver que mientras te reís y le sacás una foto con el telefonito al gordo transpirado que corre en la cinta del gimnasio, bueno, mamucha, vos estás en la cinta de al lado..
ahora si me permite podemos pasar a practicar, ejem. espere, no se vaya! todavía no le conté la vez que quise ir a un taller literario donde todas las chicas estaban enamoradas de alan pauls! la saludo con cariño.

*dany! el problema de su frase ‘mejor no hablar con nadie’, es que tiene un 99% de efectividad. quiero decir, asusta de lo bien que funciona. lo abrazo.

Mr. Kint dijo...

Usted es un hombre de rituales, de introspección y al mismo tiempo de una particular agudeza en la observación. Cómo conjuga eso, vaya uno a saber. No pretenda que la pobre moza esté en la misma sintonía.
Ah, venía a realizar un exhaustivo y minucioso análisis de su texto, decodificando cada punto y coma, pero la verdad que es domingo muy tarde y debería irme a dormir. Además si me voy a la cama rápido quizás se me da la chance de arrancar la semana con un digno polvorón.
Me llevo lo de la era del panelismo que usted ha resumido brillantemente. No me deja otra que coincidir.
Lo saludo con un afectuoso abrazo.

Mr. Kint dijo...

Usted es un hombre de rituales, de introspección y al mismo tiempo de una particular agudeza en la observación. Cómo conjuga eso, vaya uno a saber. No pretenda que la pobre moza esté en la misma sintonía.
Ah, venía a realizar un exhaustivo y minucioso análisis de su texto, decodificando cada punto y coma, pero la verdad que es domingo muy tarde y debería irme a dormir. Además si me voy a la cama rápido quizás se me da la chance de arrancar la semana con un digno polvorón.
Me llevo lo de la era del panelismo que usted ha resumido brillantemente. No me deja otra que coincidir.
Lo saludo con un afectuoso abrazo.

J. Hundred dijo...

*mr. kint! la verdad que si existe el signo de los tiempos, si hay un signo de los tiempos en esto que alguna vez fue llamado argentina, es el panelismo televisivo. cantaba el calamaro pre-breque: qué lástima argentina eras un bizcochuelo, ahora es gelatina. lo abrazo en caída libre.

*mr. kint!