18.4.16

Muñeco vudú


Gran parte de la vida es un lugar que, si tenés suerte, no está plagado de excesivas tragedias. Los golpes de efecto suelen reservarse para el cinematográfico ámbito, de eso suelen tratar las películas. La realidad suele ser infinitamente más mediocre.
Uno aprende, el mero discurrir del tiempo te obliga a aprender, a deambular esa infinita meseta que parece no conducir a ninguna parte, como si miraras por la ventanilla y no pararas de ver el mismo aburrido paisaje. Árido, por cierto. Gamas de gris.
Gustavo tenía la sensación que no le pasaba nada. En general, en la vida.
No se había casado pero vivía con Viviana, desde hacía nueve años. Tenían un precioso hijo que se llamaba Enrique. Tenían un perro, también, un incansable labrador que se llamaba Max. Tenía un local de venta de artículos de limpieza por Villa Urquiza, no, no Max, Gustavo. Siempre había querido no tener que depender de nadie, ser su propio jefe. El negocio era pequeño y daba dolores de cabeza, la inflación, la inseguridad. Pero tenían un buen pasar, podía cambiar el auto cada tres o cuatro años, veraneaba en Playa del Carmen, en Buzios.
Con Viviana no estaban en su mejor momento, ¿pero quién podía decir que estuviera con su pareja en el mejor momento? El mejor momento con cualquiera era cuando se conocían, los primeros tres meses, seis meses máximo si vos querés. Después venía la convivencia, el día a día que te va mordisqueando los talones como un aplicado perro salchicha, la rutina. Lo importante era que habían construido un sólido vínculo. Era una buena mujer junto a la cual envejecer. Se querían.
Se empezó a sentir mal, Gustavo. Nada específico, dolores. Un día se levantó a la mañana y le dolía muchísimo la planta del pie derecho. Casi no podía pisar del dolor. Trató de disimular, pero anduvo dando saltitos, rengueando todo el día. Otro día se quedó duro de la espalda, el cuello, no podía girar la cabeza para el costado, ni un poquito, y el dolor le nublaba la vista. Otro día la cintura, se tenía que sostener la cintura con ambas manos para sentarse, como si fuera un anciano. No recordaba haber tenido un dolor de cintura así ni cuando había jugado al rugby de adolescente.
Otro día fue un huevo. Sintió el huevo punzando, latidos. Quizás había hecho un mal movimiento mientras dormía y se lo había apretado. Quizás había hecho algún esfuerzo acomodando la mercadería en el local y se había herniado. Todo muy raro, impensado, y al mismo tiempo. Como decían los americanos: when it rains, it pours. Malas noticias.
Viviana andaba metida en sus quilombos, más distante que nunca. Se quejaba que Enrique andaba con problemas de conducta en el colegio. Y su hermana, siempre su hermana. Vivía en Mar del Plata y tenía que terminar de vender un departamento de la mamá que había fallecido hacía más de un año.
Le dijo, Viviana, que su hermana le había contado que tenían un comprador en firme. Se iba a Mar del Plata por el fin de semana. Se llevaba a Enrique para que saliera de la ciudad, para que se despejara un poco. Firmaba la venta del departamento, arreglaba números con su hermana, y se volvían. Cuatro, como mucho, cinco días.
Se despertó solo, Gustavo, el sábado a la mañana. Temeroso de ver qué le dolía. Tenía que ir a abrir el negocio, pero sólo medio día. Pensó que podía ir a desayunar a un lugar lindo, tratar de relajarse. Debía estar estresado, era esa la causa de todo. Había que bajar un cambio, disfrutar un poco más de la vida.
Se le dio por ordenar un poco antes de salir. Era temprano, había tiempo. Hizo algo de limpieza, lavó los platos que había ensuciado durante la cena. Debía mantener un mínimo orden para que la casa no se le cayera encima.
Ordenó todo, hasta barrió. Y entonces abrió un cajón, un cajón de Viviana, donde guardaba los camisones, la ropa interior. Había corpiños, había bombachas, le pareció que algo estaba mal doblado, algo hacía un poco de bulto. Revisó, metió la mano.
Había un muñeco, un muñeco no muy grande como de trapo, con forma humana. El muñeco era color chocolate y tenía la cara dibujada con pedacitos de tela también, cuadraditos rojos para los ojos, la boca un rectángulo amarillo.
Tenía un nombre, el muñeco, decía Gustavo. Escrito con un marcador negro a la altura del torso. Y tenía alfileres también. Clavados, varios alfileres clavados. Uno en la planta de uno de los pies, otro en el cuello, un par en la cintura.
Viviana lo estaba matando de a poco. Pero por qué. ¿Tanto lo odiaba, o había otro hombre? ¿Por qué no se iba?
La noticia, descubrir lo que había estado sucediendo, lo dejó aturdido. Trabajaba, había tenido un hijo, dormía todas las noches con una mujer que le deseaba el mal. Todo lo que había estado haciendo estos últimos años, para nada. Tenía esa sensación que a veces se tiene en sueños, sintió que se caía.
Fue al comedor, Gustavo, con el muñeco. Se sentó en el sillón. Agarró un alfiler y buscó el punto exacto. Atravesó el muñeco, de lado a lado, en el lugar donde debía estar el corazón.
Cerró los ojos, esperó.

12 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Escribiste una gran historia. Me recuerda un cuento de Frederic Brown, titulado Vudo o Todo depende de un cabello. Hay un personaje que se lleva muy mal con la esposa, quien dice tener conocimientos para matarlo con el vudu. Y que solo necesita un cabello. Él la desafía pero tomando cierta precaución, por si el vudu funciona.
Me gusta esa historia que contaste. Está el recurso de la irrupción, alguien que parece tener una vida feliz o no tal mala, a la que le empieza a pasar algo inesperado. Pensé en que iba tomar revancha con un muñeco vudu de la esposa. Así que ese final fue sorpresivo.
Te luciste. Escribiste un relato para publicar en un libro.

J. Hundred dijo...

*el demiurgo de hurlingham! alto, alto! estamos ante un típico caso de usurpación de personalidad. lo que en la modernidad se asocia por lo general con un hackeo. desde aquí reclamamos la vuelta del verdadero demiurgo, ese que nos tiraba a baldazos todo lo que sabe de literatura, y nos recuerda, de paso, que no sólo no somos demiurgos, sino que todos los demás, yo en este caso, escribo como el mono burgos (no era fácil encontrar la rima, lo admito). en instantes, este canal continuará con su programación habitual.

WOLF dijo...

APARICIÓN CON VIDA....!!! O no, pero que aparezca...

Camila dijo...

Te lo dije una vez y te lo digo dos: te haría libro. Siempre con esa vuelta inesperada que sorprende tanto.
Gracias por lo que escribís

J. Hundred dijo...

*wolf! chorros chorros chorros, devuelvan los ahorros! (no sé, me pareció que debía sumarme con alguna consigna yo también).

*camila! usted no sabe, acaso puede saber, lo bien que me hacen sus palabras. la abrazo.

Agustin dijo...

Esa vida rutinaria y normal. El protagonista al darse cuenta que fue todo una reverenda mierda, tuvo como opción clavarse un alfiler en el corazón de un muñeco vudú de si mismo. Una buena opción a un tiro en las pelotas.

Viejex dijo...

Una joya, Hundred. Excelentemente resuelto (el cuento, quiero decir)

J. Hundred dijo...

*agustin! en alguna oportunidad un sabio dijo: a falta de resultados, nos queda el estilo. el sabio soy yo, qué la duda.

*viejex! cómo anda, viejex. permítame citar al ícono del periodismo, don bernardo neustadt: no me dejen solo.

Dany dijo...

Dejeme abrazarlo. Disfruté este relato, lo sentí, lo releí. Estoy leyendo muy poco estos tiempos pero por acá siempre vuelvo. Abrazo.

J. Hundred dijo...

*dany! durante algún tiempo solía yo decir que soy un sujeto dotado de una sensibilidad superior. en los huevos, principalmente. lo abrazo con sana camaradería.

Lady Antharlet dijo...

Cada tanto entro a leerte. A ver cuando sacas el libro. Besos!

J. Hundred dijo...

*lady antharlet! eso es lo que yo me pregunto, eso es lo que me gustaría saber. le mando un beso en la frente.