18.11.13

Qué hiciste con tu vida


         –¿Tuviste un hijo?
         –¿Eh?
         Me había quedado dormido, y la pregunta me despertó. Debían ser las dos de la mañana, más o menos. Porque habíamos ido a cenar, antes de venir a mi casa. Claro, a coger.
         –Si tuviste un hijo, Juan –ella se había incorporado contra los almohadones, y miraba la televisión, sin volumen. No era fea, aunque tampoco era linda. Y definitivamente no era joven.
         –No sé –dije–, no entiendo.
         –No es tan difícil, Juan, la pregunta. Si tuviste un hijo.
         Existen dos tipos de charlas, de conversaciones, entre un hombre y una mujer. Las charlas antes de coger, y las charlas después de coger. Las charlas que suceden antes de coger son charlas donde el hombre piensa cómo hacer, cuánto falta, para ir a coger. Las charlas que suceden después de coger son charlas donde el hombre piensa cómo hacer, de qué forma escapar, antes de volver a necesitar coger.
         –No –gargajeé, se me había secado la garganta–. No tengo hijos. Por ahora. Que yo sepa. Quiero decir, no me consta.
         Se hizo una pausa. Ella miraba en la televisión un programa japonés donde los participantes hacían absurdas piruetas mientras un desorbitado público se reía a carcajada limpia y aplaudía. Los participantes, con cascos y pecheras rojas o azules, se tiraban por inflables toboganes, o hacían una guerra con tortas de crema, imbecilidades por el estilo. Era evidente que los japoneses habían quedado mal del bocho después de Hiroshima, no tenían la más puta idea de cómo divertirse.
         –¿Y plantaste un árbol? –dijo ella.
         –¿Qué? –Hice fuerza para sentarme en la cama, pero sentí un pinchazo justo en la base de la columna, producto de algún mal movimiento durante la fornienda, y sobrepeso, claro.
         –Si plantaste un árbol, Juan –ella encendió un cigarrillo.
         –No, no planté un árbol –resoplé, tratando de descifrar si el dolor iba a ser benévolo conmigo, o si me llevaba, de la mano, hacia la invalidez sin atenuantes–. Tampoco sé distinguir entre un caballo y una vaca. Soy un tipo de ciudad, con todo lo que eso implica.
         Otra pausa. Ahora, en el televisor, setenta o noventa japoneses de ambos sexos luchaban sobre una resbalosa superficie, se amontonaban, chocaban unos con otros intentando mantenerse en pie, se caían. Eran dos equipos, pero era imposible entender el juego, la consigna, lo que hubiera que hacer. La gente, el público, deliraba de la risa.
         –¿Escribiste un libro, Juan? –dijo ella, y bebió gaseosa de la lata, de una lata que había junto a la cama, sobre el piso. Por un instante, mientras echaba la cabeza hacia atrás y bebía gaseosa con satisfacción, con deleite, cerró los ojos y el cabello le cayó sobre los hombros, y fue bonita otra vez.
         –No, pichona, no escribí ningún libro –dije–. No sólo no escribo, sino que prácticamente no leo. Creo que la literatura es una actividad perimida.
         –¿Ves? –dijo mientras se rascaba delicadamente la base de una teta con la punta de un meñique–. No tuviste un hijo, no plantaste un árbol, y no escribiste un libro. No hiciste nada de nada, quiero decir, nada trascendente con tu vida.
         –No sé –dije, logré sentarme en la cama, apoyé los pies sobre el parquet, junté fuerzas–. Pero tiene que haber algo más. Estoy seguro que tiene que haber algo más. Algo que tampoco es coger con vos, desde ya. Si no, esto no es vida.

6 comentarios:

Yoni Bigud dijo...

Vea, yo no he tenido hijos. Tuve hijas. Dos. Supongo que califica, porque el sentido del asunto pasa por hacer uno su propia gente, más allá de que salga con taco o tronera. Tampoco planté ningún árbol. Sí albahaca, en el jardín de mi suegro. Supongo que califica, porque el sentido del asunto pasa por haber escarbado la tierra y hecho brotar algo de sus entrañas. Y de más está decir que no escribí ningún libro, aunque sí muchas boludeces en esta simpática plataforma que nos nuclea. Supongo que califica, porque el sentido del asunto pasa por haber comunicado alguna idea en forma escrita, a alguien o alguienes, por más que hayan sido solo unos diez o doce incautos.

Ahora, he cogido. He cogido mucho y muy mal. Por mi entera culpa, de más está decirlo. Las señoritas han hecho lo que han podido, querido o sabido. Supongo que califica, porque el sentido del asunto pasa por saber que todos los goles valen uno, no importa lo mal que juegue el equipo.

De lo que es o no vida ya no puedo hablarle. Yo me nutro de lo que toca en suerte. Supongo que califica.


Un saludo.

J. Hundred dijo...

*yoni bigud! permítame recurrir a una futbolística metáfora, para calar quizás algo más hondo en el atribulado cerebelo de la monada. y decirle entonces que califica, desde ya no para la champions ni la copa uefa, pero para jugar un intercountries de la vida claro que califica. entender eso, aceptarlo. lo saludo con módica empatía.

Mr. Kint dijo...

Por ahí pienso que a estos cuestionarios metafísicos y otras interpelaciones de tipo trascendental hay que salirle de punta, a lo guapo, antes de la faena sexual, dejar entrar alguna mano del rival cómo para ver qué tan pesada es. La postergación te agarra con la garcha baja, ahí se hace todo cuesta arriba.
Un abrazo para usted.

J. Hundred dijo...

*mr. kint! sabe Dios las cosas que he tenido que soportar desde lo dialéctico, desde lo discursivo, sólo por poder olisquear una porción de vagina no del todo fresca. un abrazo.

Viejex dijo...

Llego tarde, como a casi todo en mi vida y eso a veces sale bien. Leí este artículo después del poético "Yo sé" (me gustó mucho eso de la baldosa que salpique "ganas de hacer") como si aquél escrito fuera un prólogo de éste, y no pude reprimir la sonrisa.

Mis respetos, Hundred.

J. Hundred dijo...

*viejex! no deja de ser curioso. pareciera que usted me felicita, antes, por algo que va a suceder después. lo saludo con afecto.