Murió
el papá, el papá de Mariana.
Mariana era mi
novia, vivía conmigo hacía casi seis meses, así que las cosas pronto tendrían
que empezar a fallar. Lo bueno dejaría de ser tan bueno, lo malo se volvería
muchísimo más malo. Lo normal, la vida.
Pero
por el momento Mariana vivía conmigo, y nos gustaba coger y quedarnos después
de la cena juntos, despiertos, mirando cualquier cosa por la televisión
mientras terminábamos el vino. Desayunábamos en silencio. Un rato, durante la
noche, dormidos, nos abrazábamos.
El
papá de Mariana tenía setenta y ocho años, hacía mucho, más de diez años, que
vivía en Ostende. Le gustaba andar en bicicleta, y tenía un perro, un ovejero
alemán que se llamaba Walter. Había sido (el papá de Mariana, no el perro)
marino mercante.
Acompañé
a Mariana al velatorio, lo habían traído, al hombre, a Buenos Aires. Tenía
cáncer de pulmón, y prefirió no tratarse, eso me había contado Mariana.
Prefiero seguir fumando, había dicho el hombre, alguna vez, cuando le
preguntaron. Y se había quedado en Ostende, jugando al dominó con sus amigos,
yendo a pasear con Walter cada mañana.
La
sala de velatorios era una clásica sala de velatorios. Al papá de Mariana lo
velaban en el primer piso, había otro velatorio en planta baja. Hasta cuando te
morías te tocaba estar con gente que no conocías, compartir el espacio. No sé por qué pero eso
fue lo que pensé, no pude evitarlo.
Había
venido gente a despedirse, claro. La ex esposa del papá de Mariana, o sea la
mamá de Mariana. Los cuatro hermanos de Mariana, tres mujeres y un varón, con
sus familias, menos la más jovencita que estaba sola y parecía fumada, aunque
podía bien ser el efecto de la tristeza. Había parientes, más parientes, algún
amigo, primos. Como treinta personas, tratando de no moverse mucho dentro de la
pequeña sala.
Mariana
se había puesto de pie y había entrado por un momento a la salita contigua,
donde estaba el cajón. Se había quedado ahí, con una mano sobre el féretro. En
silencio.
–¡A
ver, todos! –dijo, se asomó, se afirmó bajo el marco de la puerta, aplaudió,
dos veces– ¡Quiero decir unas palabras!
No
la tenía en esa faceta, pero eso era normal también. Ante el contacto más o
menos directo con la muerte, están quienes se ponen locuaces o particularmente
melancólicos, algunos tienen arrebatos
de euforia, otros caen sentados por sus propios recuerdos, como si
hubieran recibido una trompada. Ante el enigma de la muerte, ante lo que no
podemos explicar ni conocemos, todo vale.
Alguien
tosió. Dos o tres personas se pusieron de pie. Alguien que fumaba en el pasillo
dio la última pitada y asomó la cabeza en la sala.
–Están
acá –dijo Mariana–, para despedir a Alberto. Mi padre.
Se
hizo un silencio, Mariana pareció juntar fuerzas, tomar aire.
–Hay
algo que nunca conté, porque me prometí no contarlo –dijo Mariana–. Mi papá,
Alberto, el hombre que todos ustedes conocen, era un hijo de remil putas.
Alberto me violó, cuando yo era una nena, cuando mi papá era para mí la persona
más importante del mundo y yo no podía defenderme. Me violó cuando yo tenía
nueve años, y siguió violándome, regularmente, los domingos, durante años.
–Vos
dormías la siesta, mamá –dijo Mariana y señaló a su madre–. Mientras
Alberto me manoseaba, me metía los dedos, me obligaba a que se la chupe.
Después me cogía. Yo me tenía que dejar para que él no te pegara a vos. Para
que no las viole a ustedes, me amenazaba –apuntó, con el mentón, al sector
donde estaban sus hermanas.
–Pero
no puede ser –dijo un señor de lentes, con bastón. Era el hermano de Alberto.
–¡Callate,
pelotudo, vos no sabés nada! –dijo Mariana. El hombre pareció sentirse mal,
trastabilló. Tuvo que sentarse.
–¡Así
que ya saben! Este hombre que ustedes están recordando con cariño, era una
basura, un pervertido que me cagó la vida. Me cogía y después me daba una
palmadita, me decía ‘muy bien, muy bien, vos sos mi preferida’. Por eso se fue
a vivir a la costa, porque cuando crecí no pudo soportar tener que mirarme a la
cara. Nunca lo dije, cargué con esto. Siguió la vida. Ahora ya está, ahora ya
no importa. Ahora lo saben.
Tuvo
un sollozo, Mariana, un acceso de llanto. Fui a su encuentro, me abrazó.
Alguien gritó ‘¡no!’, se cayó una silla. La mamá de Mariana se agarraba la
cabeza con las dos manos, como si tuviera miedo que la cabeza se le pudiera
caer y rodara por el piso.
–Necesito
fumar un cigarrillo –me dijo al oído–. Llevame abajo.
Estábamos
en la calle, Mariana pitaba. Le pasé la mano por la frente, le acaricié el
pelo.
–No
sabía –dije, apoyado contra el lateral de un automóvil, los brazos cruzados–.
Jamás dijiste nada. Qué tremendo.
–Es
todo mentira –dijo Mariana, sonrió. Tiró el cigarrillo y me apretó, por un
momento, con dos dedos, con los internos y flexionados laterales de los dedos
mayor e índice de la mano derecha, la nariz. Y dio un pequeño tirón, como si me
estuviera acomodando, la nariz, en la cara.
–¿Eh?
–Es
mentira –repitió, lanzó un soplido–. Pero mi papá tenía un regio departamento
en Pinamar, debe haber varios en la cola para repartirlo. Con esto me van a
tener en cuenta, el viejo lo hubiera entendido perfectamente. Algo me van a
tener que tirar, no se van a poder hacer los pelotudos.
7 comentarios:
jajaja, la viveza criolla.
*nele! claro que sí. y quizás algo mucho más complejo, y más triste también. la saludo con interés.
La realidad desconocida de la compañera es una decepción mucho más fuerte que la historia. Es irrecuperable, mucho me temo.
La vida continúa..eso si tropezando a cada rato. Y que fue de la vida de Walter?
*juan sebastián olivieri! estimado, no se me ocurre mucho para decirle. permítame obsequiarle entonces este fantástico poema (la hora de los magos, jorge de la vega). solía recitarlo el señor federico manuel peralta ramos, y era una delicia. lo saludo con afecto.
Es la hora de los magos,
todo de golpe es perfecto
y todos por fin consiguen
lo que siempre fue su sueño
Una casa para el pobre,
el rico fama y talento,
el chico se vuelve grande,
la delgada saca pecho
Cada terreno baldío
crece con un rascacielos,
en los platos hay manjares,
cada hueso con su perro
Es la hora de los magos,
todo de golpe es perfecto
Cada bruja con su escoba,
cada cura con sus rezos,
cada loco con su tema,
cada vieja con su viejo
Manos para cada calle
y piernas para los rengos
Y en cada rincón del mundo
se hace cierto el Padre Nuestro
La redención de la carne,
resurrección de los muertos
y el perdón de los pecados
han sido todo un suceso
Nadie mas trabaja nunca
si no lo hace como un juego,
hay regalos a patadas
y se libera a los presos
No hay mas disturbios raciales,
baja el dólar, sube el peso,
si alguno quiere morirse
debe esperar a ser viejo
Se acabó la guerra fría
y empezó la de los besos
y la luna, de repente,
se hizo de miel en el cielo
Y es muy fácil comprobar
que es verdad lo que les cuento
pues quien canta esta canción
es mudo de nacimiento
Es la hora de los magos
todo de golpe es perfecto
http://www.youtube.com/watch?v=_vIcat-fiTA
*dany! por un momento. para el despreocupado lector, para el ocasional cyberbolastrún que visite estas mustias playas, puede parecer que su pregunta es de una imbecilidad rayana con lo absoluto. pero fíjese que no, porque todos van por la herencia, por el departamentito en pinamar, y acá de lo que estamos hablando es de un mundo muchísimo más amable, donde alguien se quiera quedar con el pobre perro. lo saludo sin excesivo énfasis.
Algo me dice que para convivir unos meses con usted hay que ser de una madera maciza, de una estructura de esas que ya nadie hace; hoy es todo durlock y cartón pintado.
Ah, un amigo al entrar a un boliche tipo top de mi ciudad donde el porcentaje de prótesis sobre senos es altísimos suele decir "es la hora de las gomas". Claro que algunos tragos más tarde, casi al concluir la noche tenemos que aceptar que "es la hora de la mago. La ma' gordita que ande perdida"
Un saludo para usted.
*mr. kint! estar conmigo es una experiencia traumática y extenuante. se lo digo porque a mí me pasa. lo saludo.
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