6.11.13

La vida continúa


         Murió el papá, el papá de Mariana.
Mariana era mi novia, vivía conmigo hacía casi seis meses, así que las cosas pronto tendrían que empezar a fallar. Lo bueno dejaría de ser tan bueno, lo malo se volvería muchísimo más malo. Lo normal, la vida.
         Pero por el momento Mariana vivía conmigo, y nos gustaba coger y quedarnos después de la cena juntos, despiertos, mirando cualquier cosa por la televisión mientras terminábamos el vino. Desayunábamos en silencio. Un rato, durante la noche, dormidos, nos abrazábamos.        
         El papá de Mariana tenía setenta y ocho años, hacía mucho, más de diez años, que vivía en Ostende. Le gustaba andar en bicicleta, y tenía un perro, un ovejero alemán que se llamaba Walter. Había sido (el papá de Mariana, no el perro) marino mercante.
         Acompañé a Mariana al velatorio, lo habían traído, al hombre, a Buenos Aires. Tenía cáncer de pulmón, y prefirió no tratarse, eso me había contado Mariana. Prefiero seguir fumando, había dicho el hombre, alguna vez, cuando le preguntaron. Y se había quedado en Ostende, jugando al dominó con sus amigos, yendo a pasear con Walter cada mañana.
         La sala de velatorios era una clásica sala de velatorios. Al papá de Mariana lo velaban en el primer piso, había otro velatorio en planta baja. Hasta cuando te morías te tocaba estar con gente que no conocías, compartir el espacio. No sé por qué pero eso fue lo que pensé, no pude evitarlo.
         Había venido gente a despedirse, claro. La ex esposa del papá de Mariana, o sea la mamá de Mariana. Los cuatro hermanos de Mariana, tres mujeres y un varón, con sus familias, menos la más jovencita que estaba sola y parecía fumada, aunque podía bien ser el efecto de la tristeza. Había parientes, más parientes, algún amigo, primos. Como treinta personas, tratando de no moverse mucho dentro de la pequeña sala.
         Mariana se había puesto de pie y había entrado por un momento a la salita contigua, donde estaba el cajón. Se había quedado ahí, con una mano sobre el féretro. En silencio.
         –¡A ver, todos! –dijo, se asomó, se afirmó bajo el marco de la puerta, aplaudió, dos veces– ¡Quiero decir unas palabras!
         No la tenía en esa faceta, pero eso era normal también. Ante el contacto más o menos directo con la muerte, están quienes se ponen locuaces o particularmente melancólicos, algunos tienen arrebatos  de euforia, otros caen sentados por sus propios recuerdos, como si hubieran recibido una trompada. Ante el enigma de la muerte, ante lo que no podemos explicar ni conocemos, todo vale.
         Alguien tosió. Dos o tres personas se pusieron de pie. Alguien que fumaba en el pasillo dio la última pitada y asomó la cabeza en la sala.
         –Están acá –dijo Mariana–, para despedir a Alberto. Mi padre.
         Se hizo un silencio, Mariana pareció juntar fuerzas, tomar aire.
         –Hay algo que nunca conté, porque me prometí no contarlo –dijo Mariana–. Mi papá, Alberto, el hombre que todos ustedes conocen, era un hijo de remil putas. Alberto me violó, cuando yo era una nena, cuando mi papá era para mí la persona más importante del mundo y yo no podía defenderme. Me violó cuando yo tenía nueve años, y siguió violándome, regularmente, los domingos, durante años.
         –Vos dormías la siesta, mamá –dijo Mariana y señaló a su madre–. Mientras Alberto me manoseaba, me metía los dedos, me obligaba a que se la chupe. Después me cogía. Yo me tenía que dejar para que él no te pegara a vos. Para que no las viole a ustedes, me amenazaba –apuntó, con el mentón, al sector donde estaban sus hermanas.
         –Pero no puede ser –dijo un señor de lentes, con bastón. Era el hermano de Alberto.
         –¡Callate, pelotudo, vos no sabés nada! –dijo Mariana. El hombre pareció sentirse mal, trastabilló. Tuvo que sentarse.
         –¡Así que ya saben! Este hombre que ustedes están recordando con cariño, era una basura, un pervertido que me cagó la vida. Me cogía y después me daba una palmadita, me decía ‘muy bien, muy bien, vos sos mi preferida’. Por eso se fue a vivir a la costa, porque cuando crecí no pudo soportar tener que mirarme a la cara. Nunca lo dije, cargué con esto. Siguió la vida. Ahora ya está, ahora ya no importa. Ahora lo saben.
         Tuvo un sollozo, Mariana, un acceso de llanto. Fui a su encuentro, me abrazó. Alguien gritó ‘¡no!’, se cayó una silla. La mamá de Mariana se agarraba la cabeza con las dos manos, como si tuviera miedo que la cabeza se le pudiera caer y rodara por el piso.  
         –Necesito fumar un cigarrillo –me dijo al oído–. Llevame abajo.
         Estábamos en la calle, Mariana pitaba. Le pasé la mano por la frente, le acaricié el pelo.
         –No sabía –dije, apoyado contra el lateral de un automóvil, los brazos cruzados–. Jamás dijiste nada. Qué tremendo.
         –Es todo mentira –dijo Mariana, sonrió. Tiró el cigarrillo y me apretó, por un momento, con dos dedos, con los internos y flexionados laterales de los dedos mayor e índice de la mano derecha, la nariz. Y dio un pequeño tirón, como si me estuviera acomodando, la nariz, en la cara.
         –¿Eh?
         –Es mentira –repitió, lanzó un soplido–. Pero mi papá tenía un regio departamento en Pinamar, debe haber varios en la cola para repartirlo. Con esto me van a tener en cuenta, el viejo lo hubiera entendido perfectamente. Algo me van a tener que tirar, no se van a poder hacer los pelotudos.

7 comentarios:

Pipipi 7 dijo...

jajaja, la viveza criolla.

J. Hundred dijo...

*nele! claro que sí. y quizás algo mucho más complejo, y más triste también. la saludo con interés.

Juan Sebastián Olivieri dijo...

La realidad desconocida de la compañera es una decepción mucho más fuerte que la historia. Es irrecuperable, mucho me temo.

Dany dijo...

La vida continúa..eso si tropezando a cada rato. Y que fue de la vida de Walter?

J. Hundred dijo...

*juan sebastián olivieri! estimado, no se me ocurre mucho para decirle. permítame obsequiarle entonces este fantástico poema (la hora de los magos, jorge de la vega). solía recitarlo el señor federico manuel peralta ramos, y era una delicia. lo saludo con afecto.

Es la hora de los magos,
todo de golpe es perfecto
y todos por fin consiguen
lo que siempre fue su sueño

Una casa para el pobre,
el rico fama y talento,
el chico se vuelve grande,
la delgada saca pecho

Cada terreno baldío
crece con un rascacielos,
en los platos hay manjares,
cada hueso con su perro

Es la hora de los magos,
todo de golpe es perfecto

Cada bruja con su escoba,
cada cura con sus rezos,
cada loco con su tema,
cada vieja con su viejo

Manos para cada calle
y piernas para los rengos
Y en cada rincón del mundo
se hace cierto el Padre Nuestro

La redención de la carne,
resurrección de los muertos
y el perdón de los pecados
han sido todo un suceso

Nadie mas trabaja nunca
si no lo hace como un juego,
hay regalos a patadas
y se libera a los presos

No hay mas disturbios raciales,
baja el dólar, sube el peso,
si alguno quiere morirse
debe esperar a ser viejo

Se acabó la guerra fría
y empezó la de los besos
y la luna, de repente,
se hizo de miel en el cielo

Y es muy fácil comprobar
que es verdad lo que les cuento
pues quien canta esta canción
es mudo de nacimiento

Es la hora de los magos
todo de golpe es perfecto

http://www.youtube.com/watch?v=_vIcat-fiTA

*dany! por un momento. para el despreocupado lector, para el ocasional cyberbolastrún que visite estas mustias playas, puede parecer que su pregunta es de una imbecilidad rayana con lo absoluto. pero fíjese que no, porque todos van por la herencia, por el departamentito en pinamar, y acá de lo que estamos hablando es de un mundo muchísimo más amable, donde alguien se quiera quedar con el pobre perro. lo saludo sin excesivo énfasis.

Mr. Kint dijo...

Algo me dice que para convivir unos meses con usted hay que ser de una madera maciza, de una estructura de esas que ya nadie hace; hoy es todo durlock y cartón pintado.

Ah, un amigo al entrar a un boliche tipo top de mi ciudad donde el porcentaje de prótesis sobre senos es altísimos suele decir "es la hora de las gomas". Claro que algunos tragos más tarde, casi al concluir la noche tenemos que aceptar que "es la hora de la mago. La ma' gordita que ande perdida"
Un saludo para usted.

J. Hundred dijo...

*mr. kint! estar conmigo es una experiencia traumática y extenuante. se lo digo porque a mí me pasa. lo saludo.