12.11.13

Pescadito


         Se llamaba Martín Pedrazzi, pero le decían ‘Pescadito’.
         Yo trabajaba en una casa que vendía todo tipo de envases de plástico, artículos de cartón, bolsas de polietileno, un local que quedaba sobre la calle Velasco. Viste cómo es, estás todo el día ahí, doce horas, te terminás conociendo con todos. Los pibes que laburan de cadetes en otros negocios, las chicas que atienden en los mostradores y salen a fumar, alguna que va al kiosco a comprar un alfajor y se queda a charlar un poco.
         Pescadito estaba siempre ahí, sentado en la calle, desde muy temprano. Podía ser un mendigo, y de hecho estaba en el límite, pero no era un mendigo. No pedía.
         El pibe estaba ahí, prolijo, muy prolijo, parecía recién bañado, con el cabello húmedo peinado con raya al costado. Flaco, desgarbado, con los hombros un poco echados hacia delante. Los ojos como salidos de las órbitas, pero apenas, una suerte de exoftalmia. La cristalina mirada observándolo todo, como si en verdad algo interesante estuviera sucediendo.
          Respetuoso, con la voz muy bajita, apenas un murmullo, se ofrecía para hacer algo, cualquier cosa. Se ofrecía a lavarle el auto al dueño de la farmacia, se ofrecía a ayudarte a descargar el camión que llegaba con la mercadería, se ofrecía a ir al bar y traer los almuerzos, se ofrecía para hacer trámites bancarios.
         A fuerza de estar, de insistir, se había ido ganando un lugar. En el barrio lo conocían todos, sabían que cuando llegaran al negocio ya iba a estar ahí, en el edificio de mitad de cuadra, sentado en los escalones. Esperando.
         –Qué hacés, Pescadito –le decía el mozo del bar–. Alcanzale este café a Salomón, que no se te caiga.
         –Eh, Pescadito, tomá. Traeme dos alfajores Fantoche triples del kiosco, de chocolate, y pilas para el control remoto. Quedate con el vuelto.
         –Pescadito, ¿me lustrás los zapatos que están hechos un asco? Y fijate si en la zapatería no tienen cordones.
         Y allá iba, Pescadito, a cumplir con el encargo. Inmutable, con una semisonrisa tatuada en los labios, lento el andar.
         Acá viene el asunto, ya llegamos. Le decían ‘Pescadito’, a Pescadito, porque el tipo de la pescadería una vez había salido a la vereda, y le había preguntado al muchacho qué quería para el almuerzo. La intención, claro estaba, era darle comida, alimentarlo. En la pescadería, que se llamaba Ultrafish, tenían de todo. Vendían filetes de merluza ya hechos, a la milanesa, ensaladas de frutos de mar, latas de palmitos también, calamaretis fritos, no sé, brótolas, besugos, abadejos. Rabas.
         –No sé –había respondido Pescadito–. Pescado.
         Así que el dueño de la pescadería que se llamaba Ramón, había salido con un pescado, una brótola entera, con cabeza y todo, sosteniéndola de la cola, y la había puesto a la altura de la cabeza de Pescadito. Era una broma, claro.
         –Gracias –había dicho Pescadito. Había agarrado el pescado con las dos manos, y se puso a comerlo. Daba pequeños mordiscos sobre el lomo del pescado crudo, ante la atónita mirada de Ramón que pensaba que el muchacho le había seguido la broma y lo estaba cargando.
         Pero no, Pescadito siguió comiendo, despacio, concentrado.
         Corrió la noticia, se supo enseguida. Todas las mañanas, Ramón le daba a Pescadito alguna tarea, acomodar las bolsas de hielo, cargar los desperdicios en el camión que pasaba a retirarlos, ir a pagar algo. Y al mediodía, Ramón le daba al chico algo de comer. Algo que podía variar pero siempre era crudo. Pescado.
         Y Pescadito, que para ese entonces ya había sido bautizado Pescadito, comía sentado en el cordón de la vereda, alguien le ofrecía un vaso de gaseosa o un poco de jugo, él también lo aceptaba.
         Algunos de los muchachos cada tanto le preguntaban, cómo podía comer eso, pescado crudo, pero Pescadito se los quedaba mirando. No contestaba.
         Era un enigma. Pescadito estaba sano, sonriente, tenía fuerzas, parecía más o menos normal, hablaba poco, siempre dispuesto a realizar cualquier tarea. Con entusiasmo. Lo único que comía era pescado crudo. No mucho, un par de pejerreyes, una merluza, trillas, a veces, una porción de salmón blanco.
         Y entonces vino el día. Un diluvio. Diciembre en Buenos Aires, un calor imposible, más de treinta y cinco grados. Estaba terminando de ordenar unas cajas, el cielo se puso negro. Se largó a llover mal, viste como es. La ciudad se inunda, sube el agua a las veredas, la gente se pone más fastidiosa que de costumbre, creen que va a granizar, que se les va a hacer moco el auto. Les meten presión en las noticias, les dicen que viene un tifón o un tornado, hay que llenar el espacio con algo.
         Llovía y llovía y parecía que no iba a parar nunca. El agua rebalsaba de las alcantarillas, subía a la vereda, el cielo había bajado la cortina, como si fuera de noche.
         Con el pretexto de evitar que el agua entrara al negocio, agarré un secador de piso y salí del local, a fumar un cigarrillo. Me gustaba ver llover desde que era chico, lo que equivalía a decir desde siempre. Me sigue gustando.
         Entonces lo vi, a Pescadito. Mi primera sensación fue que se había tropezado, porque estaba como acostado, boca abajo, en el medio de la calle. Temí que se hubiera lastimado.
         –¡Eh, Pescadito! –dije, y ya estaba por ir a ayudarlo a levantarse. Pero me di cuenta que no, que no se había caído. Porque se estaba moviendo, como si ondulara, sumado a laterales movimientos de su cuerpo, ágiles y precisos. Nadaba, Pescadito, iba nadando entre los autos.

13 comentarios:

Juan Sebastián Olivieri dijo...

Estos escritos son una delicia. Felicitaciones Juan.

Viejex dijo...

La verdad es que si, da gusto leer algo así. Cuando sea grande quiero escribir como usted.
Saludos, Hundred.

J. Hundred dijo...

*juan sebastián olivieri! yo le agradezco la cortesía, y lo saludo.

*viejex! por favor no se ofenda, usted me va a saber entender la extrapolación, la analogía. es como cuando uno concurre a fornicar con una prostituta y la mujer le dice, a uno, que nunca vio un pito tan largo, o tan grueso, que nunca la cogieron así. y uno sabe, uno no puede no saber, que es mentira. pero igual hace bien. lo saludo.

Yoni Bigud dijo...

Gran escrito el suyo. No tengo mucho que comentar sobre la historia en sí, es una de esas piezas que gustan o no gustan sin más. Es la estética, no el pescado crudo.

Refulgente, una vez más.

Un saludo.

J. Hundred dijo...

*yoni bigud! por la virgen que llora lágrimas de campari! pensé que me había abandonado para siempre. es que me abandona tanta gente, que a veces me confundo. le diría que ser abandonado es una de las cosas más interesantes que me han sucedido. a veces llamo a alguna chica que conocí, sólo para pedirle que me abandone otra vez. lo saludo con respeto.

Pipipi 7 dijo...

el tema de la lluvia es terrible, cómo pone la naturaleza al hombre en un lugar tan indefenso. ojala se la respetara tanto siempre.
los pone a todos mirando la tv aterrorizados a ver si van a volar vacas. que boludos.
no hay nada mas lindo que la lluvia, y más cuando uno se lo toma des preocupadamente. a mi también me gusta escuchar la lluvia. y mas desde la cama.
saludines y abrasoles!

J. Hundred dijo...

*nele! sacando el whisky y coger, caminar bajo la lluvia es una de las cosas que más me ha ayudado en todos estos años. le mando un beso en la frente.

Mr. Kint dijo...

Qué puta sensibilidad la suya, Hundred. No tengo mucho más que decirle. Una belleza.

Un afectuoso abrazo.

Ah, no sé por qué me dio ganas de escuchar el tema de Alberto Cortez ("y los demás, quedaron en el suelo guardando la cordura". Uno de los pocos artistas de La Pampa que se me vienen a la mente junto con Bustriazo Ortiz.
Referencia 1.
http://www.youtube.com/watch?v=CXQ0t1mkxVY

Referencia 2.
tan envidiada de qué sombras la tierra ardía huesolita
la siesta ardía melodiosa tan como ibas tu sonrisa era
una piedra arrobadora y era otra piedra mi costilla
dulcequeamarga solasola cuajada de alta pedrería eran
tus voces tan palomas eran tus manos piedras finas
guitarra tan azuladiosa eras la piedra que acaricia pie-
dra te ibas quién te roba última brisa de la brisa o
flauta mía o leja y rota tan huesolita que te ibas tan
de la gracia mucha y poca si cuando vuelvas ves mis
días oh piedra llena llaga
hermosa!

J. Hundred dijo...

*mr. kint! me gustaría conocer el siguiente coeficiente: gente que conoce a bustriazo ortiz / gente que conoce a lady gaga. me parece que por ahí podríamos comenzar a entender el matemático significado de la ‘asíntota’ (no confundir con ‘así, tonta’). lo abrazo con efusividad.

Serendipity dijo...

Que bella historia, gracias por pesacadito......vivo cerca de la calle velazco que asi fue como leer una leyenda del barrio jejej!

Serendipity dijo...

Bella historia, bella narracion, y sumado a que se cita a la calle de velazco de mi barrio es combo perfecto, gracias por esta historia..

Serendipity dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
J. Hundred dijo...

*serendipity! todos tendríamos que agradecerle a los pescaditos de este mundo. la saludo.

*serendipity! hay un libro, un libro que todavía no escribí, pero que se llama ‘la importancia de la calle velazco’.

*serendipity!