12.9.13

Está despedido


         Estaba sentado en la oficina, no, no importa qué oficina. Microcentro, mirando por una ventana que no daba a ninguna parte, una ventana que parecía decir que el mundo iba a ser gris por los siglos de los siglos amén (hey, men). Once y veinte de la mañana, martes.
         Vi venir caminando a Aristizábal por el pasillo. Peinado para atrás, con gel, una camisa con sus iniciales bordadas, ‘AAA’. Andrés Alejandro Aristizábal, Gerente Regional de Operaciones. El pasillo daba al ascensor, también daba a la Gerencia de Finanzas.
         –Ey, Hundred –tardé en reaccionar, en levantar la cabeza. Trabajaba, yo, en el banco, desde hacía cuatro años. Aristizábal me había hablado dos veces como mucho, una para señalarme que yo tenía un pedacito de lechuga en la mejilla. Había bajado a comer un pebete de milanesa con lechuga y tomate, a la calle, de parado. Si no fumás (yo sólo puedo fumar de noche, no sé, para mí fumar es un acto privado), si no te gusta pajearte en un baño mientras en los cubículos de al lado se oyen ruidos de gente defecando, comer termina siendo una de las pocas válvulas de escape. La otra vez fue para decirme que me estaba quedando pelado, que eso parecía–. Te llama Passimeni.
         –¿Eh? –dejé la birome, estaba revisando una planilla de cuentas corrientes, y se me perdían los números en la pantalla–. Perdón, estaba distraído.
         –Sí –se rió, Aristizábal, miraba su nuevo reloj, parecía un Omega. Sentía, Aristizábal, que su reloj no sólo decía la hora, sino que decía, al mismo tiempo, quién era él en la pirámide social. Buen reloj–. Te llama Passimeni, que subas.
         –Señor –dije–. Passimeni es el Director General del banco. No debiera saber que existo.
         –Es verdad, es verdad –se rió, Aristizábal, y levantó un poco un costado de la boca, como si todo mi ser no fuera mucho más que un sorete de perro todavía fresco–. Pero pidió por vos. Me dijo que subas.
         –¿Ahora? –pregunté.
         –Sí, ahora. Subí a ver qué rompiste.
         –Bueno, ahí voy –grabé la planilla para no perder los cambios, me puse el saco.
         Fui hasta el ascensor, último piso. El botón decía ‘Directorio’.
         –Soy Hundred, Juan Hundred –le dije a la secretaria que me miró como si fuera un tampón usado. Muy rubia, muy puta, con pinta de saber que chupar la pija es un plan de carrera tan bueno como cualquier otro–. Me dijo el señor Aristizábal que el señor Passimeni pidió por mí. Quizás se trata de un error.
         –A ver, esperá –me señaló con el mentón unos silloncitos, pero yo no me senté. Me quedé parado, mirando los cuadros. Cuadros que no significaban nada, pintados por pichones de Rothko, brochazos gruesos, rectangulares, manchas. Yo podría pintar cuadros así, con la poronga, después de meter la poronga en distintos frascos de mermelada, en frascos de mermelada de distintos sabores, sin mayores dificultades.
         –Sí –dijo la secretaria, y sonrió–. Dice Passimeni que pases.
         Empujé la puerta más pesada del mundo. Entré.
         –¿Hundred, no? –dijo Passimeni de espaldas, contemplaba el río a través del inmenso ventanal, las manos en la nuca. Giró su silla, se puso de pie, tuvo que caminar unos buenos nueve pasos para poder recorrer el perímetro de su escritorio, y entonces saludarme. Nos dimos la mano–. Siéntese, por favor. Ah, está despedido.
         –Señor –dije–. Debe haber un error. Usted ni me conoce, trabajo en cuentas corrientes. Soy asistente, a veces escribo algunos informes.
         –Le estoy diciendo, Hundred, lo que pasa –se sentó en una suerte de living, unos simpáticos sillones individuales  que olían a cuero, a campo, a vacas pastando. Tomó una botellita de agua mineral importada de una mesa muy bajita, se sirvió, agua, en un vaso–. Usted está despedido. Vaya a recursos humanos y pida por María Benarza, ella está al tanto de todo. Lleve esta tarjeta de mi parte (tomó la tarjeta, la dio vuelta, escribió un ‘3’, hizo un gancho), la indemnización será el triple de lo normal.
         –No entiendo. ¿Por qué me echa?
         –Sí, claro –se echó hacia atrás, Passimeni, en el sillón, suspiró e hizo una mueca de incomodidad, como si tuviera gastritis, o hemorroides, o algo en el cuello, algo que lo molestara todos los días y a cada momento–. Usted pretende una explicación.
         –Si puede –dije–. No recuerdo haber recibido ninguna queja, y mi trabajo es, por decirlo de algún modo, irrelevante. Gano poco, además, no molesto a nadie.
         Levantó una mano, Passimeni, indicando que le aburría el mundo en general, y escucharme en lo particular. Hice silencio.
         –Hundred, como usted bien sabe, la gente de sistemas, está básicamente para hacer espionaje interno. Pinchan teléfonos, voltean mails, cada computadora es en realidad un ojo, un ojo nuestro. A quién odia un empleado, con quién chatea, si roba, si cambia el auto.
         –Entiendo –dije.
         –Bueno –prosiguió, Passimeni–, a mí me hacen llegar un informe quincenal, de rutina, quién coge con quién, quién se peleó con quién, si alguien se puso un kiosquito. Después hay requerimientos especiales.
         Tomó agua, me señaló una heladerita de puerta transparente donde había gaseosas y jugos, negué con la cabeza.
         –El asunto es que llega el informe, no se olvide que tenemos más de dos mil empleados –dijo–. Y salta su caso.
         –¿Mi caso? –me señalé el pecho con un índice.
         –Sí, Hundred, su caso. Chequeo el informe, de sistemas. Pido que lo amplíen, que me den un informe general, suyo, en profundidad. Nada.
         –Nada –repito yo, esperando, por insondables misterios de la física, que nada signifique algo.
         –Nada, Hundred –Passimeni se pone de pie, resopla. Aplaude, un solo aplauso, como si estuviera llamando a alguien, pero no, no está llamando a nadie, y nadie viene–. Usted no ve pornografía. Usted no baja música. Usted no chatea, no tiene twitter ni facebook.
         Hace una pausa. Me mira.
         –La pregunta –sigue, Passimeni–, es qué carajo hace todo el día acá adentro. Algo muy malo sucede con usted, no sé, podría estar pensando. La empresa no se puede dar semejante lujo, no podemos correr esos riesgos.

14 comentarios:

Viejex dijo...

Su relato me recordó un cuento, una fábula medio en joda, acerca de un pájaro que se estaba muriendo de frío y lo cagaba una vaca y así sumergido en la bosta se salvaba de morir congelado, hasta que apareció un águila, creo, y lo sacó de ahí para morfárselo.

La moraleja decía algo como que no siempre el que te caga te perjudica, ni el que te saca de la mierda te está haciendo un favor.

Lo que quiero decir es que Passimeni quizás no sea tan malo como usted piensa.

Mateo dijo...

Yo también lo hubiera despedido. Es obvio.

Mateo dijo...

No sé dónde cocha se pone para seguir el blog este..

J. Hundred dijo...

*viejex! es bien probable lo que usted dice. y es más probable todavía que, si escucháramos hablar a passimeni un domingo, en una reunión social, afirmaría que está educando a la gente, enseñándoles la lógica del esfuerzo, cómo llegar a ser alguien en la vida. en definitiva, dada su situación vital por decirlo de algún modo, passimeni cree que tipos como él mejoran el mundo. de más está decir que passimeni es una mierda humana, y que todos llevamos un passimeni adentro. también hay gente que parece buena, y es, en muchos casos, que no han tenido la oportunidad de mostrar lo basuras que son. lo saludo.

*mateo! yo diría que es más triste que obvio, pero, está claro, lo diría en defensa propia. lo saludo.

*mateo! tiene que llamar por teléfono al 0800-p-i-n-d-o-r-c-h-i-t-a. un representante de este sitio lo visitará dentro de los próximos 24 meses, para verificar si están dadas las condiciones fitosanitarias para que usted pueda seguir el blog.

Bob Harris dijo...

Como de costumbre su texto es muy bueno, pero, me pregunto… hoy, pensar es peligroso?.
El mundo se hizo inmune a los pensantes, que puede pasar? Cual es el riesgo? Un nuevo Che Guevara? Un levantamiento en la oficina? Solo si la cafetera no funciona!!
Muy Arlteanamente digo: Si pensas estas jodido! Y la gente ya se avivo.
Cordiales saludos.

J. Hundred dijo...

*bob harris! lamento coincidir con usted, pero tiene razón. permítame contarle una nimiedad, no quiero hacerle perder el tiempo. en alguna oportunidad escribí en este precario espacio un fragmento, alguna de mis clásicas incoherencias, donde más o menos terminaba afirmando que ‘si alguien se riera, adentro del subte, el subte se detendría para siempre’. intentaba describir la profunda tristeza que pesaba como una nube, lo que me sucedía a mí, cada mañana, cuando descendía a las subterráneas catacumbas para concurrir a mi cotidiano, particular, intransferible via crucis. bueno, no va que el otro día iba en subte, y justo me encontré con un amigo, un amigo de otra época. y el tipo me cuenta una anécdota, de otro amigo, un tercer amigo nuestro, sin temor a equivocarme el más sufrido, el más feo de la barra, el que peor la pasaba. he dejado de verlo hace mucho tiempo. el asunto fue que este otro amigo, logra conocer una chica. la conoce, a la chica, en un boliche, y la chica, al despedirse, al darle el teléfono, le comenta que es de castelar. trato de no aburrirlo, de resumir. arreglan para salir, y este amigo nuestro, tiene que ir a castelar. además de feo, es pobre, así que va en tren, un viernes, a la nochecita. no cubro esa línea de recorrido, pero, contado por el tipo, él mismo, más allá de las peripecias de rigor del viaje, ve, que al llegar a una estación, la gente comienza a parapetarse. algunos se ponían de rodillas y musitaban plegarias, otros se cubrían los rostros con las manos, otros se pegaban de cara a las metálicas paredes interiores del vagón, alguien sacó una estampita y la besó. a nuestro amigo, neófito por cierto en ese recorrido, se le dio por pensar ‘mirá vos, debemos estar pasando por el santuario de una virgen, la gente es religiosa, profundamente creyente. rezan’. al instante, comienzan unos sonidos, un tintineo que va in crescendo. los estaban cagando a piedrazos, al tren, al vagón, desde todas direcciones. los habituales pasajeros conocían la situación, y hacían lo que podían, como podían. se refugiaban.
bueno, este amigo me contó la anécdota del otro amigo, en el subte, y yo me empecé a reír, como un loco, como hacía mucho tiempo que no me reía.
el subte no se detuvo, por mi risa, eso es cierto. así como nada de relevancia he logrado picando esta ingrata piedra del blog, y es probable que nada cambie porque a alguien se le ocurra pensar en una oficina. hacemos lo que podemos, son las cosas en las que me gusta creer a mí. lo saludo con afecto.

Viejex dijo...

Hundred, me permite recomendarle que mire este video? Se trata de alguien que se ríe en un subte, me parece que viene muy a cuento. Son seis minutos nada más. Aunque durante los primeros dos minutos parece que no sucede nada, la acción propiamente dicha empieza al minuto cincuenta más o menos y vale la pena.

Dany dijo...

Muy cierto, las empresas no corren riesgos. La paradoja es que si alguien piensa no debería laburar en una oficina....aunque falla porque como dice ud. cada uno hace lo que puede.
Un gran abrazo.

J. Hundred dijo...

*viejex! vi el video. me gustó. lamento que la idea no se me haya ocurrido a mí. no, bueno, la idea sí se me ocurrió a mí, pero se le ocurrió a alguien más también. creo en lo que ese video representa, conste en actas. lo saludo.

*dany! pareciera que usted se siente satisfecho con una condición que podríamos denominar ‘profesional independiente’. ese insuflado grupo étnico no suele ser ninguna de las dos cosas, y por lo general, ni siquiera lo saben. quizás por eso se lo estoy diciendo. lo abrazo con respeto.

Dany dijo...

Debo reconocer que un tiempo me conformó. Ya no, y estoy viendo como me salgo. Abrazo!
Una maravilla lo de "grupo étnico insuflado"

Mr. Kint dijo...

"Levantó una mano, Passimeni, indicando que le aburría el mundo en general, y escucharme en lo particular. Hice silencio." por cosas como esas es que sigo viniendo acá a disfrutar sus pinceladas prosaicas con mucho mayor admiración e interés que las otras, digo, las que hace con mermelada y con brocha gorda... si me permite la expresión.
Un abrazo para usted.

J. Hundred dijo...

*dany! sólo por dar un ejemplo, he conocido una burra que hacía de personal trainer, sacaba a pastorear a un par de veteranos para que bajaran de peso. la piba, profesional independiente por cierto, me hablaba sobre su rol en el planeta tierra como si hubiera escrito ‘la montaña mágica’, pobrecita. un abrazo.

*mr. kint! por lo general, la gente pasa por estas precarias playas con la única intención de verificar que me estoy secando como un ficus. que nunca fui nada, y ahora, menos. como a un preso que lo visitan para entrevistarlo o hacer beneficencia, a mí igual me parece bien. un abrazo.

Pipipi 7 dijo...

–Señor –dije–. Debe haber un error. Usted ni me conoce, trabajo en cuentas corrientes. Soy asistente, a veces escribo algunos informes.


Menos mal que te echaron, che. Si veías eso tan triste de vos...jajaja
y qué viejo puto, le rompería la mandíbula a toda esa clase de gente, bassssura de la alta suciedad.

J. Hundred dijo...

*neleb! tengo una pobrísima opinión de mí mismo. y una opinión peor aún, de todos los demás.