15.12.12

Que Dios te ayude


         Mi amigo Martín iba manejando un automóvil, cuando chocó. Hasta acá todo más o menos normal. Quiero decir, es domingo a la mañana, vas manejando tu automóvil, y chocás.
         Pero.
         Martín no iba solo en el auto. Martín iba con su padre. El padre de Martín tenía un almuerzo en Pilar, y Martín le había dicho que no se hiciera problema, que él lo alcanzaba.
         –No te hagás problema, yo te alcanzo –le había dicho Martín a su padre.
         La idea de Martín era dejar a su padre a eso de las once de la mañana, para luego irse a jugar un partido de fútbol con sus amigos, por el Tigre.
         Pero chocó, Martín, en la ruta. Se rozó con otro auto, a 140 kilómetros por hora. Volanteó, tocó el freno involuntariamente. Y volcó.
         No le pasó nada, a Martín, tenía puesto el cinturón de seguridad, y además tuvo suerte. Pero el padre de Martín se golpeó feo la cabeza. El padre de Martín quedó en coma.
         Pasaban los días y el papá de Martín no se despertaba. Los médicos le dijeron, después de una semana, que era muy probable que el papá de Martín se muriera.
         Era viudo, el papá de Martín, y Martín supo que si hubiera tenido que mirar a los ojos a su madre y decirle algo, ensayar una explicación, no hubiera podido.
         Mientras tanto todos consolaban a Martín. Había testigos, el otro auto, un Peugeot manejado por un chico muy jovencito, había hecho una absurda maniobra tratando de rebasar al auto de Martín por la derecha, justo cuando Martín se abría para dejarlo pasar.
         La esposa de Martín, el hermano de Martín, los amigos de Martín, todos le decían a Martín que no había sido su culpa.
         Martín andaba desesperado, hacía las interminables guardias en terapia intensiva del Fleni, seguro que saldría un circunspecto médico a las cinco de la tarde a darle el parte, a decirle que su padre había muerto, y entonces Martín no podría soportarlo. Sencillamente, no iba a haber forma de soportar eso.
         Fue a una sinagoga, Martín, olvidé mencionar que Martín era judío. Fue a una sinagoga y habló con un rabino, de cualquier cosa, de ver crecer a los hijos, de para qué habíamos sido puestos sobre la faz de la tierra, de los árboles y las flores. Habló con un rabino de barba blanquísima, que lo escuchó en silencio. Después, se quedó sentado un rato largo, Martín, rezando. El rabino se acercó, y por un instante, le puso una mano en el hombro. Rezó, Martín, rezó mucho, rezó sin saber rezar, Martín no tenía la más mínima formación religiosa. Martín, que jamás había creído en nada, rezó, y lloró también. Prometió que si su padre se salvaba, abrazaría la religión con todas sus fuerzas. La religión sería su vida.
         Y el papá de Martín, pasados diecisiete días del accidente, abrió los ojos. Se incorporó en la cama y dijo que tenía sed. El padre de Martín vio a Martín y sonrió. El padre de Martín, para sorpresa de los médicos, viviría.
         Y Martín se hizo religioso. Comenzó a ir al templo, todos los días, a la mañana, y a la noche. Cambió su vestimenta y sus hábitos alimentarios. Martín comenzó a donar el cincuenta por ciento de sus ingresos, al templo, al templo que había ido, y a otros templos también. Martín no quiso jugar más al fútbol con nosotros. Tampoco quiso volver a coger con su secretaria, nunca más asado, ni un cigarrillo, ni pizza. Su compromiso era con Dios.
         Pasaron los años, con la particular indolencia que suelen tener esos fenómenos.
         El padre de Martín, que ya era grande, se puso más grande. Le descubrieron un problema en un pulmón. Cayó en terapia intensiva, y la cosa se agravó. Ahora sí, el papá de Martín se moría.
         Martín fue a la sinagoga, no a la de siempre sino a otra sinagoga, porque al rabino que aquella vez del accidente lo había atendido a Martín, lo habían cambiado de zona.
         Martín pidió verlo, al rabino. El rabino estaba más viejo, con la barba más blanca todavía. Caminaba muy despacio, dando cortos pasitos.
         Martín le dijo al rabino que su padre se había enfermado, su padre se moría.
         El rabino lo miró, detrás de sus lentes sin marco, en silencio. Bebió un sorbo de té.
         –Nada –dijo Martín–, venía a decirle que el pacto que hice con Dios aquella vez, vence con la muerte de mi padre. Voy a volver a tomar vino, a comer asado, a coger. Me pareció correcto venir y avisarle.

10 comentarios:

A.Torrante dijo...

Algunas veces me pregunto porque lo leo. Acabo de recordarlo. Va a mis Mejores Cuentos, pensé que debía avisarle.

Dany dijo...

Tan correcto Martín. Igual se comió unos cuantos años sin vivir como casi la mayoría de nosotros. Abrazo!

Había otro relato suyo un tipo al que le ponían los cuernos y iba a un templo......¿ recuerda el título así lo releo?

J. Hundred dijo...

*a. torrante! algunas veces, yo me pregunto por qué escribo. otras veces, me pregunto de qué gusto voy a pedir las empanadas, a la noche, o la pizza. también hay veces donde me pregunto si voy a volver a coger, a ver el mar, esas cuestiones. lo mío es muchísimo más existencial de lo que parece.

*dany! soy una de las pocas personas que mejora hasta cuando se repite. conste en actas. lo saludo.

A.Torrante dijo...

And then some...

Br1 dijo...

El que avisa no traiciona. Muy bueno tu blog. Saludos.

Viejex dijo...

Cuanta verdad hay en este relato! La culpa puede ser tan poderosa como el mismísimo fuego. Saludos, Hundred.

Bee Borjas dijo...

Ahora comprendo el motivo por el cual no suelo prometer nada... Será fatalismo? No sé. Pero lo que tiene que pasar, inexorablemente pasa.
Buen relato. El final tiene un gesto de caballerosidad sutilmente irónica.
Saludos!

J. Hundred dijo...

*a. torrante! que nos vaya bien a todos.

*br1! lo interesante, lo sutil, quizás lo divertido, es que martín piensa que a Dios le interesa, lo que él diga o decida. lo saludo.

*viejex! los actos de los hombres no merecen ni el fuego ni los cielos, dijo el venerable ciego. lo saludo.

*bee borjas! usted dice ‘cabellerosidad sutilmente irónica’. oiga, le pido por favor que no me adjetive así en la cara. la saludo.

Mr. Kint dijo...

Creo que hablo en nombre de todos si digo que de este relato nos llevamos la tan elemental como huidiza enseñanza que dice "jamás rebasarais un vehículo por el carril derecho".(a menos que estés en un país de herencia británica).

Iba a decirle otra cosa: que usted ha estado muy bien; pero a diferencia suya yo no me repito de manera tan genial (y ya lo felicité varias veces por su inagotable don)
Saludos, un abrazo.

J. Hundred dijo...

*mr. kint! creo, se me da por pensar, que este sitio no ha sido mucho más que eso, brindar un poco de educación vial para la monada. no menos cierto es que lo he hecho siguiendo aquel sarmientino verso: con la pija, con la pluma y la palabra. lo saludo con respeto.