25.3.12

Abrazar la fe

El hombre era un hombre más o menos normal. Casado, dos hijos, tenía un local de venta de artículos de limpieza sobre la calle Senillosa. Le gustaba ir a jugar al fútbol una vez por semana, con sus amigos. Después comían un asado en alguna parrilla de barrio (por lo general en ‘Los amigos’, también en ‘El 22’) recordando anécdotas de una juventud algo remota, anécdotas que no tenían por qué ser del todo ciertas.
Sus dos hijos crecían, iban al colegio, eran sanos y estaban bien educados. Su mujer daba clases de matemáticas en tres escuelas primarias, no, dos escuelas primarias y una secundaria. Él cambiaba el automóvil cada tres años, habían ascendido de Miramar a Florianópolis. A veces estaba triste, a veces soñaba con alguna aventura, a veces le dolía una rodilla. No le iba mal.
Entonces su mujer, Viviana, enfermó. Con la sutil desidia que tienen estas cosas. Viviana se sintió mal. Decía que estaba cansada, que le costaba salir de la cama, que no podía arrancar.
Pensó que era una anemia. Viviana se cuidaba desde siempre con las comidas y hacía gimnasia para estar bien, para no engordar.
Pero no. Fue al médico, al médico de siempre. La mandó a hacer un par de análisis. Tenía una leucemia fulminante, Viviana, había que hacer quimioterapia, había que tratarla con todo lo que la medicina moderna tenía para echarle encima, pero las posibilidades eran mínimas. Viviana estaba mal.
Así es como se desmorona el castillo de mermelada de una vida, pensó Ernesto, que era el marido de Viviana. Casi veinte años juntos, construyendo algo bello, y páfate, un análisis de sangre dice que todo se termina. La tristeza lo tapó como un mar.
Viviana quedó internada, después de la segunda sesión de quimio, su cuerpo no resistía la batalla que se libraba en su interior. Ernesto, que se pasaba el día corriendo entre el negocio y el hospital, un día, pasó por una sinagoga. Olvidé decir que Ernesto había nacido judío. Jamás había tenido la más mínima formación religiosa, pero esa era su religión, por nacimiento.
Entró a la sinagoga, Ernesto, y pidió hablar con el rabino. Estaba desesperado, Ernesto, no daba más.
El rabino lo hizo pasar a una salita, le dio un poco de té, se sentó a escucharlo. Habló, Ernesto, habló y habló y sintió que mientras hablaba se vaciaba, dijo que había sido una mala persona. Lloró, lloró como un chico, prometió que si Viviana se salvaba se volvería a Dios, abrazaría la religión con todas sus fuerzas. Viviana no debía morirse, ahora Ernesto comprendía que, sin Viviana, su vida no tendría sentido.
Y Viviana se salvó. Como ocurren los milagros, en silencio, abrió los ojos una mañana de domingo. Soportó el tratamiento, la leucemia dejó su sangre en paz. Volvió a casa, caminaba un poco más cada día, le comenzó a crecer el cabello, volvió a sonreír.
Ernesto abrazó la religión con todas sus fuerzas. Dios había oído sus súplicas. Comenzó a ir al templo, primero los sábados, luego tres veces por semana, se dejó la barba, cambió su manera de alimentarse, de vestir, siguiendo sagrados mandamientos. Dios había cumplido con él, y Ernesto estaba agradecido.
Había pasado ya casi un año. Viviana bajó un día a dar una vuelta al parque, y se paró a ver unas pulseras de plata que vendía un artesano. El muchacho era africano, senegalés, tenía diecinueve años y apenas hablaba castellano. La sonrisa blanquísima y la piel casi azul, de tan negro que era. Los modales eran suaves, con su hablar muy dulce, pausado, y la miraba, a Viviana, se quedaba mirándola con esos ojazos enormes.
Se enamoraron casi instantáneamente. El muchacho le regalaba collares que había hecho pensando en ella, y ella, todos los viernes, bajaba al parque y le llevaba comida. Algo de pollo con arroz que había sobrado de la cena, o dos porciones de tarta de verdura, una vez le preparó un bizcochuelo relleno de dulce de leche. Finalmente, el chico la llevó a la pensión donde vivía, por San Cristóbal. Cogieron, Viviana no podía dejar de acariciar ese fibroso cuerpo, muy marcado, las venas como cables, la garompa del tamaño de un antebrazo, el pausado tam tam, el sexo infinito.
Viviana se fue a vivir con el pibe, que se llamaba Mpele. Ernesto no pudo soportar la noticia. Lo que sucedía estaba muy por encima de su capacidad de entendimiento.
Volvió Ernesto, la mañana de un sábado, para hablar con el rabino. Le contó Ernesto, que su mujer lo había dejado por un africano que vendía pulseras en la plaza, un chico semianalfabeto que fumaba marihuana en el desayuno y se la cogía, a Viviana, unas rigurosas tres veces por día.
El rabino escuchaba, miraba por una ventana cómo se movían las copas de los árboles, bebía su té. De vez en cuando asentía.

10 comentarios:

Dany dijo...

Muchas veces me toca encabezar la saga de comentarios con lo que eso implica. Pero no tengo dudas. El estilo de tus relatos me atrapa y me gusta. Más allá de tus respuestas que ponen una distancia sin duda deseada por vos. Te mando un abrazo!

Anónimo dijo...

Vecino mío resultó el garompudo.

A.Torrante dijo...

J.Hundred!!

Mar dijo...

Estoy sentada en Las Violetas disfrutando de mi chocolate con strudel y me rio, me rio mucho, me rio mal por su post y la gente me mira.

A la Divinidad, como a las mujeres hay que irles con ciertas precisiones, sino, uno tiende a obedecer y los resultados no siempre son los esperados.

Le guardo un pedacito

Yoni Bigud dijo...

La vida es así. El problema está en pensar que debe existir un equilibrio entre lo que uno hace y lo que recibe a cambio.
Si le gusta el negro, o su garompa, le gusta y punto. A llorar al campito.

Un saludo.

J. Hundred dijo...

*dany! pero viejo, falta que usted también me diga el clásico y remanido ‘y lo nuestro qué es?’. sepa que lo respeto y leo lo que usted hace. si no comento, es porque veo que lo visita cada borrica, cada inmenso pelotudo. en fin, más o menos como acá. le mando un afectuoso saludo.

*lucy in the sky! ojo con ir a pedir una taza de azúcar o un vaso de leche en camisón, porque el pibe te coge viva, eh.

*a. torrante! sí, muchas veces yo me lo pregunto. tanta gente escribiendo, toda esa gente haciendo lo mismo, y justo me viene a tocar a mí ser tan pero tan genial. sepa, si le sirve de consuelo, que ser yo es una pesada carga, pero comprendo perfectamente su malestar.

*mar! no la quiero ridiculizar, no quiero que pase vergüenza ni contar intimidades. pero usted solía escribirme cosas como ‘cuando vos digas, a la hora que digas, el día que digas, yo me presento’. y después, cuando le digo de desayunar, empieza con ‘vos sabés que primero tengo que ir a coto a comprar carne picada, no sabés lo que aumentó el queso port salut..’. ay, por dios bendito y la virgen que llora fernet.

*yoni bigud! lamento ser yo quien se lo recuerde, pero debiera usted saber que por más que le haya agarrado un ataque de mpele, por lo general, se lo percibe mucho más ernesto. todos somos ernestos, eso quise decir. un saludo para usted.

A.Torrante dijo...

Debo admitir que quedé totalmente asombrado por su inmensa capacidad de deducción sobre tan escueto comentario!

Mr. Kint dijo...

Si alguien, en su acentuada búsqueda religiosa, se entrega a deambular diariamente por Villa Crespo -no importa si sos Adán Buenosayres parado frente al cristo de la parroquia de San Bernardo o si estás en la sinagoga de la vuelta tomando un té con matzá y menos importa si te llamás Ernesto (aunque güilde refute sobre la importancia de llamarse así)-, y la jermu no demuestra el más mínimo interés en tus interrogantes espirituales y ni siquiera le lava el kipá, bue, es altamente probable que mientras uno esté buceando en las honduras del alma, su pareja se pase el día ajustandolé la cantimplora al plantel entero de Atlanta. Nada malo, incompatibilidad de propósitos, tal vez.
Entiendo que lo importante es lo que haga este hombre de ahora en adelante, digo, tras la experiencia del episodio. Puede juntarse con alguna burrita de zona norte que ande perdida entre el hinduismo bhramánico o el budismo tántrico y acompañarla en el camino... o recorrer las más ocultos piringundines del conurbano al grito de "lo conocés a Ernesto...?el que te va a meter todo esto!"
Muy bueno. Abrazo y saludos.
Ah, y el negro será un ganador pero Mpele debutó con un pibe.

J. Hundred dijo...

*

*mr. kint! no lo quiero aburrir con mi derrotero espiritual, mi tan personal como intransferible via crucis. en una oportunidad, estaba yo acodado en una barra de un precario bar del centro. debía ir por mi segundo o tercer gin-tonic, esperaba a alguien que nunca vino, y murmuré algo como ‘el hombre es una chispa entre dos nadas’. debo haber recordado la frase por algún motivo, vino a mi mente. se me acercó una mujer, algo excedida de peso por cierto, como si me fuera a pedir un cigarrillo. acercó sus carnosos labios pintados de un rosa pálido que jamás debió haber sido inventado a mi oído, y me dijo ‘mirá, yo no sé si el hombre es una chispa entre dos nadas, o si somos seres de luz. pero por trescientos pesos te pego una chupada de pija que se te van a parar los pelos de las cejas. y me podés apagar un par de cigarrillos en el culo, si querés, también’. un abrazo para usted.

Godofredo de Tolosa dijo...

Tres veces por dia el negro? Hijo de p....!!!!!