25.1.12

Una de monos

La historia es un poco difícil, lo admito. No me culpes a mí por eso, yo apenas te lo estoy contando.
Martín, mi amigo Martín, no, ese no, otro Martín, se había hecho amigo de un tipo que se llamaba Eduardo o Ernesto, no, Eduardo. Martín iba a un club de ajedrez, los domingos, a la noche, a jugar partidas rápidas por poca plata. Ahí conoció a Eduardo.
Eduardo trabajaba de guardia en el zoológico. Eduardo había estudiado para veterinario y le gustaba estar cerca de los animales. Le gustaban más los animales que las personas, eso había dicho una vez, algo perfectamente entendible.
Martín acababa de divorciarse, y estaba mal. Medio deprimido, y con unas ganas de coger tremendas. Pero Martín no sabía ni cómo acercarse a una mujer, después de tantos años de casado. Estaba fuera de forma además, algo gordo, algo pelado, en medio de un conflictivo divorcio. Una pésima combinación para conseguir mujeres, para qué negarlo.
Y se ve que Eduardo lo vio mal, a Martín, lo vio medio desesperado. Le dijo que lo fuera a visitar, al zoológico, el domingo a la mañana bien temprano.
Martín no tenía gran cosa para hacer, y se despertaba muy temprano. Le costaba dormir, andaba nervioso, asustado. Así que fue el domingo a la mañana al zoológico, a visitar a Eduardo.
Después de una breve recorrida por el zoológico donde le mostró los hipopótamos y las cebras, Eduardo lo llevó a la jaula de los monos. Los chimpancés.
–Tomá –le dijo Eduardo, y le dio un billete de cien pesos enroscado–. Acercate a ese mono que ves ahí. Decile que querés ver a Anita.
–¿Eh?
–Hacé lo que te digo. Vas a tener el mejor polvo de tu vida.
Martín pensó que Eduardo había enloquecido por completo. Jugaba bastante bien al ajedrez, pero parecía un tipo raro, se peinaba los pocos pelos que le quedaban para adelante, andaba varios días seguidos con la misma camisa (todas a cuadros, nunca una camisa a rayas), escuchaba discos de Frank Sinatra y de Tony Bennett. El zoológico estaba vacío, abría a las diez. Se escuchaba, a lo lejos, el graznido de un ave, el lánguido rugido de un desteñido león que se desperezaba y lamentaba el comienzo de otro día en cautiverio.
Martín pasó la barandita de seguridad y se acercó a los barrotes de la jaula. Frente a él había un distraído chimpancé, en cuclillas sobre el piso de tierra, contra el tronco de un árbol, partiendo una ramita, los ojos semicerrados.
–Ey –dijo Martín, y se sintió un poco tonto hablándole a un mono–. Tomá, quiero ver a Anita.
Para sorpresa de Martín, el mono se incorporó, caminó hasta los barrotes, y extendió la mano. Martín le dio el dinero. El mono agarró el dinero.
–Ahí viene –dijo el mono, o a Martín le pareció que fueron las palabras que el mono había murmurado.
Se fue caminando despacio, el mono. Se metió en una especie de cueva de piedra que había al fondo de la jaula.
Al ratito salió una mona. Con las tetas caídas, se bamboleaba mucho al caminar, parecía renguear un poco, una bobalicona sonrisa en los labios. Martín era todo curiosidad, de pie, aferrado a los barrotes de la jaula con los brazos bien altos.
La mona se acercó y sin preámbulo, como si fuera la cosa más natural del mundo, le desabrochó el cinturón, le bajó los pantalones hasta las rodillas, los desteñidos calzoncillos.
Y comenzó a chupar, la mona, el fatigado pito de Martín. Pensó en salir corriendo, Martín, tuvo miedo, pero su pito fue recibido con calidez, con inusual dulzura, con animal apetito no exento de pericia, y Martín lo necesitaba tanto que cerró los ojos y se quedó aferrado a los barrotes.
Chupó la mona, y era genial, Martín se excitó como nunca, era la sensación más placentera que él pudiera recordar en su vida.
Entonces la mona, con pornográfica destreza, dejó de chupar, hizo un giro, y se metió el pito de Martín, por detrás, en la vagina. Martín embestía, la mona empujaba hacia atrás, un furioso tam tam con los barrotes de por medio, un desconocido frenesí atravesó a Martín como un rayo.
Eyaculó. Eyaculó y eyaculó mientras colgaba con una mano de los barrotes y se agarraba con la otra mano a la rugosa y algo peluda espalda de Anita. Luego cayó, de rodillas, satisfecho y feliz. La mona le hizo una caricia en una mejilla, apenas una tierna palmadita, le sonrió en puro amarillo, y se volvió a meter en la cueva de la cual había emergido.
Martín volvió adonde esperaba Eduardo, su casilla. Eduardo estaba sentado, tomando unos mates, fumando un Parliament, analizando en el tablero un imposible final de torres donde Karpov hacía magia.
–¿Y? –Dijo Eduardo.
–Genial –Martín aceptó un mate ya tibio–. Lo mejor de lo mejor, la experiencia sexual más satisfactoria que yo haya tenido en mi vida.
Martín encontró un motivo, una nueva razón para vivir. Visitaba a la mona todos los domingos (Eduardo le había explicado que, por la rutina del zoológico, era imposible verla otro día con algún nivel de privacidad). Le llevaba chocolates con avellanas y bananas importadas de Ecuador, gaseosas con sabor a naranja, frutos secos, algo de lencería. Pero eso no le alcanzó, no le pareció suficiente. Movió algunos contactos que tenía en política, usó todo el dinero que tenía ahorrado, creó una fundación que buscaba vacunas para combatir enfermedades todavía no inventadas, sobornó funcionarios.
Finalmente, logró sacar a Anita del zoológico. Largó todo, Martín, y se la llevó a vivir con él, a una casita que tenía en Ostende. Eduardo le dijo que había enloquecido, que necesitaba tratamiento psicológico, pero él no entendía nada del amor, él qué sabía.
Se fue a vivir con la mona Anita, a Ostende. El mono Pedro, con el que él había negociado la primera vez, le avisó que no podía hacer lo que estaba haciendo. Le avisó a Martín que le habían puesto precio a su cabeza, habían contratado a un animal sicario. Lo iban a encontrar, tarde o temprano lo iban a encontrar y lo iban a matar, podía ser un perro Collie que lo mordiera de repente, o un pelícano que le arrancara los ojos a picotazos. Había barreras que no debían cruzarse, le dijo Pedro que recapacitara, que devolviera a la mona y se disculpara ante el comité de animales que se reunía una vez por trimestre, por escrito. Analizarían su caso.
A los tres o cinco meses, Martín volvió un domingo de hacer unas compras en Pinamar con la camioneta. Anita se había ido y le había dejado una nota. Había conocido a un productor de cine, paseando por la playa, y se había enamorado perdidamente. Además, el tipo le había prometido llevarla a la pantalla, estaban por filmar una remake de Tarzán, y ella había dicho que se sentía capacitada para hacer el papel, no, que Chita, de Jane. Anita le dejó escrito a Martín que había sido bueno estar juntos. Ella le tenía mucho cariño, pero la situación le estaba resultando monótona, todo muy rutinario. Ella se aburría.

16 comentarios:

Alelí dijo...

nunca me imagine leyendo con tanta atención y humedad un relato erótico entre un fracasado y una mona enjaulada.

estoy agradecida y algo sorprendida.

Yoni Bigud dijo...

Existen individuos en cuya constitución genética se encuentra informado el abandono, la soledad. Todas las razas, todas las especies, acaban sintiendo una irrefrenable necesidad de dejarlos. Y cuanto más intentan ellos evadirse de esa realidad, más se golpean.

Un saludo para su amigo.

Y otro para usted.

Mecha dijo...

Es un relato que demuestra perfectamente lo puta que es la soledad...

Deje de asustarme, quiere!?!?!

So dijo...

muy bueno, ya era hora Juan. (que atorrante mi comentario, disculpas)

quise decir, muy bueno, me gustó la parte de la despedida, la nota y la palabra "monótona" supongo que intencionalmente utilizada.

yaz! dijo...

es sorprendente lo que uno hace por un poco de compañia,cariño,o solamente por un polvo que valga minimamente la pena.

mis mas sinceros saludos.

tecontaretodo dijo...

Cómo me divertí! Lo más cómico es que cuando el mono dijo "Ahí viene" me pareció re natural que el mono hablara... debo estar mal... en cualquier momento la termino poniendo con un mono...

J. Hundred dijo...

*alelí! usted dice ‘humedad’, y a mí me dan ganas de entrarle al pato de madera que tengo sobre el mueble del comedor. mire por favor para otro lado si le da un poquito de impresión, no sé qué me pasa.

*yoni bigud! me vino a la memoria aquello de ‘la suerte de la fea, la linda la desea’. un saludo.

*mecha! es más que probable, lo percibo en su tono, que usted haya escrito el comentario después de mirarse un ratito al espejo, en bombacha y corpiño, encontrando, lo que observa, lo que ve, de lo más satisfactorio. lo que le quiero decir es que no se la percibe todavía, en lo más mínimo, asustada.

*so! que nos vaya bien a todos.

*yaz!! si yo le contara, pichona, lo que he hecho, las barbaridades, sólo para poder echarme un par de miserables polvos con verdaderas larvas humanas, repugnantes seres, bueno, usted se reiría de mí. no me dirigiría más la palabra.

*tecontaretodo! también puede usted acercarse a un mono y pedirle que le cante una canción al oído. quiero decir, para no tener tampoco que ir a coger así de una sólo porque se fascinó con lo visual (el tema ‘a los ojos’, de los rodriguez, podría ser. sí, pídale esa).

yaz! dijo...

querido juan,quizas le sorprenda lo que le voy a decir(o quizas no y simplemente piense "que pelotuda esta pendeja")pero todos tenemos muertos en el placar,lo unico importante es no dejarlos salir...

mis mas sinceros saludos.

Mecha dijo...

Querido Juan... Usted no tiene idea!


Diga que no conozco a ningún cuidador del zoológico...

Dany dijo...

La película seguramente va a ser de culto. Y va a despertar conciencia.
A Martín a lo sumo lo cagará una paloma.....la felicidad tiene sus recovecos. Abrazo Juan!

Mr. Kint dijo...

Yo veo en la historia de su amigo un indiscutible caso de trata con fines sexuales. Lo que me cuesta determinar, lo que no alcanzo a discernir es quién es el explotado y quién el explotador.

Lo grave reside en que uno puede llegar a creer que lo dejan porque está atravesando un mal momento, porque está gordo, pelado, débil o le cortaron mal el pelo o todo junto. O si no por el otro, el otro tampoco está bien, tiene asuntos que resolver que no lo dejan avanzar: un padre que abandonó la casa cuando era demasiado joven y vulnerable; una ex pareja de la que no se puede desligar, etc. Y no, no es así; lo único que le puedo decir a su amigo es que no se entusiasme demasiado y aprenda disfrutar mientras dure los fines de semanas en la playa, las tardes en el zoo; porque le va a seguir pasando, lo van seguir dejando.
Saludos y abrazo.

J. Hundred dijo...

*yaz!! le confieso, total esto no lo lee prácticamente nadie. le confieso entonces, decía, que a veces me sorprende lo que usted me dice, a veces pienso ‘qué pelotuda esta pendeja’, y a veces pienso que ser una tetona descerebrada (según alguna definición suya, no se me vaya a ofender, yo no he tenido, bueno, cómo decirlo, el gusto) tampoco debe ser fácil. 1saludo.

*mecha! así como hay ciertos libros considerados ‘incunables’, también existen, mucho me temo, mujeres que entran en la categoría de ‘incogibles’. por lo general, la combinación +whisky-luz, suele conseguir algunos resultados favorables. no se puede generalizar, cada caso debe ser tratado por separado.

*dany! a veces las películas, los escritos, despiertan conciencia. a veces despiertan ganas de matar, o de coger. lo que le quiero decir es que se pueden despertar muchas cosas. 1abrazo.

*mr. kint! una de las experiencias más gratificantes que me han sucedido, es la de ser abandonado. conste en actas. un saludo para usted.

Malena dijo...

Recuerdo que cuando recién me separé, mi amiga Martita, veterinaria ella, si, esa Martita, me dijo que fuera al circo que había llegado hacía unos días a Pehuajó y preguntara por el mono. Lo pensé un rato - no muy largo, para que engañarnos - y me dirigí a la jaula con un rollito de dos pesos en la mano, unos cinco o seis billetes en total. El mono me miró, miró el rollito ... no, no, el de billetes, no me refería a mi cintura ... y se puso frenéticamente a masturbarse.
Todavía no sé si soy incogible o me quedé corta con la plata.

J. Hundred dijo...

*malena! pareciera que, mientras el mono se masturbaba, usted, quizás demasiado consciente de sus limitaciones, bueno, no se sintió capacitada. para colaborar.

A.Torrante dijo...

Un par de reflexiones asoman por mi cabeza:

1. Lo fea que era la ex.
2. Lo mal que cogía, la ex y tal vez, no hay que ser tan sexistas.
3. Acabo de descubrir lo que en realidad es "hacerse la del mono".
4. El tipo era alemán/suizo, porque a Ostende sólo van los alemanes o suizos.

PD: Dicen que ahora la que atiende es Maggie, es orangután. No es lo mismo, pero por $100 tampoco podés pretender que sea Luli Salazar...

A.Torrante dijo...

Y coincido con vos: no hay mujeres incogibles, es sólo una cuestión de alcohol y ganas. Luz, poca por favor...