25.11.11

Tolombetti

El médico me había recomendado que nadara. Por la espalda. Me dolía la espalda, a veces las cervicales, a veces las lumbares, pero me dolía la espalda, siempre. De estar todo el día sentado frente a una computadora, dijo el médico. Te sentás mal y no te das cuenta, o hacés fuerza con el cuello porque el respaldo de la silla está vencido, y no te das cuenta.
Lo importante, lo que deberías saber, es que después de los treinta años te va a doler algo, eso no es negociable. Conviene ir haciéndose amigo del dolor, invitarlo a dar una vuelta, conocerse. Prepararse para una relación más íntima.
Te haría bien nadar, dijo el médico. Me anoté en un Megatlón de barrio, no importa el barrio. Sabía nadar, había nadado de chico, ese no era el problema.
El problema era la gente. Mucha gente, siempre. Hay una nueva monada que considera conveniente cuidarse el cuerpo, creen que eso les garantizará alguna clase de status y aceptación. Están los que hacen pesas, están los que corren en cinta o andan en bicicleta fija, y así. No hay fauna más estúpida que la que concurre a un gimnasio, de más está decirlo. Gente bastante particular, que han olvidado la relevancia de pensar de tanto en tanto, o de permanecer en silencio. Sign of the times.
Probé ir a nadar después del trabajo, pero estaba la pileta llena. No, no llena de agua, llena de boludos. Así que probé ir a las siete, después a las ocho de la noche. Finalmente, a las nueve. El club cerraba a las diez y media, la pileta a las diez. A las nueve por lo general la gente se va a cenar, la cosa se ponía algo más fluida, disminuía el caudal de infelices, se volvía todo menos traumático.
Entraba a la pileta nueve y cuarto más o menos, nadaba media hora, salía, me duchaba, me secaba, me vestía, y me iba a comer algo por ahí, antes de volver a casa. La actividad física me hacía dormir mejor, la espalda se seguía quejando un poco, pero no chillaba como un animal herido.
Salía de nadar, me duchaba, esperaba un poco que el cuerpo se secara / secase, sentado en un banco del vestuario, antes de vestirme.
Había un tipo. Cada vez que yo salía de nadar, y me sentaba en el mismo banco, había un tipo. Sentado. Cubierto apenas por una pequeña toalla sobre los hombros.
Hablando por teléfono celular, el tipo. Siempre.
–Sí, mi amor, sí. ¡Ya te dije que sí! –Hablaba muy fuerte, miraba alrededor, buscando aprobación, empatía–. Ahora voy, linda. ¡Te dije que ahora voy!
O sino.
–Pero no, bebé, no era yo. ¿Cómo voy a estar tomando un café con otra mina justo enfrente de tu casa? –Se reía, el tipo, subía el tono de voz, gesticulaba para su involuntario y algo fastidiado público, desplegaba los abstrusos avatares de su ajetreada vida afectiva.
–Cortá de una vez, Tolombetti –le gritaba desde el mostrador el empleado del vestuario, con un cigarrillo colgando de la boca.
Así supe que al tipo le decían Tolombetti, y que estaba siempre ahí, después de correr doce minutos en la cinta, recién bañado, hablando media hora o más por teléfono celular, con una o varias mujeres, no se sabía, porque a veces cortaba, tomaba aire, y atendía de nuevo o volvía a llamar. A los gritos, discutiendo, por lo general sobrador, peleando o reconciliándose.
–Te dije que hoy no puedo, preciosa –resoplaba, Tolombetti, se rascaba con un índice la nuca, o arriba, justo en el centro y arriba, en el techo, por decirlo de algún modo, de su cabeza–. Te había avisado que hoy me voy a comer con los muchachos.
Pálido como un fantasma, Tolombetti, peinado para el costado con un peine muy finito, como lo debía haber peinado su mamá a los once años, los ojos algo enrojecidos, mirada de dogo aturdido, entre cuarenta y cincuenta años. Hablando por teléfono, siempre.
Había algo más, algo perturbador, difícil de omitir. Tolombetti era portador de una descomunal garompa. Por regla general no me gustan los tipos, y en los vestuarios de hombres la norma básica es no mirar, o no mirar más abajo del cuello en caso de ser preciso mirar a alguien. Pero el tipo estaba ahí, sentado sobre un banco de madera, con la verga descansando sobre uno de sus muslos, como una pequeña foca o el antebrazo de un rollizo bebé. El tipo hablaba por teléfono y se miraba un poco la chaucha, o la palpaba con dos dedos, como si le estuviera tomando el pulso, y hasta los tipos que querían burlarse de las conversaciones de Tolombetti, enfocaban por un momento la gaver, y no tenían más remedio que hacer un respetuoso silencio. Así como en las cárceles se respetan la cantidad de asesinatos cometidos, en los vestuarios se respetan las vergas (los tamaños). El tipo dejaba ahí la herramienta, tomando aire, imponiendo presencia, mientras seguía con sus interminables discusiones telefónicas.
–¡Basta, Tolombetti! ¡Cortala, basta! –gritaba el tipo del vestuario y todos los que terminábamos de cambiarnos (éramos cinco o siete sentados en diferentes bancos del vestuario) nos reíamos, porque Tolombetti hacía la señal de silencio con un dedo sobre los labios, o se tapaba el otro oído para no perder el hilo de la conversación que mantenía.
Hasta que un día. Como siempre. Diez de la noche. Había nadado, me había duchado, estaba terminando de vestirme. Demoraba un poco en ponerme la camisa porque hacía calor, yo transpiro como un condenado.
–Bueno, bebé, bueno –Tolombetti hablaba–. Ya se te va a pasar, voy a comprar un vinito y paso en un rato. Vas a ver que nos amigamos.
Fueron dos, así que estaba planeado. Uno era un instructor del gimnasio, al otro no lo había visto nunca. La maniobra fue perfecta en su ejecución, sumado al efecto sorpresa.
Uno de los dos, no el instructor, inmovilizó a Tolombetti deste atrás, con una toalla. Simplemente le pasó la toalla enrollada por encima de la cabeza, y de esa forma, tirando, le trabó los brazos. Mientras el otro, el instructor, le quitaba justo en ese instante a Tolombetti el teléfono celular de la mano.
El instructor se puso el teléfono en una oreja.
–¡A ver si te dejás de romper las pelotas, querida, que acá en el gimnasio no aguantamos más! –Dijo. Y todos nos reímos con ganas, mientras Tolombetti forcejeaba para zafarse aunque sin suerte, porque el pibe que lo atenazaba con la toalla era joven, de unos ochenta kilos, físico muy trabajado.
La escena era tremenda, brillante y tremenda, por aquello que dijo Cioran alguna vez, eso de ‘lo que no es desgarrador, es superfluo’.
Pero el instructor, después de lanzar la puteada, se quedó con la boca abierta. Fue pasándonos el teléfono, de uno en uno, para que lo viéramos, tocaba teclas, nos acercaba el teléfono a las respectivas orejas, nos hacía escuchar.
El teléfono estaba mudo, el teléfono no andaba, el teléfono jamás había funcionado. Tolombetti, ya liberado de la toalla, se tapaba la cara con las manos. Lloraba como un chico, negaba con la cabeza. Lloraba.

17 comentarios:

AliZe dijo...

Buenass

Tengo que reconocer que con el lloro del final, me dio pena Tolombetti, pero a los diez segundos, reaccione y me dije es un Tremendo boludo, eso le pasa por querer hacerse notar!!

Besotes, buen finde!!

Malena dijo...

Impotente.
De otra manera no se entiende que con semejante herramienta tuviera que llamar la atención hablando por celular.

Malena dijo...

Si, si ..... ya sé .... que nos vaya bien a todos.


Igual me caes bien.

Dany dijo...

Eso de que Dios le da pan a los que no tienen dientes...tiene mucho de cierto. Chiquita pero juguetona es un eufemismo. Todos queremos portar algo bastante más grande que un maní. Le mando un abrazo!
A Malena se la traje yo...voy a ver como me la llevo jaja.

Alelí dijo...

me deprimí como me deprimía de niña.

Yoni Bigud dijo...

Asumo que Tolombetti quería darse el gusto de utilizar la herramienta, aunque estuviera muerta en el peor de los sentidos.

Habrá intentado también con la otra. No le quepa duda. Ese es el drama, por cierto bastante conmovedor.

Un saludo.

Anónimo dijo...

¡Se supo! Tolombetti es gay. Si usted pasó por Megatlon (cualquiera), sabrá que está lleno. Tanto, que a mi sucursal la llamaban cariñosamente Megatrol. La artimaña de este individuo consistía en pergeñar un pretexto para tener tiempo de mostrar la chota propia y relojear las ajenas. Los demás solo permanecen en el vestuario hasta que el cuerpo se secara / secase…

yaz! dijo...

un terrible pedazo de pelotudo.

mis mas sinceros saludos

pd:tendra ust,por casualidad,el mail del pibe joven,de unos ochenta chilos,de fisico trabajado??muchas gracias...

Andrés Quincoses dijo...

Después de todo, vos lo dijiste. Vamos al gimnasio a buscar status en forma de músculo. Tolombetti necesitaba otro tipo de status, ése que -creen sus asiduos- se consigue culeandose a todo ser femenino y volviendo público el hecho.
Tolombetti, cuando usaba su nutria, disfrutaba más a posteriori, contando los detalles a sus camaradas.

Un viejo pelotudo.


Un placer, como de costumbre.

J. Hundred dijo...

*jeSs! la libertad es el otro, dijo ortega y gasset. y pareciera que a usted la comprensión le dura poco. le mando un beso en la frente.

*malena! del tan extenso como insignificante relato, ha fijado usted su atención en lo que le ha parecido de mayor importancia.

*malena! debo reconocer que yo también le tomé cariño, pero cada tanto pareciera que precisa usted un correctivo. como regla de pulgar, puede serle útil lo siguiente: no importa lo que cree que vale, divídalo por cuatro. ah, que nos vaya bien a todos.

*dany! no viene quizás al caso, lo hago breve. en un programa de televisión, de esos donde majul se pone en cool (la rima va gratis) y se trata de vestir como si fuera piola y entrevista a artistas mientras sufre por no serlo, se encontraba justamente entrevistando al señor alejandro urdapilleta. hay una parte del programa, entiendo, donde majul, con su eléctrico estilo de setter irlandés, hace una metralleta de preguntas en off, que el entrevistado va respondiendo, a idéntica velocidad, en primerísimo plano. en determinado momento, la voz en off pregunta ‘qué te enamora?’. y el señor urdapilleta, mirando a la cámara, responde de inmediato ‘la garompa’. y se hizo un silencio. ah, sí, si usted la trajo, usted la lleva de vuelta.

*alelí! pero no se me ponga así, pichona. la idea es que la pase bien. a ver, no sé qué hacer, le cuento un chiste.
la madre ha acompañado a la hija adolescente al ginecólogo, primer visita. luego de la revisación, la madre aprovecha mientras la nena se viste, y hace un aparte con el doctor.
-doctor –le dice-, la verdad que me dejó un poco preocupada. usted dice que a la nena se le deben estar encogiendo los dos ovarios, y yo me angustio mucho, pienso en el futuro, en si ella no tendrá dificultades a la hora de querer ser madre, si no afectará su vida de pareja, esas cosas.
-señora –dice el doctor-, quizás usted no me escuchó bien. lo que yo dije es que a la nena se la deben estar cogiendo entre dos, o varios.

*yoni bigud! en alguna que otra oportunidad, a la hora de la fornienda, me ha tocado decir: quedate tranquila, esto va a ser malo pero corto. un saludo.

*tecontaretodo! que nos vaya bien a todos.

*yaz!! caramba, no pensé que anduviera necesitando usted un poco de ayudín.

*andrés quincoses! le pasa a mucha gente, usted sabe. hay gente que viaja que no se divierte mientras viaja, hay gente que compra autos importados que no les gustan ni les interesa en exceso manejar, hay gente que coge sin casi una pizca de entusiasmo. lo que en verdad desean, es tener algo para contar. gracias y un saludo.

Malena dijo...

En esta especie de relación sadomasoquista comentaril que hemos establecido, debo decirle Juan - permítame llamarlo de esa manera, si no es mucho atrevimiento - que frente a usted yo soy un cero a la izquierda, por lo que me resulta imposible la división.
Sumisamente acepto sus correctivos.

Que el señor nos coja confesados.

Mr. Kint dijo...

Siempre he entendido que el nivel de exhibicionismo de la gente suele estar directamente asociado al grado de frustraciones. Casos ya mencionados por usted son los que hablan por celular a los gritos en el 93 o en el 68 o en la línea D o los que escuchan música a dos mil decibeles dentro de tuneados autitos, dando incesables vueltas por lugares concurridos, siempre, por la plaza del pueblo, por la rivera del río, porque qué sentido tendría hacerlo en medio del campo...

En fin, lejos de arremeter contra Tolombetti, su relato no me genera más que lástima... y una sana dosis de envidia, también, ya sabe, por el potencial dormido de este muchacho. Al menos es reconfortante saber que la gente con monumentales nutrias también sufre.
Saludos.
PD: excelente su chiste de "dos o varios".

Juan Sebastián Olivieri dijo...

"No hay fauna más estúpida que la que concurre a un gimnasio, de más está decirlo. Gente bastante particular, que han olvidado la relevancia de pensar de tanto en tanto, o de permanecer en silencio"
Por pensamientos como este me arrastro hasta este sitio. Gracias Juan.
...Lo de Tolombetti...no, lo de Tolombetti lo adiviné en la primera conversación. Y bueno.

So dijo...

La envidia me la provoca la facilidad con la que escribes, y lo bien que quedan tus textos. Te leo hace tiempo, por feeds, pero me imaginé (acertadamente) que el blog estaría cargado de comentarios.
En tal caso, vale la oportunidad para decir lo mucho que me ha gustado este, como muchos otros que no me he atrevido a comentar, dado el escalofriante similar con mi ex.

Zeithgeist dijo...

se veía venir el final, pero igual me encantó la forma de narrarlo. Genial!

J. Hundred dijo...

*malena! debe usted sobreponerse a la primera impresión e intentar comprender que, a veces, una patada en la concha puede ser una muestra de afecto.

*mr. kint! nunca está de más recordar que los muchachos que tienen un suricato entre las piernas, por qué no las chicas que tienen prodigiosas glándulas mamarias, no están exentos/as del sufrimiento en alguna de sus variantes. un saludo para usted.

*juan sebastián olivieri! no sé si decirle que no se arrastre o que no venga, lo que le resulte más cómodo.

*so! puedo asegurarle que si me conociera, no me envidiaría. la gente que me conoce pasa de la envidia a la misericordia con una prodigiosa velocidad. le mando un respetuoso saludo.

*zeithgeist! podríamos reorganizar quizás, con algo de buena voluntad, lo que usted menciona. decir que lo previsible es mi genialidad. le mando un beso en la frente.

Anónimo dijo...

Noto cierto esmero en la narración de los que dejan comentarios, como si estuvieran midiendo cada palabra que escriben para poder impresionar al escritor de este blog, nadie mas lo notó?

El relato me gustó, casi lo abandono pero al final me gustó.

Besos
AG