15.7.11

En lo cierto

Éramos cuatro. Toto, Richar, Juan Manuel, y yo. Nos encontrábamos a comer una pizza, cada dos semanas. Éramos amigos, no sabíamos ni cómo nos habíamos ido haciendo amigos, de la vida.
La pizzería podía cambiar, por semestre, de acuerdo a si alguien decía que era mejor la fugazza rellena de Banchero, o si alguien decía que lo mejor era la pizza al molde de El Palacio. Se aceptaban sugerencias, se podía opinar. Pero si uno sugería el cambio de lugar, eso implicaba también una responsabilidad. Si las cosas no funcionaban, si las cosas salían mal en el nuevo lugar por cualquier motivo, quien había pedido el cambio de lugar sería el blanco de todas las puteadas.
Estábamos en el semestre de El Cuartito. Llegamos, pedimos. Una grande napolitana con ajo, una chica de fugazzeta, dos Warsteiner de litro, cinco o seis porciones de fainá.
Pasa algo, en esos sacrosantos lugares, que te sentís cómodo. No importa si tu esposa coge con el portero del edificio, o si ahí afuera hay gente capaz de quemarte el culo con una plancha Atma por un par de monedas. Lo único interesante de la Argentina son esas cinco o siete pizzerías, el resto del país te lo podés meter bien en el culo, me vas a tener que disculpar.
–Epa, che, ¿qué te pasa? –dijo Juan Manuel. Le hablaba a Toto. El Toto, en silencio, lloraba. Caían las lágrimas como animales indiferentes y resbaladizos, y él estaba muy quieto, las manos sobre la mesa, miraba una pared, como si estuviera mirando por una ventana.
–Nada –dijo el Toto–. No me pasa nada.
–¿Cómo que no te pasa nada? –Richar apagó el celular–. Estás llorando.
–Sí, estás llorando –dije yo, porque Juan Manuel y Richar esperaban que yo, de alguna forma, convalidara. Y el Toto estaba llorando, no había mucho que corroborar.
–Bueno, sí, estoy llorando –el Toto se secó los ojos con un antebrazo–. Me voy a morir.
Se hizo un silencio, de esos cinematográficos silencios. Ninguno sabía que el Toto estuviera enfermo, estaba flaco, tenía pelo, salía a trotar. Tenía llegada con las minas. El Toto se levantaba pendejas, alumnas, daba clases en un par de facultades, vivía con su mamá.
–Pará, boludo –Richar se agazapó– ¿Qué tenés? ¿Qué te pasó?
–Nada, no va por ahí –El Toto jugaba con su tenedor a pinchar la nada sobre la mesa, se pinchaba la mano, la palma de una mano, un poco, apenas, también–. No tengo ninguna enfermedad. Pero esta mañana cuando sonó el despertador supe que me voy a morir. Una certeza de mi finitud, una curiosa e insostenible conciencia de mi mortalidad. La perecedera naturaleza de las cosas. Supe, ahora sí, lo supo todo mi ser, que me voy a morir. Que el mar en Santa Clara va a seguir estando aunque yo no pueda meter las patitas. El árbol de Plaza Irlanda donde le di mi primer beso a Elina y pensé que se podía ser feliz va a seguir ahí como cuando paso y toco la corteza del tronco para recordar lo que sentí con la yema de los dedos, va a seguir igual. Va a llover, con lo que a mí me gusta ver llover, y va a ladrar un perro en alguna parte y yo no voy a estar. Me voy a morir, lo sé, lo supe esta mañana y me hizo moco, me hizo mal.
Llegó el mozo con el pedido, Juan Manuel sirvió la cerveza, a todos. Hicimos un módico brindis, bebimos uno o dos sorbos. Los chicos arrancaron con la napolitana, yo me serví primero una porción de fugazzeta, para jorobar. La primer porción, servirse la primer porción de pizza, es como la primer estocada, el pito ingresando en la vagina misma, pero sólo la primer entrada, esa sensación única, tan particular. Lo demás es sexo, lo demás lo dejamos para otra oportunidad.
La cerveza estaba justa, perfecta. Masticamos en silencio.
–Está buena la pizza –dijo Juan Manuel.
–Sí –dijo Richar–. Está genial.

11 comentarios:

Dany dijo...

Que el Toto vaya buscando otro espacio para su catarsis. Con la pizza no se jode. Abrazo!

Yoni Bigud dijo...

Yo también di mi primer beso en la plaza Irlanda. A una pendeja a la que después, no me acuerdo por qué razón, jamás le di la primer estocada. Y me voy a morir, como Toto, como usted.

Qué cagada.

Un saludo.

Tilinga dijo...

Muy bueno lo suyo, se lo voy a pasar a mi hermano para que lo lea, ojalá se sienta identificado con su amigo. Aunque sinceramente yo probé pizza del Cuartito, de Las Cuartetas y no me gustó; la única pizza al molde, esas bien de barrio que me parecen formidables están en Caballito, sobre la calle Avellaneda.

Burlensé de los que vivimos en countries, tomamos Stella Artois y frecuentamos el Almacén de Pizzas :P Pero el trasfondo de la mortalidad y la confrontación nihilística de que al final nos vamos como vinimos y que no vamos a trascender son los mismos temas que nos pasan por la cabeza mientras saboreamos un delicioso trocito derretido de quso brie o de fainá con fugazzetta. La muerte al final viene por todos.

Saludos!

Libelula de Acero dijo...

Cuando yo sea otra, quiero escribir así.
Gracias!

LaLa dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
LaLa dijo...

creo haber tenido momentos donde se mezclaban esas mismas sensaciones, estar tirada en el pasto mirando el cielo, escuchando un buen tema, sabiendo que podría morir en cualquier momento, ese podría haber ser un buen momento, ya que estaba entre el cielo y la tierra, entre saber y no saber, lo importante más que nada era ése momento. También me pasa cuando viajo en colectivo, creo que un día voy a bajarme y el colectivero me va a decir, Terrrminal, CIELO.
:). Comer una buena pizza, nos puede llevar a ese momento divino.

J. Hundred dijo...

*dany! como dijera alguna vez el flaco menotti: no confundamos vértigo con velocidad. un saludo.

*yoni bigud! pero viejo, lo suyo más que una afirmación, parece casi una expresión de deseo. pidamos un par de porciones más, no sé, hasta que se nos pase. un saludo.

*tilinga! una de las cosas que suele generar cierta sorpresa, sino estupor, es descubrir que uno se va a morir, aunque el jardinero te haya puesto grama bahiana, aunque te haya quedado divino el deck de madera. ah, y no es ‘caballito’, mi estimada. es ‘little horse’. un saludo de lo más paquete para usted.

*libélula de acero! una finura de su parte. y una de las cosas más lindas que me hayan dicho jamás, incluyendo familiares y amigos. gracias, de verdad.

*lala!

*lala! no quiero desde ya inmiscuirme en recónditos pliegues de su particular existencia. pero si se la llega a percibir en exceso extraviada y el colectivero la llevó hasta la terminal, existe la posibilidad que el colectivero quiera interactuar con usted. falta descubrir si están en el cielo o algunos escalones más abajo.

Mr. Kint dijo...

Usted, con este relato, me ha llegado. Lo leí rápido el viernes y resulta que el jueves a la noche había ido justamente a una de esas pizzerías clásicas de Buenos Aires. Acontece que con un grupo de amigos con el cual cursé la facultad tenemos la costumbre de reunirnos cada 25 días en uno de estos sitios. Un día puede ser Nápoles (que ya no será lo mismo que la vieja esquina, dicen), otro día Burgio (ahí en Cabildo, con los platos de acero y los mosaicos de colores algo gaudianos¿?), a veces Las Cuartetas o El Cuartito. En fin, nosotros rotamos, es un ritual con variantes. Pero allí estábamos, el jueves, en la esquina de Chile y San José; y me preguntaba qué tenían esos lugares, qué era lo que podía hacer que 15 personas que cada vez comparten menos se junten ahí y todo el resto del mundo quede un segundo plano. Y usted pintó con belleza el cuadro, como siempre.
En el grupo a veces se reincorpora alguno que está de paso, que se toma el respiro de un posgrado en Boston o que vuelve de NY a visitar la flia porque trabaja 18 horas por día en algún megabanco de Wall Street (si hubiésemos estudiado algo más interesante quizás alguno volvería de perfeccionarse en flauta traversa en un conservatorio en Vienna pero no, somos economistas, nos falta swing). A veces un trasnochado anuncia que se casa, la mayoría confiesa un inminente divorcio o separación. Nadie avisó que se moría, sospecho que es apenas por una arrogante tropelía de la juventud. En fin, alguna noche llegará ese momento y lo único que importa es que la birra esté helada y el queso caliente; y después, ¿qué importa del después?
Saludos

J. Hundred dijo...

*mr. verbal kint! algunas cosas. muchas veces uno insiste en juntarse con amigos con los que ya no tiene absolutamente nada en común, con la genuina intención de no sentirse tan solo. para descubrir, al ratito nomás, que no se puede, que no hay caso. en palabras del bueno de buk (más o menos, como lo recuerdo):

existen cosas peores que estar solo.
pero a menudo lleva décadas darse
cuenta
y la mayoría de las veces,
cuando lo hacés,
es demasiado tarde.
y no hay nada más terrible que
demasiado tarde.

sigo. nápoles perdió algo de magia, como una novia que descubre que tiene celulitis pero ahora también tiene oficio (ella, no la celulitis, que es pura presencia). tendremos que vivir con eso, el jueguito cambia de pantalla.
me ha pasado, a mí también, que venga de visita alguien que trabaja en un megabanco en londres o en ny unos 18 horas por día. en una oportunidad, estábamos comiendo en un restaurante (no puedo, no debo decir el nombre), y cuando al sujeto le trajeron el postre, que era flan con dulce de leche, bueno, se congeló. se quedó mirando ese flan con dulce de leche y se dio cuenta del precio de su éxito, lo que le había costado llegar adonde había llegado, lo que había dejado en el camino. miraba el flan con dulce de leche, y no podía parar de llorar.
last, but not least, hay gente a la que le falta swing, y también hay gente a la que le sobra páez. que se puede ser pelotudo de infinitas maneras, nunca es tan lineal como lo cuenta la monada. no hay de qué preocuparse. un saludo.

Anónimo dijo...

Hay economistas a los que no les falta nada de swing como a Lousteau, Martín Redrado... Yo creo que esos miran un flan con dulce de leche y dicen: "ni en pedo me cojo a una mina con un culo así, tiene que estar firme como el de Juanita o el Lulipop".

Familiarizada dijo...

bien de barrio