20.2.11

Cucharita, tenedor de copetín

Tuve que ir a la fiesta, y yo odio las fiestas. Pero se casaba Marita, segunda vez, habíamos sido amantes por mucho tiempo.
–Quiero que vengas –me dijo, y yo le prometí que iba a ir. La primera vez se había casado con un pibe más jovencito que ella, un pibe que estudiaba para profesor de educación física y cuya cualidad predominante, según ella, era ser, él, el pibe, una máquina de coger. Ahora se casaba con un señor que le llevaba como dieciocho años, y estaba forrado en dinero. Marita sabía lo que necesitaba, de acuerdo a las circunstancias que le tocaba vivir, y de alguna forma lo conseguía. Bien por Marita.
Así que fui a la fiesta, aunque muchas ganas no tenía. Cogíamos cada tanto, pero nos conocíamos hacía como quince años, el sexo había dejado de ser lo más importante. Éramos amantes que habíamos llegado a una extraña y cálida meseta de nuestra relación, amantes con meseta de matrimonio, por que las relaciones de furtivos amantes no suelen (y quizás no deben) durar tanto.
Yo odio las fiestas, ya lo dije. Es el único lugar en el que sé que no me voy a divertir, como un insomne que está en la cama con resignación, porque sabe que no va a poder dormirse. Toda esa desesperación, esas espasmódicas ganas de sentir algo antes de volver rapidito a continuar con las infinitas tristezas de sus patéticas vidas. Ese impostado carnaval carioca, esa oxidada carcajada por encima de una mueca del espanto de estar vivo, de saber que la vida es eso que te pasa cuando la fiesta se termina, no sé, me pongo mal.
Encontré un mozo piola, siempre, en todas las fiestas hay un mozo piola.
–Necesito whisky –saqué un billete de cien y lo miré por un instante, al billete, con asombro, como si fuera la primera vez que lo veía. Luego, muy despacio, en cámara lenta, como si el billete tuviera patitas que le permitieran nadar en el aire, lo puse en la mano del mozo–. Voy a necesitar whisky toda la noche, pero whisky de verdad. No ese lustramuebles que estás sirviendo. Me voy a esconder un poco, por allá –señalé un rincón algo apartado, una especie de absurda selva construida con verdes alfombras y plástica plantas. El lugar tenía una suerte de cascada en miniatura, también. Un lumínico efecto hacía que el agua pareciera de color lila. Si mirabas más de un minuto el agua, podías tener un desprendimiento de retina.
Me senté, camuflado por una especie de palmera. Al frente del salón habían montado un pequeño escenario, y tocaba una banda, imitadores de Queen. El cantante era un marica flaquito con calzas blancas y el pecho descubierto. Usaba un bigote postizo, el pobre.
Vino el mozo, con un whisky extra large. Un solo hielo, no tuve que decirle nada, había leído perfectamente la patología, muy profunda, que me atormentaba.
–Chivas –dijo, dejó el vaso–. Es lo mejor que hay acá.
Di unos sorbos y me sentí mejor. Eran las dos de la mañana. Tenía que aguantar un par de horas más, para que Marita no me hiciera futuros reproches.
–Hay dos tipos de mujeres, pibe, dos tipos de mujeres –levanté la vista, me hablaban a mí. Detrás de la palmera, bien metido contra la pared, un viejo, encogido. Bastante calvo, traje marrón oscuro que apestaba a naftalina, algo en la cara me hizo acordar a Jacobo Fijtman. Justo había estado leyendo unos poemas de Fijtman, y el libro tenía una fotito carnet con la cara del viejo. Se parecían mucho, con este viejo del otro lado de la palmera. Molino rojo, se llamaba el libro.
–¿Qué?
–Hay dos tipos de mujeres, y nada más –dijo y sorbió de su vaso. Sostenía el vaso con las dos manos. Era un largo vaso de ginebra, única opción, o alcohol de botiquín. Le faltaban varios dientes, al viejo. Tenía las uñas largas, muy largas, y amarillas. En el momento que sorbía el trago cerraba los ojos, era un instante del más puro placer, se le ablandaban las facciones.
–Bueno, sí. Puede ser –dije. El falso Mercury desafinaba ‘bicycle’ de una manera difícil de imaginar.
–Está la mujer tenedor de copetín, y la mujer cucharita –bebió otro trago y dejó el vaso sobre la alfombra, junto a uno de sus zapatos que parecían a punto de descascararse–. Te lo explico, pibe, por que te lo tienen que explicar. La mujer tenedor de copetín es una mujer que nace con un tenedor de copetín, es algo genético, como si fuera un lunar. Cuando vos te acostás a dormir, la mujer te va pinchando, uno o dos pinchacitos, con ese tenedorcito. Y vos no te das cuenta, por que son un par de pinchacitos por noche, como si fueras una tarta de verdura antes de ir al horno. Pero te agujereás, perdés toda la energía, te vas quedando seco, como un ficus, enchastrado en la cotidiana tristeza de un día a día hecho de trámites y chequeos médicos y una quincena en Miramar. Hasta que te mirás un día al espejo, a trasluz, y te das cuenta que estás todo agujereado, que sos casi un holograma de triste borde sin nada adentro, no entendés nada, qué te pasó, pero no das más.
Hizo una pausa. Tomé un largo trago de whisky. Se escucharon aplausos, de fondo. Había terminado el show del apócrifo Queen. La gente volvía a las mesas, para el segundo plato, o para el postre.
–La mujer cucharita es distinta a la mujer tenedor de copetín –siguió–, la mujer cucharita nació con una cucharita, no importa por qué. Y vos a la noche te acostás, porque a la noche tenés que dormir y te acostás, y la mujer cucharita saca la cucharita y se sirve una cucharadita de tu corazón, como si tu corazón fuera un helado de sambayón. Y vos no te das cuenta, tampoco, no tenés forma de darte cuenta, por que la cucharita de la mujer cucharita es una cucharita chiquita. Y la mujer se sirve una cucharadita de tu corazón, cada noche. Hasta que te despertás un día y te das cuenta que sos una bestia sin alma. No te importa nada, ni el hambre en Etiopía, ni meter las patitas en el mar. Lo único que querés es la guita, la guita para el auto, o para la casa de fin de semana, o para comprar un reloj Cartier. No queda nada más que la ambición de algo que ni siquiera importa, ir a Miami a ver al Pato Donald en camiseta, manejar un descapotable, tener un televisor del tamaño del Guernica, algo así. Te tapó el odio, sos una bola de odio y ambición.
Y se calló, el viejo. Se pasó una mano por el huesudo cráneo y se quedó mirando para abajo, entre sus piernas, el vaso, como quien se para en un muelle y se queda contemplando el mar.
–¿Y entonces? –lo miré de costado– ¿Qué hay que hacer?
–Nada –se rascó la nariz–. Cogete lo que puedas. Termina todo para el carajo, siempre. Da igual.

15 comentarios:

Sandra Montelpare dijo...

ah que maravilla señor Hundred este post dominical!!! aplica para tipos???? siempre creí que mi ex medio pomelo era un pincha globos chupa energia o como se quiera. Cuando me avive (graciaadió) lo fleté y ahora adhiero con fundamentalismo al "Cogete lo que puedas" sabias palabras!!!!es necesario aclarar que no voy a fiestas y que se ofendan todos??? no me las puedo fumar!! me gusto este relato señr Hunded usted sí sabe contar

Juan dijo...

2 cosas

1. Diste con una verdad que es probable que ni vos sepas lo real que es (digo, porque saberlo y seguir viviendo es complicado)

2. La verdad es una verdad a medias. Y las verdades a medias no acaban bien (acaban como ese viejito, tan, pero tan bien descripto)

El viejito no dio con la correcta respuesta a la pregunta de Juan, por eso terminó así. O sea que seguir el consejo del viejito es terminar asi.

Hay otra posibilidad.

Dany dijo...

Como disfruto estos relatos, Hundred. Es lo que quiero leer y lo que quisiera escribir.

Libelula de Acero dijo...

Me gusta mucho lo que escribís. Apocalíptico y todo. Gracias por alegrar mi reader.

Jueves dijo...

Será que todavía estoy blandita, que aún soy demasiado inocente (échele la culpa o mi juventud, o a mi estado de boludez permanente si quiere), pero personajes como ese viejo me despiertan mucho odio. y lástima, cantidades abundantes de lástima. Me niego a creer que existan sólo los extremos, sólo el blanco y el negro, es imposible. ¿Dónde quedo yo, en ese mundo, si soy del gris más gris que hay?

Jorge dijo...

Es "Fijman"...
Dice Kipling:"Hay 2 tipos de mujeres: las que le quitan las energías al hombre , y las que se las devuelven..."(Kim de la India)
Le conviene una que sepa hacer las 2 cosas...
Atte/

Anónimo dijo...

sólo esas dos opciones hay?


me pregunto muy sinceramente si pertenezco a uno de esos grupos...

Mr. Kint dijo...

Quién me manda a inmiscuirme en su casa un domingo por la noche. Venía de un sábado de lluvia (vio eso que dicen, lo de la lluvia que trae recuerdos de otra lluvia, ya sabe) y encontrarme con estas dos odas a la desventura. Qué decirle. No mucho. O sí. Usted se mueve por la desgracia como serpiente en los matorrales, con naturalidad asombrosa y un talento llamativo para los que no han nacido para adentrarse en esos terrenos.
Cuando releo sobre su odio por la fiesta me hace acordar a aquel famoso personaje de Hesse y el extracto (gracias google) "en esta noche de baile se reveló un acontecimiento que me había sido desconocido durante cincuenta años, aun cuando lo ha experimentado cualquier tobillera y cualquier estudiante: el suceso de una fiesta, el secreto de la pérdida de la personalidad entre la multitud, de la "unyo" mística de la alegría. Con frecuencia había oído hablar de ello (...) siempre me había sonreído un poco con aire de superioridad, un poco con envidia. Aquel brillo en los ojos ebrios de un desplazado, de un redimido de sí mismo: aquella sonrisa y aquel decaimiento medio extraviado del que se deshace en el torbellino de la comunidad (...)Pero hoy, en esta bendita noche, irradiaba yo mismo, el lobo estepario Harry, esta sonrisa, nadaba yo mismo en esta felicidad honda, infantil, de fábula; respiraba yo mismo este dulce sueño y esta embriaguez de comunidad, de música y de ritmo, de vino y de placer sexual(...) Yo no era yo; mi personalidad se había disuelto en el torrente de la fiesta como la salen el agua.
En fin, quizá usted observe con algo de celo a esos jóvenes de innata facilidad para fundirse en esos ambientes, para bambolearse al ritmo de la música como junco en la marejada y seducir a la bomba de vestido de espalda abierta en medio de un mar de sudor. Quizá su rechazo no sea más que una envidia de esa congénita aptitud, ese desparpajo, casi una genialidad ese ámbito. Y por ahí, en el fondo, no sean más que herramientas que nos ha otorgado el tata Dios -cada una con su particular efectividad y gracia- para cumplir con el objetivo que todos conocemos, ese que con gran sapiencia sentenció el viejo parecido a Fijtman: cogernos todas las que podamos.
Saludos.

Alelí dijo...

la descripción del rinconcito selvático me mató, lejos lo mejor!
ja!

por lo demás, lo que creemos condiciona lo que podemos ver pero esa es otra cuestión y supongo que no le interesa (y no me responda "que nos vaya bien a todos", por favor! sea compasivo conmigo.

estoy leyendo un libro y el personaje principal escribe cosas que me trae recuerdos de lo que ud. acá escribe (la conjura de los necios, john kennedy toole).

besos

J.J. Bustos dijo...

No debe subestimarse el efecto de la música en el hombre. Una fiesta de casamiento con “animación” de un grupo imitador de Queen es un llamado a la tragedia, al pesimismo, a la voz cascada, al whisky, y porqué no a la gresca (que, temo pensar, disfrutaría nuestro anfitrión).

J. Hundred dijo...

*sandra montelpare! usted no para de volverse interesante.

*juan! mi desproporcionado talento, mi ubérrima genialidad, tiene una fuerza y falta de explicación sólo comparable con algunos fenómenos de la naturaleza. no deje que eso lo incomode demasiado.

*dany! he leído su comentario una segunda vez, con la debida atención y detenimiento. tiene nariz de elogio, ojos de elogio, pelos de elogio, pero no, no me lo creo. tiene que haber alguna trampa.

*libélula de acero! vamos a ser cuidadosos con los conceptos, precisos hasta donde podamos sin derrapar en la grosería, pero no podemos ignorar que para alegrar su reader, hacía falta quizás este pedazo de writer.

*jueves! estimada, parece usted regodearse una y otra vez en mencionar su juventud, como si hubiera alguna clase de logro, al respecto, de su parte. me permito recordarle que, dando por más que bienvenida desde ya la gratificante lozanía de un pezón, la sutil y fresca fragancia de una vulva sin excesivo uso, una particular turgencia de nalgas, bueno, un joven no es mucho más que alguien que nació después.

*jorge! que nos vaya bien a todos.

*laura! sí, incluso desde aquí, a esta distancia, se percibe con prístina claridad que pertenece usted a uno de los mencionados grupos. no creo que tal situación afecte en nada su (aquí, por pudor, por piedad, voy a reservarme el adjetivo) plan personal. sería conveniente que lo converse con gente algo más cercana. no tiene nada de malo pedir ayuda.

*mr. verbal kint! cita usted, en el texto de hesse, la siguiente mención: ‘un redimido de sí mismo’. esas cinco palabras dicen mucho más, explican mucho mejor, superan por lejos, cualquier cosa que yo haya escrito en los últimos 10 o 15 años. ya ve, entonces, en terreno de confesiones, total esto prácticamente no lo lee nadie. no sólo me atormenta coger poco, sino también escribir mal. un saludo para usted.

*alelí! pero no sea pajarona, che. john kennedy toole fue un escritor en serio. lo mío tiene la relevancia de una escupida desde un balcón. es como cuando alguna señorita me dice que nunca vio un pito así, con el tamaño y la contundente presencia del que suelo portar. es una cortesía, una dulce gentileza, pero somos todos gente grande.

*j.j. bustos! ya que lo menciona, me he agarrado a trompadas en alguna que otra fiesta. una experiencia enriquecedora desde ya, formativa tanto desde lo anímico como desde lo literario. se lo recomiendo.

Jueves dijo...

otra vez malentendiendome usted. si menciono mi juventud (que tampoco es tanta, depende de quien me mire) es solamente para justificarme en caso de estar diciendo alguna boludez.

Anónimo dijo...

qué feito lo suyo, mi pregunta era retórica, y usted casi descaradamente, hizo un prejuicio sobre mi persona sin conocerme y solapadamente

además no me dijo si eran esas dos opciones nada más

Dany dijo...

Se que no va a perder tiempo buscando la existencia de una trampa. Por si acaso, no hay.

J.J. Bustos dijo...

Le agradezco el consejo. Puede decirse que de alguna manera lo he intentado sin éxito. Sigue siendo uno de mis siete asuntos pendientes para convertirme en un literato de renombre y uno de mis cinco asuntos pendientes para ser considerada una persona decente. Le decía que lo he intentado sin éxito, le cuento.
Una vez unos muchachos amigos del club de cine de Rafael Calzada se enteraron de un tipo que estaba planeando su casamiento como un homenaje a Kusturica, con banda en vivo y todo eso. Nos pareció un gesto interesante y decidimos contribuir estéticamente. Qué mejor que entrar a las patadas y robarnos a la novia. El tipo nos estaría eternamente agradecido.
Bueno, la cosa es que o nuestra logística fue demasiado impecable o los invitados estaban demasiados borrachos o había desacuerdos fuertes sobre la luna de miel o el amor no era de los más sinceros, porque eran las seis de la mañana con ese sol molesto de madrugada y ya estábamos en el bar de una estación de servicio cuatro muchachotes cinéfilos y una mujer no muy agraciada con un blanco vestido de novia completamente borracha que, colgada de extraños, no paraba de repetir anécdotas de cuñadas, suegras, ramos de flores y exnovios.
En el medio, todo pasó tan rápidamente, tan sin esfuerzo, tan poco kusturicamente.
Nunca nos arrepentimos lo suficiente.