23.4.10

Artes marciales

Muestran por televisión un documental de artes marciales. El presentador entrevista a una eminencia del Qi Gong. Van a visitarlo a su casa, en un precario barrio de Hong Kong. El hombre luce unos pantalones de color verde, camuflados, musculosa, y una vincha para mantener sujeta su frondosa cabellera. El hombre, entre sus especialidades, sabe arrojar palitos de los que se utilizan para comer arroz, y los hace atravesar una plancha de acero. El hombre se para sobre dos docenas de huevos duros, y se queda ahí arriba, de pie, sin romperlos, logra, no sé cómo decirlo, llevar la energía de su cuerpo hacia arriba, y de alguna manera consigue flotar, vence la ley de gravedad, diluye su propio peso. El hombre dobla una gruesa barra de hierro, a los golpes.
Después de cada prueba sonríe, impávido, impertérrito. Cinco o seis personas, asistentes, curiosos, algún vecino, aplauden, emiten guturales exclamaciones.
Luego, para finalizar su acto, decide mostrar una especialidad más compleja. El presentador del programa televisivo, el locutor que entrevista al maestro ha denominado, a la especialidad, ‘iron penis’.
Caminan una cuadra, doblan, van a otra calle. Los aguarda un camión. Atan entonces una soga al camión, es un camión de reparto de bebidas, un camión que debe pesar una tonelada, o dos. Luego el maestro se ata el otro extremo de la soga, al pito.
Y comienza a tirar. Del camión. Con el pito. Ante la azorada mirada del presentador, de los pocos transeúntes, y de seguro los miles de televidentes, el hombre consigue, con la prodigiosa fuerza de su pito, mover el camión. El hombre retrocede dando pequeños pasos, tiene los brazos extendidos, en cruz, el camión lo acompaña. Hay en su rostro una mueca de contrariedad, un severo rictus. El pito permanece oculto debajo de una especie de toalla, pero es evidente que el acto, lo que el hombre está haciendo, lo lleva a cabo con el pito. No hay allí ningún otro artilugio del cual podría sujetarse al camión.
Terminada la prueba, el presentador aplaude, el maestro, con el rostro brillante de sudor, sonríe, alguien se ocupa de subirse al camión y accionar el freno, para que, justamente el camión, no los pase a todos por encima.
Levanto apenas mi vaso de whisky, hacia el televisor, un improvisado brindis. Hago una sutil y oriental inclinación de cabeza, en reconocimiento a un colega que practica una disciplina muy similar a la propia, alguien que merece consideración y respeto.

3 comentarios:

Jazmin dijo...

Hasta un camión de reparto parece más fácil de conmover que algunas mujeres que conozco.

La lectora dijo...

auch!

J. Hundred dijo...

*jazmin! a veces uno desea conmover, a veces, moverse a alguien alcanza.

*la lectora! se me cuelgan de la hapi a mí, y le duele a usted. santos procesos telepáticos, swami batman!