27.5.09

En la otra orilla

Terminado el colegio secundario, o entre los dieciséis y los diecisiete años para fijar alguna vana precisión, el noventa y tres por ciento de la gente, durante el noventa y tres por ciento del tiempo, se lo pasa pensando y haciendo cosas en conexión directa con el dinero (lo sepan o no). Se trabaja por dinero, se tiene un hijo y se necesita más dinero, se divorcia y se discute por dinero, se habla con amigos y se pide dinero, se toma alcohol añorando dinero (o una guitarra eléctrica, que cuesta, en fin, dinero), se sueña cómo sería despertarse con dinero (o con la guitarra eléctrica), y así. El dinero está allí, como un ácido, como un óxido, siempre presente, comiendo, alterando la esencia misma de las cosas.
Y de pronto, por una extraña combinación de azar y voluntad, unos pocos elegidos logran trascender el dinero, saltar la valla imposible que se come tu mayor esfuerzo, despejar el dinero de la trágica ecuación de la vida.
Es entonces cuando uno esperaría ver en esos genios o santos la luz de la sabiduría, la beatitud del nirvana, la paz en alguno de sus uniformes. Pero lo que se ve por lo general son unos imbéciles rematados, indignados en cualquier restaurante porque el molinillo para la pimienta ya no es lo que era, llorando como chicos porque una pelotita se les fue al bunker, mujeres con tanta silicona que uno podría apagarles un puro en una teta y no se darían cuenta.
Lo que quiero decir es que retirado el dinero, ese espacio de la desesperación más pura sólo puede ser llenado por algo absurdo, ridículo, trivial.

6 comentarios:

Bugman dijo...

Usted porque no sabe lo que se siente cuando la pelotita se va al bunker. Y no me haga hablar de los hazzards de agua porque me quiebro.

Anónimo dijo...

En el mejor de los casos se llena con lo absurdo o lo trivial.
La guita es una excusa para llorar sin hacerse cargo de todo lo demás.

Yoni Bigud dijo...

El asunto es que en esos casos ya no hablamos de desesperación. O por lo menos, no de la más pura. Entonces ese llanto histrión compone un grotesco, que no deja de ser una figura interesante.

Un saludo.

Alelí dijo...

El vacío no puede ser llenado, solo experimentado. Unos pocos pueden soportarlo independientemente de su billetera, silicona, guitarra eléctrica, lamento moicano o lo que sea. Aunque sea hay que animarse de a ratos...

J. Hundred dijo...

*bugman! un deporte en el cual un tipo que se toma un termo de fernet puede ganar, por ejemplo, el master de augusta, es sin dudas una actividad para prestarle atención. pero yo, como siempre, como casi siempre, estaba hablando de otra cosa, estimado pelandrún.

*anónimo! sus palabras exudan una profunda convicción.

*yoni bigud! lo grotesco tiene su encanto, eso es verdad. un saludo.

*alelí! como aplicado lector de francoise dolto, estoy en condiciones de coincidir con usted en que el vacío no puede ser llenado. lo mejor en tales situaciones es prestar atención al acompañamiento, también llamado ‘la guarnición’ (ja!).

Lara dijo...

Algunas cosas absudas ridículas y triviales son verdaderamente divertidas. Sí, el vacío se llena con espejismos, y si tenemos plata... compramos espejos.... no hay mucha opción, la crudeza del vacío es insoportable y me genera una sensación suicida. Prefiero los espejos, aun sabiendo del engaño. Del otro lado, no hay nada, ya lo sabemos.