Me asaltan. Me roban. Algo no muy cruento, más o menos al estilo tradicional. Es de noche. Alguien me pide fuego, mientras camino por la calle, y cuando me detengo, otro alguien, vaya uno a saber salido de dónde, materializado por qué fuerzas, me encañona con un revólver, por la espalda.
–No te des vuelta, porque te quemo –dice el de atrás. Siento la frialdad del metal, a través de la camisa, contra los riñones.
–Laplatalaplatalaplata –dice el de adelante.
Así que meto la mano en un bolsillo, primero, en otro, después, y entrego lo que tengo. El intercambio se desarrolla con profesionalismo y naturalidad.
–¿Me dejás sacar los documentos? –digo.
–Sí, cómo no –dice el de adelante, abre la billetera que acabo de entregarle y me da mi cédula de identidad–. No salís bien en las fotos. ¿Tenés algo más? ¿Cadena, reloj, anillo?
Le doy el reloj. Lo observa, sabe que no tiene valor.
–Somos de San Lorenzo –me dice el de adelante, y por primera vez levanta la vista, ya que su gorrita con visera le cubre el rostro hasta la nariz–. Tenemos que ir a sacar a un amigo que está adentro. Necesitamos la plata para eso.
–Entiendo –digo.
Se hace una pausa. Me está escaneando para ver si tengo algo más que pueda ser de valor. Las zapatillas, claro. Pero son negras, y están muy caminadas, las descarta de inmediato.
–Bueno, papi, nos tenemos que ir –dice–. No te hagás el loco, eh.
–No –digo–. Dejame un peso para el colectivo y me voy a casa.
Me da un peso. Se acomoda la gorrita. Me da una amistosa palmada en un hombro.
–No pasa nada, che. Todo piola.
–¿Qué hago? ¿Lo mato o no lo mato? –La pregunta vino de atrás. Siento el metal que empuja contra mi espalda.
Se hace una pausa. Me gustaría hablar, decir algo, pero abro la boca y no sale nada, mientras no sale nada, sólo una mueca de pez, pienso ‘esto no está bien, aquí hay mala praxis, esto está mal’.
El de adelante vuelve a levantar la vista y me mira. En sus pupilas está lo que sólo he visto en ojos de médicos que observan los resultados de un análisis y en chicas que dicen que ya no te quieren más. En sus ojos veo una chispa negra que dice ‘yo soy el león y vos sos la cebra y qué le vas a hacer’.
–No, dejá –dice. Paran un taxi. Y se van.
–No te des vuelta, porque te quemo –dice el de atrás. Siento la frialdad del metal, a través de la camisa, contra los riñones.
–Laplatalaplatalaplata –dice el de adelante.
Así que meto la mano en un bolsillo, primero, en otro, después, y entrego lo que tengo. El intercambio se desarrolla con profesionalismo y naturalidad.
–¿Me dejás sacar los documentos? –digo.
–Sí, cómo no –dice el de adelante, abre la billetera que acabo de entregarle y me da mi cédula de identidad–. No salís bien en las fotos. ¿Tenés algo más? ¿Cadena, reloj, anillo?
Le doy el reloj. Lo observa, sabe que no tiene valor.
–Somos de San Lorenzo –me dice el de adelante, y por primera vez levanta la vista, ya que su gorrita con visera le cubre el rostro hasta la nariz–. Tenemos que ir a sacar a un amigo que está adentro. Necesitamos la plata para eso.
–Entiendo –digo.
Se hace una pausa. Me está escaneando para ver si tengo algo más que pueda ser de valor. Las zapatillas, claro. Pero son negras, y están muy caminadas, las descarta de inmediato.
–Bueno, papi, nos tenemos que ir –dice–. No te hagás el loco, eh.
–No –digo–. Dejame un peso para el colectivo y me voy a casa.
Me da un peso. Se acomoda la gorrita. Me da una amistosa palmada en un hombro.
–No pasa nada, che. Todo piola.
–¿Qué hago? ¿Lo mato o no lo mato? –La pregunta vino de atrás. Siento el metal que empuja contra mi espalda.
Se hace una pausa. Me gustaría hablar, decir algo, pero abro la boca y no sale nada, mientras no sale nada, sólo una mueca de pez, pienso ‘esto no está bien, aquí hay mala praxis, esto está mal’.
El de adelante vuelve a levantar la vista y me mira. En sus pupilas está lo que sólo he visto en ojos de médicos que observan los resultados de un análisis y en chicas que dicen que ya no te quieren más. En sus ojos veo una chispa negra que dice ‘yo soy el león y vos sos la cebra y qué le vas a hacer’.
–No, dejá –dice. Paran un taxi. Y se van.
5 comentarios:
Paran un taxi y se van, igual que la chica que dice que ya no te quiere. Y todo piola. Sucede.
Un saludo,
Y lo peor es que después te dicen "tenés que dar las gracias"... el personaje olvidó agradecerles.
Qué momento. Los cuervos son todos chorros, al parecer.
*yoni bigud! eso nos muestra que el hecho objetivo, el taxi que se va, a veces te fulmina, a veces te hace sentir genial. un saludo para usted.
*caballero! tenés que dar las gracias que no te pegaron un tiro en una rodilla. a los ladrones, a la chica que ya no te quiere, al mundo en general.
*anónimo/a!
Sí, en este momento los cuervos estamos afanando la punta del campeonato, qué va'se...
(y nos vamos en taxi porque el subte viene lleno y no llega al Bajo Flores, che)
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