Compré un par de zapatillas, alguna vez, y las guardé. Ya tenía zapatillas en ese momento. Pero las compré porque me gustaron; eran lindas, de verdad. Y las guardé, eso ya lo dije, a la espera de una ocasión especial, del momento apropiado para comenzar a utilizarlas.
Como todo en esta vida, el momento llegó. Me puse las zapatillas y fui a hacer lo que tenía que hacer.
Estaba reunido con un grupo de personas, tomando cerveza, después de una caminata, sentado, al sol, y el pegamento de las zapatillas cedió, y por lo tanto la suela cedió, y yo quedé, de manera tan literal como taxativa, descalzo.
Si yo fuera Esopo esta historia tendría una moraleja del tamaño de un árbol.
Pero como no soy Esopo, me limitaré a decir que tal vez no exista aquello que yo mismo he dado en llamar la ocasión especial, el momento apropiado.
Como todo en esta vida, el momento llegó. Me puse las zapatillas y fui a hacer lo que tenía que hacer.
Estaba reunido con un grupo de personas, tomando cerveza, después de una caminata, sentado, al sol, y el pegamento de las zapatillas cedió, y por lo tanto la suela cedió, y yo quedé, de manera tan literal como taxativa, descalzo.
Si yo fuera Esopo esta historia tendría una moraleja del tamaño de un árbol.
Pero como no soy Esopo, me limitaré a decir que tal vez no exista aquello que yo mismo he dado en llamar la ocasión especial, el momento apropiado.
1 comentario:
Si yo contara anécdotas similares a la suya, también en espera del momento apropiado, Esopo tiraría por el aire todas sus moralejas y diría ¡Me rindo!
Saludos!
PD: La ocasión especial es simplemente eso... especial, inesperada. La planificación o la espectativa son sus más fervientes enemigas.
Publicar un comentario