Había arreglado con el tipo de la inmobiliaria a las once, era viernes. Me había ido a pinamar el jueves, y pensaba quedarme hasta el lunes. Volver con el departamento vendido y la cabeza despejada.
Me desperté temprano, caminé por la playa. Me fui a desayunar a Innsbruck, el mundo no podía ser tan malo.
Pedí un café con leche con medialunas de manteca, hacía un frío del carajo y había algunos vivos que habían logrado escapar de la ciudad y vivían refugiados. Saben que no sos de ahí y te miran raro.
Entró una mujer, menos de treinta años. Con calzas de gimnasia y buzo cerrado hasta el cuello. Morocha, con lentes de sol, se notaba que estaba bárbara. Flaca, flequillito Stone, debía venir de hacer una clase de algo.
Se sacó los lentes como si buscara algo, una revista, una mesa, un conocido. Vino directo hacia mí.
–¿Juan? –Asentí–. Permiso –dijo y se sentó. Pidió un café, me pareció que el mozo la conocía. Se abrió un poco el cierre del buzo, parecía recién bañada y olía a perfume, algo floral y sutil, algo japonés, eso pensé.
–Qué decis, Juan. Acá estamos.
–Ehh –dije–. Disculpame, no sé quién sos.
–Mirá –dijo–. Pasaba y te vi y dije ¡no puede ser, Juan! En la secundaria nos conocimos. En un baile en la casa de Miguel. Nos miramos y supimos, como sólo dos adolescentes pueden saberlo, que éramos el uno para el otro. Nos fuimos al balcón, ¿te acordás? Nos besamos, compartimos un cigarrillo. Después viste cómo es, me fui a vivir a Entre Ríos, nos dejamos de ver, la vida. No me digas que te viniste a vivir a Pina porque me muero de alegría. Mirá dónde nos venimos a encontrar.
–Mirá –dije, tomé un sorbo de café con leche–. No sé. Estás bárbara, te invito a cenar, a vivir conmigo, lo que quieras. Pero lo que me estás contando no sucedió, no sé quién es Miguel. Si te hubiera dado un beso alguna vez te juro que me acordaría.
Se hizo una pausa, me tocó una mano por encima de la mesa.
–Bueno, tenés razón –dijo–. La verdad que ayer chocaste en la ruta, estás muerto. Terminá de desayunar y nos vamos, tenés que venir conmigo.
12 comentarios:
y al final igual te fuiste a vivir con ella...
bueno, lo que se dice vivir...
*f! a veces decimos ‘esto no es vida’, a veces ‘esto es la muerte’. usted me va a saber entender. lo saludo.
Estoy de pie y boquiabierto sin poder emitir ningún otro sonido más que el de mis palmas rompiéndose en busca de un aplauso que esté a su altura.
Gracias, Juan.
No podía faltar una mención a Mónica.
¿Era una mujer necesitada de sexo o la misma muerte personificada?
Ambas opciones justifican que sea conocida en ese lugar.
¿Y que tal si era la muerte personificada y además necesitada de sexo con un mortal?
Interesante final abierto.
Y ya me anticipo que es posible que no haya captado algo muy obvio. Es que soy un demiurgo.
El eco que Vd. siente es el de mis palmas apenas a contratiempo de las de Jorge Aureliano.
Volantazo tremendo el que pega su relato.
Creo que si seguía describiendo a esa minita, firmaba yo mismo esa muerte en la ruta.
Me quedo con un poco de ganas de saber algo más de Miguel. Cualquier tipo que presta su casa para que uno recuerde el baile, su balcón y algún cigarro compartido, me cae bien.
Vd. es un genio.
Lo abrazo con el respeto de saber que estoy abrazando a un ídolo
*jorge aureliano! usted es muy generoso conmigo. lo abrazo con sana camaradería.
*el demiurgo de hurlingham! al parecer el señor alex caniggia se tatuó la palabra ‘survive’ en la cara, o en la cabeza, o en el cuello. no, claro, le puede parecer que no tiene nada que ver. pero siempre es bueno recordar que la idiotez puede venir en los más variados sabores. lo saludo.
*frodo! cuenta la leyenda, así me la contaron, que le preguntaron al señor victor hugo (no morales, digamos, el verdadero) cuál era la mejor manera de decir ‘cielo celeste’. y el señor respondió ‘la mejor manera de decir cielo celeste es cielo celeste. pero me llevó toda una vida aprenderlo’. no sé, son las cosas que suman para mí. lo abrazo.
Mentime que me gusta, pero mentime de tal manera que no me dé cuenta de que me estas mintiendo. Por favor.
Gracias.
Saludos,
J.
*josé a. garcía! no recuerdo de quién es la frase, pero sé quién me la dijo a mí. aquello de ‘la mentira tiene patas cortas, pero la verdad es paralítica’. lo saludo.
Lo suyo es sublime Hundred. Tantos autores se han sumergido en las profundidades de la fantasía para personificar a la muerte, a la parca, antojandola severa, rígida, incólume y arrogante, y porque no insensible. Y ud me sorprende - cuando no - en este relato haciendo de ella una hermosa mujer radiante, una morocha divina y deseable, o por lo menos eso hizo que me imaginara. Lo felicito una vez más Juan, y le envío un abrazo tan caluroso como este día en Bs. As.
*alberto arenas! yo creo que ‘la muerte tiene flequillito stone’ sería un excelente título para un libro de poemas. lo abrazo.
En la literatura o en el cine la muerte siempre viene para re-vivir un pequeño momento de gloria, que, después de una re-interpretación le da sentido a haber estado en este mundo, o nos redime de grandes cagadas hechas en vida. También, por lo general, la redención se le da a alguien que no la merece, o no se la ganó, lo que si, la muerte siempre trae el recuerdo de un momento que si existió.
La muerte de su relato fue bastante forra o vaga o ambas, ya que le faltó investigación para venir con un recuerdo real, uno que sirva, uno que nos haga irnos tranquilos, como dije… una forra.
Eso si, el flequillo Stone, un gran detalle!!
Abrazo
*bob harris! la naturaleza no tiene ángulos rectos. lo abrazo.
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