21.2.17

La otra parte


Se me acercó el mozo. No le presté atención, hasta que llegó una voz y me di cuenta que me estaba hablando. A mí.
–Señor –dijo, otra vez. Con el trapo rejilla sobre su hombro y la bandeja vacía sobre el pecho como si fuera el escudo del Capitán América, no sé. Como si se estuviera protegiendo de algo.
–Señor –dijo.
Levanté la vista. En realidad no levanté la vista, está mal dicho. Porque estaba con la vista al frente, mirando sin mirar hacia la calle, a través de uno de los ventanales. Entonces enfoqué la vista en el mozo que me hablaba.
–Sí –dije.
–Le quiero preguntar algo –dijo el mozo, pero no esperó mi respuesta, siguió–. Usted viene casi todos los días, de lunes a viernes, a eso de las ocho de la mañana.
–Sí –dije–, puede ser.
–Y pide todos los días lo mismo –se inclinó un poco hacia delante, el mozo, como si lo que estuviera por decir fuera de algún modo un secreto–. Un café chico, y una medialuna de grasa.
–Es probable –dije–. Quiero decir, puede ser.
–Acá viene la cuestión –dijo el mozo, sonrió. Tenía los dientes muy amarillos, como los de un perro, eso pensé. Me sorprendió que usara la palabra ‘cuestión’–. Usted no toma el pedido. Me paga de entrada, y me deja propina cuando se va. Pero no prueba ni un sorbo de café, ni le da un mordisco a la medialuna. Nada, lo vengo observando hace más de un mes.
Asentí, apenas. No tenía nada para decir.
–Y usted trae un cuaderno, abre el cuaderno, saca una birome –siguió el mozo–. Pero no escribe nada. Lo vengo mirando y jamás lo vi escribir ni una palabra.
–Puede ser –dije. Lo miré con algo más de intensidad. Podríamos decir que lo miré más fuerte.
–No entiendo –dijo el mozo.
–No entiende –dije yo.
–Es que usted, como le dije –se puso serio, el mozo, frunció el ceño–, viene a desayunar, pero no desayuna, y viene a escribir, pero no escribe. No sé.
–Mire –dije–, su curiosidad me resulta genuina, no le digo válida, parece usted una persona, un ser humano a la vez correcto y quizás algo primitivo, así que no tengo inconvenientes en comentarle. Me pasa que me fui dando cuenta con el tiempo, una de las cosas que más disfruto, una de las cosas que más satisfacciones me da, es no estar. Podríamos decir mi ausencia.

2 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Y para ejercer ese gusto de no estar, puede ser útil estar en un lugar para irse.
Que ganas de preguntar ese mozo, si alguien paga y deja propina, ¿para que preguntar?
Brillante giro argumental

J. Hundred dijo...

*el demiurgo de hurlingham! ‘para qué preguntar?’, bien dicho.