6.10.16

Ponerlo en palabras es darle vida


Tuve que ir, me lo pidió un amigo. Mi vida social se terminó más o menos a los once años. Pero mi amigo cumplía años y estaba contento. Se había mudado, me invitó a un asado en su casa nueva.
Y yo le expliqué como me salía, como pude, que estar con gente nunca fue lo mío. Pero mi amigo era mi amigo hacía muchísimo tiempo y ya lo sabía.
–Es un asado, Juan –me dijo–. Comés algo rico, tomás un poco de vino, cuando querés te vas.
Llegó el domingo, se hizo el asado. Había armado una mesa grande, como para veinte personas. Mi amigo iba y venía de la parrilla, feliz. Su hijo de siete o nueve años se mojaba los pies en la pileta. El perro miraba a todos, suplicante, como diciendo ‘loco, no me dejen afuera’. Un capo, el perro, un perro atorrante y bigotudo que se llamaba Felipe. Le gustaba el helado y la provoleta, a Felipe. Le gustaba rascarse la espalda contra el pasto.
Me senté cerca de una punta, tratando de pasar desapercibido. Me sirvieron salchicha parrillera, me sirvieron un vino más o menos decente, me daba el solcito en la cara. Peores cosas me habían sucedido.
Hablaba, la gente. Varias parejas, una prima soltera, amigos. Hablaban y al hablar era fácil notar de qué estaban orgullosos, aquello que consideraban el centro, el eje alrededor del cual transcurría lo que podríamos denominar, la rueda de sus vidas.
Una mujer hablaba de sus hijos, sus hijos habían hecho algo, habían cagado o escupido, habían aprendido a decir ‘mamá’ o ‘teta’. Otra mujer, más bonita por cierto y evidentemente harta de su marido al punto de no poder evitar hacer una mueca de crispación cada vez que su marido le dirigía la palabra, hablaba de caballos. Lo más importante del mundo era, al parecer, montar a caballo, si el caballo debía comer tal o cual cosa, si el caballo debía ser cepillado antes o después de bañarlo, qué significaba si al caballo le picaba el culo, y así. Un tipo hablaba de fútbol, acababa de volver del Mundial de Brasil. Explicaba las diferencias ideológicas entre Menotti y Bilardo, si Batistuta y Crespo hubieran podido jugar juntos, las diferencias de carácter entre Maradona y Messi debido a si de chiquitos les habían dado mate cocido o café con leche. Ver un partido del mundial te cambia la vida, dijo.
–Che, Juan –me dijo la mujer de mi amigo–. Qué pasa que estás tan callado.
–Una de las ventajas de fracasar, y de saber que fracasaste –dije–, es que no tenés mucho para contar. El fracaso brilla.

9 comentarios:

Alelí dijo...

Jaja estallé, me siento tan identificada que no puedo salirme de ahi «a brillar mi amor, vamos a brillas, mi amor»

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Yo también me sentí identificado. Salvo afortunadas excepciones, esos asados pueden ser algo nefasto, no tanto por el asado propiamente dicho, que es algo que suele tardar. Sino por esas conversaciones.
Está muy bien esa contestación rápida. Es uno de tus hallazgos dignos de aplaudir.
Saludos.

J. Hundred dijo...

*alelí! cada uno brilla como puede, usted me va a saber entender. la saludo.

*el demiurgo de hurlingham! sabe Dios los repugnantes seres que he tenido que soportar por media provoleta, por un cachito de salchicha parrillera. lo saludo.

Bob Harris dijo...

En una época de mi vida en la que andaba a los tumbos casi en todo, me dedique mucho a lo que tenía mas a mano, a lo que pareciera mas fácil de mejorar, el trabajo. Entonces me dedique a eso, soy bueno en lo mío, además era un momento que la empresa también todo era un quilombo, y entonces al poco tiempo empecé a ver mejoras en ese rubro. La cosa es que también vi que llegaba en fin de semana y no tenía nada que contar porque hablar sobre tu trabajo como si fuera algo interesante me perece de ratas (salvo que seas astronauta), eso me ponía mal, me hacia sentir mas vacío, me hacia sentir que si lo único que podía hacer andar bien era mi trabajo, todo era una mierda.
Creo que no tener nada para contar es síntoma indiscutible de fracaso, puede que darse cuenta, y vivirlo como normal haga todo mas simple, pero… no esta bueno.
Un abrazo

Leandro dijo...

Por situaciones como esas es que aprendí a asar. Y tantas otras cosas.
Igualmente lo respeto; hay que llevar esa bandera afuera de casa...

J. Hundred dijo...

*bob harris! lo que quise decir, y tengo más que claro que así en la literatura como en la vida el que explica pierde. lo que quise decir, entonces, decía, es que cuando escucho a la gente hablar de lo que consideran sus éxitos, bueno. me parece que fracasar está lo más bien. lo abrazo.

*leandro! cuando veo a una persona haciendo un asado pienso ‘pobre tipo, no sabe ni el 33% de las cosas que yo sé’. y después, casi inmediatamente después, pienso ‘pero sabe hacer asado’. lo saludo.

Anónimo dijo...

La gente habla para huir del fracaso. No, la gente habla para que la gente crea que está limpia de fracaso y se cree así que efectivamente logró huir del fracaso.
Pero hay, siempre, una fisura en la mampostería por donde se filtra, como la humedad, el fracaso. Un bendito talón de Aquiles del fracaso (porque alguien es en el fracaso también) que te recuerda, como el fantasma de las navidades pasadas que, preferiría evitar ser redundante, hola: sos un fracaso. Y la frustración es grande.
Pero si de entrada uno se presenta así, despojado, desnudo, sin tirarse encima ninguna purpurina, y solo exhibe lo que es, la herida absurda, pasan cosas: uno se afloja, se calma, queda en paz, como cuando se apaga un motor que te venia molestando sin siquiera notarlo. Y como eso no le importa a casi nadie, uno queda exento de ser preguntado. El fracaso te vuelve invisible para casi todos.
Ahora, si aún así alguien viene, se sienta al lado en esa mesa y comparte eso, en silencio, y nada más: quedate, que no se te ocurra irte.

Dany dijo...

¿Un asado con amigos que fracasaron junto a uno puede ser tenido en cuenta como una redención?
Yo creo que si. Abrazo Juan

J. Hundred dijo...

*anónimo! hacía tanto que no me entendían así que ya me había olvidado cómo es, qué se siente. yo le agradezco.

*dany! pero claro que sí, dany. un asado con amigos que fracasaron, juntos o por separado, siempre es redentor. y me gusta la palabra ‘redentor’, me hace pensar en algo que tiene los dientes reforzados. lo abrazo.