24.6.16

La mañana tan perfecta


Tengo un amigo, del reducido grupo de amigos que tengo, quizás debiera decir ‘tenemos’. O mejor todavía ‘somos’. Pero tampoco es eso lo que quiero decir, qué importa si ‘somos’ o ‘tenemos’, somos tres amigos, cuatro como mucho. Nos vemos cada tanto.
Uno de mis amigos, M., tiene mucho dinero. Es un prestigioso abogado, anda en automóviles alemanes, sale con pibas jovencitas. Está divorciado, le gusta el surf.
Me invitó, M., a mí y a los otros dos, a pasar unos días a su casa en Punta del Este. M. tiene un departamento por la parada quince, frente al mar. Primeros días de Diciembre, muy poca gente, sólo sentarse en ese balcón a tomar un café y volvés a sentir que la vida tiene algún sentido. No te digo un propósito, pero sí un sentido. Sentías que se te volvían a cargar las gastadas pilas del alma.
Me levanto muy temprano, porque sí, la inercia de tantos pero tantos años de oficina. Se me ocurrió bajar a caminar un poco por la playa.
Fui, eran las ocho de la mañana como mucho. La Mansa con el agua planchada, el sol empezando a calentar. Tuve gana de nadar. Olvidé decir que no sólo sé nadar, sino que durante buenos diez años fui jugador de waterpolo. O sea, me siento más que cómodo en el agua. Alguna vez fue mi elemento, después mi elemento pasó a ser el whisky, pero me estoy yendo de tema.
Me metí, ni siquiera demasiado fría. Empecé a bracear. Grandes y pausadas brazadas traccionando el agua, avanzando sin dificultades. Levanté la cabeza. Me sentí ágil, vigoroso, parte de la naturaleza. Se me ocurrió que podía llegar nadando hasta enfrente, hasta la isla Gorriti, sin problemas. Debían ser un par de kilómetros, no más que eso. Cuando entrenaba podía nadar cinco kilómetros día por medio. Pan comido.
No pensé más, ni la distancia, ni que estaba solo, ni en si podía haber rayas o tiburones. Bajé la cabeza y nadé. Nadé y nadé. El agua y yo, se sentía tan bien.
Nadé un rato largo. Como cuando hacía fondo, sería el equivalente de trotar, en caso que uno hubiera elegido, en lugar de nadar, correr. Debo haber nadado, recto hacia el horizonte, veinte minutos. Media hora. El agua tan quieta, el sol, la mañana tan perfecta.
Me pareció que se me estaba por acalambrar una pantorrilla, la pantorrilla izquierda, pero no. Apenas un tironcito sin importancia, seguí.
Al rato paré, estaba agitado, flotar en aguas abiertas es todavía más fácil que flotar en una pileta. Respiré.
Entonces me di cuenta. Estaba como mucho a mitad de camino. O un poco más de la mitad. Llevaba nadando no sé, cuarenta o cincuenta minutos. No tenía reloj, había perdido la noción del tiempo.
Y me di cuenta. Me di cuenta que no daba más, no tenía más fuerzas. Supe con absoluta claridad que no iba a poder llegar hasta el otro lado. Y supe también que no iba a poder volver.
Me di cuenta que eso, lo que me estaba pasando. Justamente eso era mi vida.

10 comentarios:

WOLF dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
WOLF dijo...

Vamos de vuelta...
La única opción al hundimiento: Hacer la plancha y que la corriente te lleve... como en la vida... Saludos

LaLa dijo...

excelente escenario visual, me hizo acordar la sensación cuando vi el mar por primera vez, era una sensación de inmensitud agobiante! pero lo mejor es entregarse de forma total, ya está, en ése punto no hay nada que hacer, solo mirar el cielo y zambullirse, despúes seguro la corriente lo llevará a alguna playa... que la corriente haga su trabajo. un beso

Viejex dijo...

Creo que ese tironcito sin importancia le hizo perder de vista todos los tironcitos de los primeros momentos, esos que ahora rememora como tan fáciles. Coincido -como podría no coincidir- en la conclusión, en eso de que no tenía más fuerzas, que no iba a poder llegar al otro lado y menos aún volver. Quiero decir, los comienzos nos parecen fáciles cuando pasó mucho tiempo porque tenemos mala memoria.

Viejex dijo...

Fe de erratas: léase "¿cómo podría no coincidir?"

J. Hundred dijo...

*wolf!

*wolf! permítame citarle la ‘serenity prayer’: God give me the serenity to accept the things that I cannot change, courage to change the things I can, and wisdom to know the difference. me pareció que podíamos compartir esto, lo saludo.

*lala! fíjese que decir ‘que la corriente haga su trabajo’, también se aplica a una sala de ejecución, con alguien sentado en la silla eléctrica. la estoy jorobando nomás, me gusta imaginarla sonreír.

*viejex! el tema, como usted menciona, es qué hacemos, qué vamos a hacer, cuando esos tironcitos se empiecen a sentir. porque ahí, como usted bien sabe, como usted no ignora, ahí cambia todo y ya estamos en el medio del agua. lo saludo.

*viejex! usted puede coincidir o decirme que soy un pelotudo, usted se ha ganado ese derecho.

Anónimo dijo...

Una vez, una sola vez, fui al casino. Me senté en una mesa de black jack y empecé a jugar. Era toda una novedad. Me senté con desgano, y empecé a jugar. Perdi la nocion del tiempo, perdí algunas otras categorías también. Cuando me quede sin nada y decidí irme, me di cuenta de que mis amigos se habían ido, de que era de día, y de que no tenía más guita. Entonces a las 12 del medio día del otro día empecé a caminar para mi casa. Ni para el taxi.
Y mientras iba caminando, sorprendido por lo que había pasado, también me di cuenta de que perderme así fue, lejos, una de las experiencias más importantes. Tan enajenante como perfecto.
No desconozco el hecho de que ir caminando a mi casa es mucho menos riesgos que quedarme en el medio del mar, sin más fuerzas, tratando de flotar. Pero lo anterior, la desconexión, fue de una riqueza que no quiero olvidar.

J. Hundred dijo...

*anónimo! lo que usted define como ‘perderme’, o ‘la desconexión’, es un tema de altísimo contenido espiritual. lo que los deportistas definen como estar ‘in the zone’, o un artista, un pintor por ejemplo, llamaría un estado de absoluta inspiración. el punto, no lo quiero aburrir con cosas que quizás me interesan sólo a mí, es que cuando lo genial sucede, en ese momento mágico, usted, lo que usted cree que es, lo que el individuo definiría como ‘yo’, sencillamente no está ahí. inmediatamente después, cuando vuelve el ‘yo’, reclama lo sucedido como si hubiera estado presente en aquello que ocurrió, mientras ocurría. pero la verdad, la experiencia que usted tan bien describe y que no desea olvidar, es la ausencia del yo. si me apura un poco diría que hay que leer ‘la alegría sin objeto’, de jean klein (a mí me ayudó a prestar atención a estas cuestiones, nadie jamás me lo había explicado). pero hay gente que lee la condorito y también la pasa lo más bien. lo saludo.

Anónimo dijo...

Usted mismo parafraseó alguna vez, y me parece pertinente ahora: "si el corazón pensara, dejaría de latir"

J. Hundred dijo...

*anónimo! si yo lo dije está muy bien. 1saludo.