30.6.15

Al César lo que es del César


Por lo general no voy al cine, tampoco miro demasiado la televisión. O quizás sí, miro la televisión, pero de la más anárquica manera. Quiero decir, no tengo decodificador, no soy un seguidor de las series americanas por más buenas que sean, no tengo netflix, no soporto los programas locales donde la gente canta o baila o compiten para ver quién es capaz de hacer el sorete más grande, me gustan los deportes pero soy incapaz de mirar un partido completo de nada.
Pero justo había estado mirando un programa, como dos o tres meses seguidos. De lunes a viernes, a las nueve de la noche, en animal planet. El programa se llamaba, traducido, ‘el encantador de perros’. Había un mexicano muy simpático, bajito, con barba candado, que sabía todo, absolutamente todo, sobre los perros.
El programa estaba estructurado como si fueran casos psicológicos. Hablaban primero los que vivían con el perro, contaban el problema (del perro). Después, César (el encantador de perros, así se llama el sujeto), los visitaba en su domicilio, veía al perro, si tenía miedo, si era dominante o agresivo, si había que arrinconarlo hasta que se rindiera, o agacharse para que el perro pudiera olfatear al visitante. Cómo dejar floja la correa cuando el perro hacía lo correcto, o tironear en el momento exacto para mandar una señal. O darle una curiosa patada, al perro, un sorpresivo tacazo cruzando una pierna por detrás de la otra, de la pierna más cercana al perro, en las costillas, sin que el perro se la esperara. Para distraerlo, para corregirlo, para que el perro comprendiera que lo que estaba haciendo estaba mal y grabara ese mensaje en su perruna mente.
Veía el programa, yo, mientras hervía arroz para la cena, o me hacía unos miserables ravioles comprados en el supermercado. Veía y aprendía sobre las conductas y los comportamientos de los perros. Era fantástico, además no tenía un pomo para hacer, con mi vida en general. En esa época yo andaba apesadumbrado, triste, así que me convenía tratar de distraerme con cualquier cosa, porque encima sabía que no iba a poder dormirme. Trataba de dormir y a las dos horas como mucho me despertaba temblando como la momia negra, muerto de miedo, empapado de sudor. Sabiendo que el universo todo no tenía mayor sentido pero sin saber qué hacer al respecto.
Bajé para ir a trabajar, era jueves. En la puerta del edificio, el vecino del séptimo B. Con su perro. Un Boxer, amable y musculoso, trompudo, todo su ser apuntando hacia adelante, hacia arriba, como una fuerza de la naturaleza. El pecho inflado.
–Buenos días –dije.
–Buenos días –dijo el vecino. El perro me miró con sana curiosidad, alerta, las orejas paradas.
Me acerqué con una sonrisa. Sabía exactamente lo que debía hacer, me gustan los perros, además.
Me acerqué un poco más, sin mirar al perro a los ojos. ‘Primero la nariz’, decía siempre César en su programa. El perro debe olfatearte, esa es su manera de conocerte.
Me arrodillé, junto al perro, de costado, para que el perro pudiera olfatearme tranquilo, reconocer mi energía calmada y asertiva (no tenía la menor idea del significado de la palabra ‘asertivo’, pero César decía la palabra todo el tiempo).
Ahí me quedé, arrodillado, de perfil, hice una respiración profunda.
El Boxer, que se llamaba ‘Káiser’, en un movimiento de eléctrica repentización pero de ningún modo exento de gracia, me mordió el rostro. Me alcanzó el lado derecho de la cara, la mejilla, la boca, un poco de la oreja.
Quedé tirado sobre la vereda, aullando de dolor. Hubo que llamar a una ambulancia. Me hicieron las primeras curaciones, me dieron la antitetánica, la antirrábica. Dijeron que dentro de seis meses o un año si quería me podía operar las cicatrices que me iban a quedar, hacerme una cirugía plástica. La medicina había avanzado mucho en ese campo.
Las cosas no son como las muestran por televisión.

6 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

El título es una muestra de genialidad, es un anticipo irónico del relato, de su desenlace.
Y la conclusión a la que el lector sospecha llegar es que ver a un experto por televisión, no convierte al espectador en experto. Sospecho que esa es la conclusión a la que querés que lleguemos. Porque un buen escritor es un manipulador. Y está bien que sea así.
Felicitaciones.

Yoni Bigud dijo...

En general aprender duele, estimado. Y también puede dejar marcas de por vida. Yo sé que lo mío puede sonar incluso a burla, pero hay que repetir la operación. Medítelo y va a llegar a la misma conclusión, si es que ya no lo hizo.

Lo saludo desde las profundidades más recónditas.

WOLF dijo...

Y yo que esperaba la patada certera en las costillas del boxer...
Gracias... como siempre

J. Hundred dijo...

*el demiurgo de hurlingham! releo el texto y es probable que sea así, que el título haga que levante un poco la historia tan nimia. en un comienzo iba a decirle que no estoy de acuerdo con nada de lo que usted dice, pero por un momento me pareció que se habían ido todos, que no había quedado nadie. y entonces, como por arte de magia, me pareció que usted era, en esta curiosa ocasión, en esta particular oportunidad, un lector cuya idoneidad tenía rango de absoluto.

*yoni bigud! sí, cuántas veces ha vuelto uno al bóxer, para decirle, con dulzura ‘tomá, acá tenés lo que queda de mi rostro por si querés seguir masticando’. lo saludo, creo que ni jacques cousteau llegó alguna vez tan abajo.

*wolf! lamento no haber estado a la altura de las circunstancias. y ahora que lo pienso, no estar a la altura de las circunstancias es una de las cosas que mejor me salen, desde que puedo recordar, desde siempre. lo saludo.

Mr. Kint dijo...

A mí me ha pasado más o menos lo mismo, por ejemplo, mirando a Narda Lepes cocinando una milanga napo con soufflé de papas. Queriendo replicar su rutina, que ella con tanta naturalidad ejecuta, bueno, he arruinado varios kilos de peceto y de verduras. Pero también me ha pasado viendo jugar a Ronaldinho, a Federer o incluso al Flaco Schiavi. Ni hablar de intentar calcar algún que otro movimiento que he percibido en una película condicionada, un camino directo al fracaso replicar semejante despliegue en plena faena, sobretodo ante las evidentes limitaciones físicas que desde ya usted se imagina.
Todas esas imágenes deberían estar acompañadas de "Juan, Kint, por favor no hagan esto en sus casas".
Lo saludo y en esta singular ocasión le acaricio el rostro herido.

J. Hundred dijo...

*mr. kint! es bien certera su percepción. están aquellos que intentan entrar a su propio casamiento imitando los movimientos de axl rose con ‘sweet child of mine’ de fondo, y nadie les dijo, nadie les avisó, que el casamiento es en burzaco, y que una tía que tiene una pierna ortopédica se acaba de descomponer. no hace falta decir, para qué aclarar, que lo que querés copiar de la televisión no tiene el más mínimo punto de contacto con tu realidad. sigo, una vez salí con una señorita, la llevé a un bar de unos gallegos donde solían darme en la barra una ginebra y un huevo duro con un pedazo de queso, y la piba pidió que le prepararan un cosmopolitan. no, corazón, no sos sarah jessica parker, y esto no es new york. estamos en almagro, y vos tenés la nariz de un maldito perico. ahora sí, lo saludo.