30.4.15

Clara y Carla


Clara y Carla eran amigas desde la secundaria. Terminado el colegio, la vida las había ido separando pero de algún modo, con intermitencias, habían conseguido conservar el precario filamento de la amistad. La vida las había arrojado a ellas con sus precarias canoas hacia diferentes planos de la existencia. Pero algo quedaba, algún recuerdo adolescente, unas vacaciones en San Bernardo, un cumpleaños, un llanto en un balcón, un cigarrillo compartido.
Clara se había casado a los veintidós años, y seguía casada, más de catorce años después. Tenía dos hijas, Romina y Camila. Había comenzado a estudiar arquitectura en su momento, pero al poco tiempo había dejado. Era ama de casa, hacía un poco de gimnasia, había hecho cursos de pintura y fotografía. Su marido, César, tenía dos, no, tres locales de artículos de limpieza. Veraneaban en Brasil, y en invierno iban a esquiar. Tenían un buen pasar, la vida transcurría sin mayores contradicciones, envejecían.
Carla había querido ser bailarina de tango, profesional. Después había puesto una academia para enseñar. Había viajado bastante con un espectáculo de tango en un crucero. Había vivido en Barcelona y en Ámsterdam. Había salido con cientos de tipos, con un piloto de turismo carretera, con un profesor de filosofía noruego, con un cantante que había tenido un accidente y había quedado paralítico. Había estado internada un par de meses en rehabilitación, porque se había hecho adicta a la cocaína primero, a los antidepresivos después. Flaca, conservaba un cuerpito de una mujer de menor edad. Fumaba mucho, tenía una risa nerviosa, como una descarga eléctrica.
–Estoy saliendo con un jugador de fútbol –pitó, Carla. Estaban sentadas en La Biela, en las mesitas de afuera. Debían ser las cuatro de la tarde, hacía calor–. Un nene de veinticuatro años. No sabés la fuerza que tienen esos tipos en las piernas. Me coge, me coge como una ametralladora, a repetición. Acaba rápido, eso es verdad, pero no sé, acaba y le queda el pito parado. Acaba y sigue, tres, cuatro veces seguidas.
–Con César casi ni cogemos –dijo Clara–. Después que nació Camilita, es como que dejó de interesarnos. Cogemos cada quince o veinte días. Algún domingo a la mañana. Pero es algo automático, como lavarse los dientes, cogemos un poco y después desayunamos.
–Imaginate yo –dijo Carla–, bajando de una cupé flamante con ese pibito. Lo están por vender a Europa, si le sale eso se salva. Me dijo que si se va a Europa me lleva. Ojo, es bruto como un arado. Le dije que me gustaba la ópera, y a los dos días apareció en casa con una caja familiar de obleas, pobrecito.
–César es muy buen padre –dijo Clara, tomó un trago de su jugo de naranja–. Lleva a las nenas al colegio, mira los cuadernos a ver qué dicen las maestras. A la noche, cuando vuelve del negocio, me llama por teléfono para ver si hace falta comprar algo, para la cena. Me dice ‘pasame la lista, pichona’. Me dice pichona porque antes me decía ‘gordita’, pero a mí no me gusta que me digan ‘gordita’.
–El pibe me coge, viene y me coge, quiere coger todo el tiempo –dijo Carla–. Tiene la poronga muy gruesa, eso me encanta. Aunque el pobre pibe debe haber visto mucha pornografía. Me quiere acabar en el pelo, o me da vuelta y me la quiere meter por el culo, así de una. Y yo le tengo que explicar que no es así, que no se coge así. Y no le pidas una palabra dulce porque no le sale. Entrena todos los días, y cuando no entrena sigue jugando al fútbol en la play, no entiendo.
–La otra vez hablábamos, con César –dijo Clara–. Pensamos que podíamos ir un fin de semana a Pinamar, sin las nenas. Porque sí, para estar juntos y ver qué pasa. Una vez probamos ir a un telo, pero estábamos ahí y nos pareció ridículo. Si nos conocemos de memoria, casi veinte años juntos.
–La verdad que a veces me canso –dijo Carla mirándose una uña del dedo gordo del pie–. Quiero decir, todos me quieren coger, todos quieren que me ponga en cuatro patas y diga ‘sí, papito, así’, o llevarme a Punta del Este de trampa un par de días. Me gustaría estar con alguien que también quiera estar conmigo. Cocinar una cena, ver la televisión, quedarnos en casa. Parar un poco.
–Ojalá conociera a alguien –dijo Clara–. No te digo que me iría de casa, yo a César lo adoro, es un gran tipo, y están las nenas. Pero no sé, tener un amante por un par de meses, alguien del gimnasio que me pida que se la chupe en el auto, o que me lleve a un cine y me pida que le haga la paja ahí. Sentir que me pueden descubrir pero que igual quiero subir a la terraza para que me manoseen las tetas, o en un ascensor. No sé, algo de aventura para que la vida me resulte más entretenida.

11 comentarios:

Yoni Bigud dijo...

La concha de la lora. Soy César.

WOLF dijo...

Todos queremos lo que no tenemos no...?
Yoni: que cagada, pero todos terminamos siendo César...

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Es un acierto que amigas tan diferentes se llaman tan parecido, sólo en la ubicación de una letra se diferencian sus nombres.
Pero sus vidas son bien distintas. Una desistió de hacer lo que deseaba, se dio por vencida. La otra se acercó bastante a lo que deseaba.
¿Será la idea de familia algo sobrevaluado? No sé si es inevitable ser César.

Anónimo dijo...

Qué carajo importa ser Carla, Clara, César o el tosco... da exactamente igual. Todos estamos condenados a nuestra manera, para todos es la misma mierda. B.A.

J. Hundred dijo...

*yoni bigud! qué puedo decirle, que usted no sepa. el fracaso puede ser una cama de clavos, o una agradable manta polar. hay algo ahí para acomodar, modos de ver. lo saludo con respeto.

*wolf! el deseo del deseo es permanecer insatisfecho. no, no tengo mayor idea del significado de la frase, pero quería decirla.

*el demiurgo de hurlingham! que nos vaya bien a todos.

*b.a.! me permito citar al filósofo riojano, aquel prohombre, quizás el único que en los últimos treinta años quiso hacer grande a nuestro desarbolado país: estamos mal, pero vamos bien. ya ve, le acerco la esperanza.

Mr. Kint dijo...

Así parece, tanto deseo, tanto anhelo, que a veces parece que estamos constituidos porque lo que no somos. No hay suficiente té que pueda llenar un recipiente sin fondo, diría el maestro zen.
Para Clara lo que tiene Carla. Para Carla lo que le sobra a Clara.
Eso sí, para César lo que es de César. Ahí no jodamos.

Saludos. Otro abrazo.

J. Hundred dijo...

*mr. kint! está la anécdota zen, también, más o menos así. el alumno que va a ver al maestro zen, y el maestro zen le ofrece un té. el alumno tiene la taza y el platito en la mano, y el maestro empieza a servir el té. sirve, sirve, sigue sirviendo, y se empieza a volcar todo. el alumno se queja de la torpeza. el maestro le indica, al alumno, que lo mismo que está ocurriendo con la taza, ocurre con su mente. o sea, la mente del alumno está repleta de conceptos absurdos, y debiera ser vaciada de algún modo, para que pueda llegar el conocimiento nuevo, la sabiduría. ojo, me parece que conté la semblanza zen para el culo, pero bueno, tampoco tenía mucho más para decirle. lo abrazo.

Dany dijo...

Que buenos comentarios. Nunca fui el pendejo de la pija gruesa....temo que pinto para un César con alguna que otra convulsión. Abrazo.

J. Hundred dijo...

*dany! digamos entonces que todos somos césar, y de tanto ser césar también podemos ser, espasmódicamente, dios.

Jorge Aureliano dijo...

Jajajaja Por un momento creí que no me identificaba con ningún personaje. Desp me di cuenta que encuadro en el narrador.
Que genial Juan!!!

J. Hundred dijo...

*jorge aureliano! a veces no identificarse con nadie también está muy bien. 1abrazo.