18.2.15

Todo lo que no hay que ser


Debía estar mal yo, lo admito. Me estaba divorciando, y Catalina no paraba de romperme las pelotas. Me había tenido que alquilar un departamentito por Villa Urquiza, hasta que lográramos vender la casa y entonces me pudiera comprar algo más o menos decente. Catalina me complicaba las visitas a la nena. Me decía ‘sí, cómo no, vení a buscar a Pili el sábado a las diez de la mañana’, y cuando yo iba, tocaba el timbre y no había nadie, se habían ido a pasar el fin de semana a Luján, a lo de su familia. O a Cañuelas. Pedía dinero, reclamaba que yo no le pasaba el dinero que le correspondía, pero no era sólo dinero. Me odiaba, me consideraba un repugnante ser, causal de todas las calamidades que habían acontecido en su vida. Así de simple. 
La novela que había estado escribiendo durante los últimos cinco años, donde había puesto cada molécula de mi atribulado ser, la novela que me catapultaría a mi tan merecido destino de grandeza, finalmente la había presentado en una editorial. Me mandaron un mail a las dos semanas, me dijeron que no estaban interesados. También me dijeron que quizás escribir no era lo mío. Que me dejara de joder. 
Me senté a desayunar, en un bar de Boedo. Tenía que encontrarme con Emilio, que me iba a prestar el auto hasta que el mecánico terminara con el mío. Emilio era un amigo.
Entró un tipo, al bar, se sentó en la mesa de al lado. El bar estaba casi vacío, pero el tipo se sentó en la mesa de al lado. De traje, el tipo, y lentes. Más de cincuenta años, con un maletín de cuero de esos medio triangulares, como los que usan los visitadores médicos. Se estaba quedando pelado, y usaba el pelo de un costado de la cabeza, para intentar cubrirse, cómo decirlo, el techo de la cabeza. También iba teñido, de un color inverosímil. Te hacía doler la vista de solo verlo.
Pidió un café con leche con dos medialunas, de manteca, se paró para agarrar un diario de otra mesa, y volvió a sentarse.
Vino su pedido. Acá empezó la cuestión, el tema. El tipo seguía leyendo el diario y con una mano agarró, al mismo tiempo, un sobrecito de azúcar, y uno de edulcorante. Los abrió de un saque, con la otra mano, de un solo movimiento, y dejó caer el contenido de ambos sobres dentro de su café con leche.
Seguía leyendo, con la cabeza demasiado cerca del diario apoyado sobre la mesa. Se le levantaba, un poco, el pelo, la tapa de pelo tan precariamente construida. Levantó la taza, dio in largo sorbo del café con leche, mientras leía.
No pude soportarlo.
–Usted –dije–. Usted –repetí más fuerte, y entonces no tuvo más remedio que levantar la cabeza y mirarme–. Usted es un imbécil.
Se hizo un silencio, una pausa. El hombre tenía una medialuna en la mano, y acababa de dar un mordisco que se ralentizó, mientras me miraba, la medialuna en el aire, su masticar en cámara lenta.
–Usted es todo lo malo de este mundo –proseguí–, todo lo que no hay que ser. Usted fracasó en la vida, no hay más que verlo, pero eso no le interesa en lo más mínimo. Usted le pone azúcar y edulcorante al café con leche al mismo tiempo, porque sí, porque alguien le dijo que el azúcar hace mal aunque a usted le gusta. Usted va a trabajar durante treinta años en la misma oficina sin preguntarse jamás por qué. Usted se debe haber casado con una mujer que lo detesta, y que lo manda a hacer las compras los domingos, y que lo deja cogerla el tercer viernes de cada mes, con la luz apagada por supuesto. 
Me puse de pie. No era yo, lo admito, pero era yo. Salía de mí, una fuerza de la naturaleza, algo se quería manifestar, algo que tenía que suceder.
–Usted es un asco –le tiré el diario, al piso–. Usted no sabe si está feliz o triste porque perdió la sensibilidad para comprender la diferencia, si su televisor a partir de mañana fuera en blanco y negro usted no diría nada, le parecería bien. Usted no sabe si prefiere veranear en el mar o en las sierras, y si en una encuesta le preguntaran cuál es su plato preferido usted respondería ravioles, y milanesas, y arroz con pollo, claro, también. A usted le gusta el vino pero no demasiado, nunca demasiado, usted toma cerveza los domingos, en el almuerzo, una latita, con eso está bien. Detesto lo que usted es y lo que representa, el universo entero debiera escupirle el café con leche, pero en lugar de eso me estoy yendo a la mierda, yo. Mi vida entera se va a la mierda mientras usted leerá la página de deportes aunque no le importe demasiado el resultado, aunque no sea capaz de recordar, ni bien salga del bar, quién jugó con quién. Si le dieran un periódico de hace quince años ni siquiera notaría la diferencia, si estuviera Kempes en la tapa usted seguiría leyendo lo mas bien. Usted ni siquiera se angustia por lo que hubiera querido ser cuando fuera grande, porque no quiso ser nada. Ni siquiera albergó algún anhelo, no le prestó atención, sabía que no tenía la más mínima posibilidad, y eso le pareció, desde siempre, desde el vamos, la cosa más normal del mundo. El solo hecho que usted respire el mismo aire que yo me hace mal, me hace doler.
Se me había salido la camisa del pantalón, me había agitado, la gente me miraba. Un mozo dudaba en acercarse.
–Uy –dijo el hombre y miró los sobrecitos–. Debían estar pegados, ni me di cuenta. Pero todo lo que dijo es desde ya opinable. Quiero decir, puede ser.

8 comentarios:

Agustin dijo...

Que curioso, todas las mujeres cuando uno se está separando consideran al hombre al cual tuvieron al lado un repugnante ser, responsable de todas las calamidades que le ocurrieron en su vida, asi sean anteriores o posteriores a la relación.

gamar dijo...

Uy, yo tambien estoy separado y considero a mi ex mujer un horrible ser responsable de todos mis problemas. ¿Seré mujer?

Diego dijo...

A veces pienso, Juan. Y te hablo así por generar un vínculo de confianza, de confesión, nunca mejor dicho. Pienso, decía, de cómo son las cosas, de cómo baraja aquella mano temblorosa y solitaria del destino, de la disposición de todo lo que nos rodea. Y pienso, Juan, uf, mirá cómo pienso y digo: qué triste es vivir por vivir, viejo, qué triste.

J. Hundred dijo...

*bloggers norte! es tan curioso como cierto lo que usted menciona. me trajo a la memoria algo que me contara una novia, una vez, sobre los celos. la idea era que uno podía estar celoso de algo, una situación ocurrida, incluso antes de haber conocido a la persona a la que se cela. hay sentimientos que se mueven hacia atrás y hacia adelante en el tiempo eludiendo las leyes de la lógica. yo, sin ir más lejos, ya tengo ganas de ir despidiéndome de la chica que voy a conocer, pero que todavía no conozco.

*gamar! es mucho más probable que sea usted animal que mujer. en cualquier caso, lo importante de la cuestión, volviendo al tema que nos ocupa, es que tener siempre a mano un culpable, un causante de todos nuestros males, es una pomadita, un bálsamo para seguir viviendo. si tuviéramos que aceptar la ausencia de culpables, bueno, ese es otro baile, un baile oscuro y solitario me atrevería a decirle.

*diego a! le cuento algo, por el respeto y la admiración que le tengo, intento esmerarme con usted. hace poco dieron en la tele la película ‘michael clayton’. ya la había visto, pero me gustó, la película, el clima de la película, así que la volví a ver. en la película hay una escena donde el señor clooney, que está divorciado, lleva a su hijo al colegio. cuando está por salir, con el automóvil, con él y su hijo adentro, o cuando están por entrar al auto, aparece un hermano. un hermano de clooney, tío del chico, un tipo al que le salió todo mal, debe dinero, fue adicto, está en rehabilitación, en fin. se van, clooney con su hijo, y el chico, que evidentemente quiere a su tío pero le llama la atención el estado en qué lo ve y lo que genera en su padre, quiere hacerle una pregunta a su padre. porque se ve reflejado en su tío de algún modo, porque es parte de su familia, y piensa que él también puede ir en esa dirección. y george clooney, que tiene la desgracia de ser tan lindo que nadie lo considera un buen actor, todos queremos que se caiga de un helicóptero y quede cuadripléjico, o que sea puto nomás, que lo filmen cogiendo con un rappero africano, para así poder quedarnos todos un poco más tranquilos respecto a la dotación inicial de recursos en esta reputísima vida. me fui de tema. entonces el señor clooney detiene el automóvil y le dice a su hijo, se lo castellanizo un poco, se lo digo a mi manera, le dice ‘olvidate! de ninguna manera, no existe la menor posibilidad. vos no sos así’. y es una escena tan real y tan perfecta, porque clooney le explica al niño lo que ve en él, y es puro amor, y por qué jamás va a terminar siendo el desastre que es su tío.
no, no le estoy diciendo que usted es mi hijo, ni que yo soy clooney, ni que he decidido dedicar mi vida a formar un grupo de rock que se llame ‘las orejas de szifrón’. di toda esta vuelta para decirle que es total y absolutamente triste ‘vivir por vivir’. pero que usted no es así.

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Quiero aprovechar para quejarme por haberme incluido entre los seres humanos sobre los que tiene una mala opinión. Cuando no me identifico plenamente como humano, me proclamo demiurgo. Y sí, acepto que me incluya entre los demiurgos de los cuales tiene una pobre opinión.

Una ex convertida en rival, una editorial que rechaza lo escrito y duda del talento del escritor. Es un buen principio para una novela en que el personaje del escritor se reivindica ante quienes los denostaron.
El episodio final del relato plantea que un escritor no necesariamente tiene habilidades deductivas.

J. Hundred dijo...

*el demiurgo de hurlingham! puede ser, lo admito, quizás la generalización peca de excesiva. pero debo recordarle el notable apotegma hundred, de su logradísimo manual titulado ‘para vivir en sociedad’, que dice: toda persona es un pelotudo/a hasta que demuestre lo contrario, hasta que demuestre lo contrario más de una vez. respecto a la ex convertida en rival, y a la editorial que rechaza el escrito, sería claramente un buen principio para una novela. pero no, es mi parecer que el personaje del escritor no se reivindica en lo más mínimo ante quienes lo denostaron, yo creo que el personaje del escritor sale a matar.

Mr. Kint dijo...

Me pasó, alguna vez, algo similar a lo que le pasó usted pero circunstancias algo distintas.
Fue en la pizzería El Cedrón, ahí en Mataderos, cuando un tipo al lado se pidió una de espinaca y salsa blanca. Hay fuerzas misteriosas que habitan nuestro ser y explotan antes eventos en apariencia banales. Puede que también yo haya estado en un mal momento, pero desde que recuerdo yo siempre he estado en un mal momento, quiero decir que esta no es mi década, yo no quería ser yo cuando sea grande.
Ah, y dicen que esa pizza es fenomenal pero yo tengo mis límites, principios innegociables.
Lo abrazo

J. Hundred dijo...

*mr. kint! pizza de espinaca y salsa blanca, tremendo. me recuerda una pequeña, pero no por eso menos triste situación. trabajaba yo, tal es mi costumbre, para ganarme la vida. dentro de la fauna que habitaba en esa empresa, había un sujeto en particular, particularmente boludo. o sea, su boludez refulgía incluso muy por encima de la boludez ambiental imperante. como las oficinas estaban cerca de un local de ‘los inmortales’, un viernes me dicen que van a pedir pizza, pero unas pizzas individuales, para que cada uno pueda elegir lo que quiere. yo tuve una revelación, le dije a un compañero de trabajo, refiriéndome al infeliz que mencioné. ‘vas a ver’, dije ‘que F. va a pedir una pizza con ananá’. el mencionado F. miraba la carta, dudaba y finalmente, con cara de saberse un superior, un elegido de los dioses, dijo ‘yo voy a pedir la de jamón y ananá glaseado’. y yo sabía, porque hay boludos cuya boludez es una experiencia, podríamos decir, totalizadora. la boludez recubre cada partícula de su boluda epidermis. lo abrazo.