12.2.15

Lección de vida


Todas las mañanas, camino cuatro cuadras para desayunar. Antes de ir al centro, a trabajar. En una época iba al centro y desayunaba ahí, pero ya no. El centro está podrido, flota una nube aunque nadie la ve, es la nube de la frustración, de todos los que querían ser otra cosa pero no tuvieron más remedio que ir a trabajar. Por dinero, claro.
​Es como en esa película, me confundo el nombre, sobre la energía que queda en el lugar donde tiraron una bomba atómica, eso perdura, eso no se va más y genera tremendos efectos, horribles trastornos. O si vas a una cárcel abandonada, un lugar donde torturaron gente. Flota el espanto en el aire, los gritos que rebotaron conta las paredes. La gente está distraída, la gente no se da cuenta porque es algo intangible, porque no se ve. Pero está ahí, esa energía de dolor te mastica el alma. Andate a vivir a más de cien kilómetros de la capital y te vuelve a crecer el pelo, se te van las ojeras y las ganas de llorar. Es probable que se te vuelva a parar la pija, que se te vuelva a humedecer la vulva (no, bueno, las dos cosa al mismo tiempo no, según corresponda, según el caso).
Doblo en C., y hay un mendigo. Está hecho de mugre, descalzo, pringoso el cabello, ha ido acumulando sucesivas capas de prendas que, harapo sobre harapo, junto con cartones y pedazos de papel de diario para protegerse del frío, constituyen su vestimenta. Es evidente que lleva unas buenas semanas sin bañarse.
–Señor, señor –me dice cada vez que me ve. Yo me acerco, lo saludo, y le doy un par de monedas de dos pesos. O un billete de diez.
​–Dios lo va a bendecir –dice él. Luego camino una cuadra más, y me meto en el bar a desayunar
​Esa es la rutina.
​Pero el otro día, metí la mano en el bolsillo, y no tenía nada. Raro, pero no tenía. Tampoco era grave, le debo estar dando algo con diaria periodicidad, de lunes a viernes, hace más de un año. Pero no tenía, no tenía monedas, ni cambio. Sólo la billetera, donde llevo los billetes de cien. Así que seguí de largo.
​ –Dios lo va a castigar –dijo. Alcancé a escucharlo. Me detuve. Volví, como se suele decir, sobre mis pasos. Tres, cinco pasos.
​–Oíme una cosa, turro –lo increpé–. Te estoy dando plata todas las mañanas, y me decís que Dios me va a bendecir. Una vez que no tengo cambio, y me decís que Dios me va a castigar. Mirame, mirame bien. ¿Entonces si mañana te vuelvo a dar monedas, Dios me va a volver a bendecir? ¿Así funciona?
​–Y sí –se corre un poco el pelo del rostro, su sonrisa está hecha de amarillos intervalos–. El mundo se trata de lo que necesito yo, no sé qué le ves de raro.

6 comentarios:

Juan Sebastián Olivieri dijo...

...El mundo se trata de lo que necesito yo...
Toda una declaración de principios, paradoja de la sociedad.

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Me hiciste acordar de un capitulo de La Dimensión desconocida donde un personaje que trabajo en un banco busca un momento libre para leer. Desafío dificil porque su esposa desprecia lo literario. Entonces hay una explosión atómica que no lo mata porque fue a la boveda a leer un libro. Cuando sale, parece que el mundo se trata de lo que necesita porque está todo a su alcance comida. Y sobre todo, libros. Hasta que se le caen los anteojos y se le rompen.

Si el mundo se tratar de lo que necesita, tendría lo que necesita, en lugar de tener que mendigarlo.

Anónimo dijo...

A mi me dice: "Dios te va a devolver el doble" y no sé si habla de las monedas o si me conoce... B.A.

J. Hundred dijo...

*juan sebastián olivieri! paradojas de la sociedad, como usted dice. también he conocido sujetos/as que la van de buenas personas. después te los cruzás en un all inclusive de república dominicana. son los que están dispuestos a matar por una cucharada más de ensalada rusa.

*el demiurgo de hurlingham! debo decirle un par de cosas, quizás sea esta una propicia ocasión, un adecuado momento. tengo una pobrísima opinión de los seres humanos en general, situación que desde ya, como no podría ser de otro modo, lo incluye. agréguele a eso que estas precarias playas son visitadas por bobonchos de todo grupo y factor, alguna tontuela con aspiraciones, alguna burra que me conoció y me detesta por eso, alguna mujer que no me conoció y cree que conocerme cambiaría en algo su ínfima existencia, en fin. gente muy limitada, lo más bajo de la cibernética fauna. entonces, cuando consulto mi pobrísimo espacio y veo que alguien se apresura a comentar, que supone tener algo parecido a un punto de vista y pretende corregirme, que quiere contar que una vez una avispa le picó un huevo en santa teresita, bueno. no puedo evitar sentir algo de piedad por el ciclópeo gil, y algo de lástima también, más que nada por mi mala suerte y mi falta de talento, pésima combinación si las hay. lo que le quería decir, lo que le digo, lo que le estoy diciendo, es que me dispuse a leer su comentario con la presencia de ánimo habitual, esperando alguna acostumbrada tontera (su track record no lo favorece ni un poquito) pero fíjese que no, que lo que usted escribió es interesante y atinado. toda una sopresa, está muy bien.

*b.a.! una delicadeza de su parte. creo que usted me cae bien. pero también, es posible, que no haya mucho contra qué comparar.

Mr. Kint dijo...

Ah sí, "todos vivimos en primera persona" suele decir un conocido.

Puede que no lo conozca tanto (aunque a esta altura quién sabe), pero de algo estoy seguro es que usted es un tipo de lo más generoso. Este espacio lo demuestra.
Lo abrazo

J. Hundred dijo...

*mr. kint! yo diría que usted me conoce más que algunas señoritas que han tenido la delicadeza, y el incordio desde ya, de vivir conmigo. cuenta la leyenda que cuando le preguntaron a la madre teresa de calcuta, bueno, cuánto, cómo, hasta dónde se puede ayudar. respondió: hay que dar hasta que duela. una de las mejores frases jamás dichas, para sacar de contexto todo lo que haga falta. lo abrazo.