12.1.15

Analía se mira un dedo del pie


Pasé a saludar a un amigo. Se mudó, mi amigo, a una casa que compró en la parte más linda de Acassuso. Tiene plata, mi amigo, hizo dinero, es un abogado de los bravos. 
Además de la casa, consiguió una novia, no, no la compró, o quizás sí. Es opinable, no viene al caso. La chica es preciosa, linda como una mañana de sol en la playa. Flaca, morocha, alta, con el cabello corto. Las piernas largas, con las rodillas apenas hacia adentro, tetitas firmes, finísimos tobillos.
No, no me interesa la novia de mi amigo. La observé como un objeto de diseño, como podría observar un Alfa Romeo Mito azul recién lustrado, como podría observar una milanesa con papas fritas y dos huevos fritos encima, las yemas ahí, expectantes, a punto de reventar al menor roce de un pedazo de pan. Por aquello de ‘una cosa bella es una alegría para siempre’, como dijo el poeta. 
La chica debía tener no más de veinticinco años, como mucho veintisiete. Se paseaba en bikini, recién salida de la pileta. Su culo compacto y corto, un culito para ponerla en cuatro patas y entonces sí, mientras le chupás la concha, mientras la paleteás como si tuvieras la lengua de un ñu, le apoyás la nariz en el culo. Le metés, apenas, la nariz en el culo, le respirás adentro.
Pero. Yo estaba tomando un gin tonic, conversando un poco, había más gente. Otros amigos de mi amigo, un par de parejas. Y entonces vino el pero. La chica, la novia de mi amigo, Analía. Se sentó envuelta en un toallón, en el asiento que estaba al lado mío. Quedó de perfil. Y pude verlo, no me preguntes cómo pero pude verlo, aunque quizás la palabra, el verbo utilizado, no sea el correcto. Porque era más sentirlo que verlo, sentirlo tan claramente como sentiría si me pincharas un huevo con un alfiler de gancho.
La chica se observaba, como al pasar, mientras fingía participar de la conversación. Se observaba algún detalle, un dedo de sus fantásticos pies, o un lunar, o el reflejo de su perfil contra la espejada superficie de un mueble de diseño. Aterrada, atenta y aterrada a la vez, en parecidas proporciones, como quien vuelve a su domicilio y descubre que alguna cosa no está en su lugar, las panteras han entrado al templo.
Y entonces entendí todo. Cuando tenés un don, el don viene, trae incorporado, lo sepas en un comienzo o no, el terror a perderlo. El don, que te define, que forma constitutiva parte de tu ser, viene con el qué será de vos cuando empiece a menguar, cuando el brillo se opaque.
Quizás las cosas sean muchísimo más justas de lo que pensamos. Y más perversas, también.

4 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Tal vez Analia haya notado tu mirada e intuyó lo de compararla con un objeto de diseño, como un Alfa Romeo. Y le halagó.
Y tal vez haya intuido lo que imaginaste (o imaginó el personaje narrador) y también lo halagó.
Tal vez considere el provocar esas miradas, esas imaginación, como un don.
Y tema perderlo.

J. Hundred dijo...

*el demiurgo de hurlingham! si desea usted tener un ejemplo más, una acabada muestra de cómo se puede ir todo al mismísimo demonio, cómo se pueden arruinar los dones, puede usted mirar, sin ir más lejos, a don johnson.

Mr. Kint dijo...

Brillante su tesis, su propensión filosófica a demostrar cómo las más ignoradas fuerzas de este universo actúan en silencio y en maravillosa armonía, de lo más natural y sin ningún tipo de afán restaurando siempre el equilibrio. Lo aplaudo, usted no para de irradiar luz.
Un abrazo satelital de mi parte.

J. Hundred dijo...

*mr. kint! en una oportunidad le compuse a una señorita los siguientes versos, surgidos desde lo más profundo de mis poéticas bolas:

existe en este universo
una secreta armonía,
aunque usted no tenga
ganas
de juguetear con la mía.

no hace falta que le detalle de qué iba la cosa, cuál fue el malogrado resultado de mis afanes. uno se sobrepone, salpica un azulejo, junta los pedazos de su atribulado ser, y continúa con la vida. lo abrazo, soy pura poesía.