6.11.14

Palabras tan llenas de sentido


Ando por el centro. Me pidió mi madre que le cobre la jubilación, pero viste cómo es. Entrás a un banco y no salís más, te piden un certificado que demuestre que te diste la antivariólica a los tres años, y un espermograma, no, de cuando tenías tres años no, de ahora, fresquito, de una paja que te hayas hecho en las últimas dos horas. Siempre falta algo. 
Salí del banco bastante caliente, no pasa nada. Le tengo que decir a mi madre que el trámite es personal, y no, no importa si está en silla de ruedas, si estás en silla de ruedas podés venir, andando, con la silla, por Corrientes, enganchada del paragolpes de un 24 así hacés menos fuerza y de paso vas mirando el paisaje. Si hay boludos que andan en patineta, por qué no vas a poder andar vos en silla de ruedas, tiene que ser más cómodo. Y no, tampoco importa si está en un geriátrico con un alzheimer fulminante, cualquier cosita la traés en pelotas, así le pregunta al cajero si no es Anthony Quinn o Berugo Carámbula, qué suerte que estén filmando la remake de ‘zorba el griego’ o de ‘los bañeros se divierten’, justo acá en el banco.
Iba por Alem, hasta Córdoba, a tomarme un taxi para volver. Miré la hora, la una y veinte. Tenía hambre, claro, por lo general yo almuerzo a las 12, como los bebés. No, por nada en particular, porque me agarra hambre.
Por un momento pensé en entrar a un bar y pedirme un pebete de salame y manteca,  y una tónica, pero mejor no. Mejor rajar del centro, lo antes posible. Sobre el centro flota una nube, una nube de frustración y de tristeza que se te mete en la sangre y te hace moco. Ni aunque te frotes los huevos con una esponja mortimer cuadriculada, no se te va más.
Justo lo vi. Había un puesto, parapetado casi contra la metálica persiana de un negocio cerrado o clausurado. Un hombre, algo mayor por cierto, abrigado para protegerse del rigor del invierno.
Vendía garrapiñada, no me gusta la garrapiñada. Pero tenía un cartel, pintado sobre un cartón, un cartel que decía ‘garrapiñada, y garrapiñada especial: almendra, maní japonés’. 
Miré, sí, claro, tenía el cuenco de cobre sobre un calentador, donde revolvía con su cucharón de madera. Y a un costado el producto, las bolsitas apiladas que había ido preparando. Acá viene lo importante. 
Tenía la materia prima. Unas bolsas más grandes, con maníes, con almendras, con maní japonés.
–Eh, master –me acerqué, le hablé, le dije–. Vendeme un poco de maní japonés, así, solo. Tengo ganas de comer maní japonés.
–No –dijo el tipo. Y me miró feo.
Pensé que quizás había escuchado mal por el ruido de los autos, pero no. El tipo siguió con lo suyo,  revolviendo, haciendo garrapiñada. Llenaba las bolsitas delgadas como pequeños tubos con una cuchara.
–¿Cómo? –me acerqué un paso.
–No –dijo el tipo, y se acomodó el gorro de lana sobre la cabeza.  Llevaba guantes con los dedos cortados, sucesivas capas de ropa para protegerse del frío–. No vendo maníes, vendo garrapiñadas. No robo, no soy ladrón, y no pido, no soy mendigo. Conseguí este trabajo y me gano la vida, trabajo diez horas parado en esta esquina. No importa si llueve o si el sol me revienta la cabeza. Junto la plata para cuidar a mi familia –me miró, le temblaba, apenas, el labio superior. Su emoción era genuina–. El pastor Eduardo siempre nos dice que el trabajo es una bendición. Y yo vendo garrapiñadas, eso es lo que hago.
Me conmoví. Una dura lección. Las palabras del hombre tan ciertas, tan llenas de sentido.
–¿Cuestan diez? –saqué un billete de veinte–. Dame dos paquetes de garrapiñada, por favor. Una común, una de almendra.
Sonrió, apenas. Tomó el billete, me dio los dos paquetes. Estaban calentitos.
Las tiré tan lejos como pude. Delante de su cara. Hice el movimiento, como si fuera un saque de tenis aunque yo no sé jugar al tenis, y tiré las garrapiñadas a la mierda. Cayeron en el medio de Alem. Les pasaron por encima los colectivos primero, los autos después.
–Me encanta lo que me contaste –me toqué, con la mano derecha, el corazón–. Pero lo que yo quiero comer es maní japonés, no tu garrapiñada de mierda. Ah, y podés mandarle saludos míos al Pastor Eduardo.

8 comentarios:

WOLF dijo...

"Yo te voy a decir cuantos pares son tres botas...!!!" (Dicho de mi familia)

Viejex dijo...

Los fanáticos son la peor clase de ilusos, la más dañina, y para desgracia son una peste para la que no hay remedio, Hundred. Lo acompaño en el sentimiento.

Yoni Bigud dijo...

Yo también, le confieso, almuerzo tipo 12, 12.30. En microcentro, por desgracia. Y me he frotado, alguna vez, en este tren de confesar, los huevos con una mortimer cuadriculada. Evíteme la penosa tarea de los detalles.
Y por supuesto, también mantengo mi centro frente a las emociones baratas, a las declaraciones de principios que se interponen a mi necesidad de maní japonés. O castañas de cajú. En mi caso son las castañas las que sacan ese revoleo. Nueces de la India, como las llaman en otras latitudes.

Brillante, refulgente lo suyo. Lo habitual.

Lo saludo a esta hora tan aciaga, bajo el tubo fluorescente de la cocina. Lo habitual. Pero bien garchado. Quería decirlo, en este caso, para no sonar tan lúgubre, tan pesimista. No siempre pierdo todo el tiempo del que dispongo.

J. Hundred dijo...

*wolf! he ido aprendiendo con el tiempo, poco, algo. y entonces, no tengo nada para decir sobre su familia. lo saludo con respeto.

*viejex! no hay peor fanático que el converso. no, creo que la frase no tiene mucho que ver con lo que estamos hablando, suponiendo que yo sepa de qué estamos hablando. pero me gusta la frase, y la quería escribir. lo saludo.

*yoni bigud! comer frutos secos, quizás en este orden de importancia: castañas de cajú, maníes (con la pielcita roja), nueces, almendras, es uno de los tratamientos psiquiátricos más potentes que jamás se hayan inventado. quiero decir, cenar un puñado de castañas de cajú, o de maníes, o de nueces, o de almendras, durante, pongamos, una semana, equivale a cinco o siete años de psicoanálisis. lo saludo en las alturas del conocimiento.

Mr. Kint dijo...

Suele pasar, digo, como regla general, que las declaraciones de principios a grito pelado son con el único y particular motivo de impedir, de estorbar, de interponerse entre otro ser humano y su objetivo.
Ya lo dijo usted: si fuese importante, sucedería en silencio.
Abrazo
Mr. Kint

J. Hundred dijo...

mr. kint! cuando alguien, no importa quién, cualquier alguien, está muy convencido de algo y lo manifiesta. bueno, tan sencillo, se trata, de invariable manera, de un error. lo abrazo.

Anónimo dijo...

Si fue verdad lo que hiciste me parece de sorete, si lo pensaste me imagino un día de furia. Yo soy jodida, pero no haría eso.
No puedo festejar esta entrada como hacen los chupa culos que dejaron los comentarios anteriores.

J. Hundred dijo...

*anónimo! quedamos así.