6.9.14

Pequeño, agridulce, delicado fruto


Estoy en un bar, un bar de barrio, antiguo, histórico podríamos decir, venido a menos. Un bar sin detalles que merezcan ser mencionados en este momento. Son casi las nueve de la mañana. Sobre la mesa hay un pocillo de café, y un vaso con agua. Eso es lo que he pedido, café, eso es lo que estoy tomando. Hay más gente, en el bar, algunas personas que miran por la ventana o desayunan o ambas cosas.
Entra una mujer, no mucho más de treinta años, prolijamente vestida. Elegante. Cabello a la altura de los hombros. Algo robusta, quizás excedida de peso, pero no gorda. No todavía.
Viene hasta mi mesa. Se sienta.
–¡Forro! –dice, su tono de voz es elevado, gesticula. Deja la cartera junto a sus pies, al costado de la silla– ¡Así que ahora te diste cuenta que no me querés más! ¿Y mientras tanto qué hacías, cogías con alguna otra pibita mientras yo hacía las compras? ¡Mientras yo te preparaba la cena! Sos un mal tipo, Juan. Y además sos un pelotudo. Sos muy pelotudo.
Se levanta, la mujer. Agarra su cartera. Se va.
Casi de inmediato, con menos de un minuto de diferencia, entra otra mujer. Es más joven, delgada, usa un gastado jean y remera. Tiene tan poco busto que no precisa usar corpiño. Lleva carpetas, apuntes, cuadernos. Se nota que viene o va de la facultad, esa es su actividad principal, a eso se dedica.
Viene a mi mesa. Se sienta.
–¡No puedo más! –dice, y se larga a llorar– ¡No te podés ir, Juan! ¡No te podés ir! –hace una pausa. Se suena la nariz con unas servilletas de papel y las aprieta, las hace un bollo–. Te quiero, Juan. No te vayas. La podemos remar, estas cosas pasan. Pensá en todo lo que vivimos juntos. Los momentos compartidos.
No respondo. No me muevo.
–Pensalo, Juan. Pensalo y me llamás –dice. Se va. Vuelve, se había olvidado sus cuadernos. Agarra sus cosas, y por un momento me acaricia el pelo, o el lugar donde debería estar el pelo, porque yo tengo poco pelo. Entonces sí, se va.
Pasa un minuto. Entra una tercera mujer. Viene hasta mí, se saca los lentes de sol. Se la ve solvente, conocedora de su belleza. Mundana, desenvuelta. Me acomoda un sonoro cachetazo. Cae una cucharita de metal (las cucharitas suelen ser de metal, salvo en las heladerías, donde son de plástico) al piso.
–Qué tipo de mierda que sos, Dios mío. No te quiero volver a ver en mi vida –amaga con tirar otro cachetazo, pero yo encojo el cuello, levanto un antebrazo, es un involuntario gesto de defensa. Siento cómo me late la mejilla.
–Mierda, sos la mierda pura–dice ella–. Para tu entierro van a tener que contratar extras que quieran llevar el cajón. El tiempo que me hiciste perder, basura.
Lanza un grito. No, no es un grito, es una especie de aullido. Se pone los lentes oscuros, se va.
Pasa un rato, un rato pequeño. Un ratito.
–Señor –me habla, un hombre, desde otra mesa cercana, me habla a mí–. disculpe, pero no entiendo. Conté tres mujeres, y hay cuatro o cinco más afuera, esperando para entrar. Disculpe otra vez, pero no entiendo qué pasa.
–Le comento –digo–, le explico. Sin dudas usted conoce gente, amigos, o gente del trabajo, quizás usted mismo. Gente, decía, que alguna vez fue a coger con una prostituta. Sin hacer juicio moral ni estético alguno, se trata, supongo, que el hombre va y paga por un servicio. Lo que más le gusta de la relación con una mujer, lo que desea. Lo que en verdad le interesa, podríamos decir. Bueno, lo que a mí me gusta son las despedidas.

6 comentarios:

Gabriela dijo...

me encantó!
Hay gente que sabe lo que le gusta, brindo por esa brillantez!

J. Hundred dijo...

*gabriela! permítame decirle algo que quizás se suele decir en situaciones de carácter íntimo, circunstancias que hacen a la vida privada de las personas: a mí me gusta que te guste. le mando un tímido beso en la frente.

Mr. Kint dijo...

Soberbio lo suyo, imagino que en este caso también abona por adelantado. Me di una panzada de Hundred intensa.

Es al pedo, siempre termina para la mierda, porque así tiene que ser. Brindo por gente como usted que ha aprendido a disfrutar de los finales hasta el punto de necesitarlos. Lo admiro y lo abrazo.

J. Hundred dijo...

*mr. kint! ‘confieso que he vivido’, dijo alguna vez el señor neruda, notable poeta. ‘confieso que he pagado’, es lo que tengo yo para decir. lo abrazo.

Serendipity dijo...

Excelente cronica de despedidas sin anunciar! jejej

J. Hundred dijo...

*serendipity! es tan cierto aquello que todos tenemos algún don. sin ir más lejos, yo, por ejemplo, soy un sujeto ideal para ser abandonado. hay mujeres que me han abandonado no sé, hace cinco o diez años, y cada tanto me llaman. me dicen si por favor las dejo pasar a abandonarme de nuevo. estar conmigo no es gran cosa, pero abandonarme es una experiencia de lo más reconfortante. la abrazo, espere, por favor, no se vaya.