12.7.13

H. y las palomas


         Me llamó mi tía S.
         Mi tía S. vivía sola. Se había casado de grande, y había tenido un hijo. Después el marido se fue a vivir al norte, creo que a Misiones, y la dejó. Mi tía S. había trabajado de enfermera en hospitales, pero después engordó mucho y la echaron. Se había vuelto descuidada, eso dijeron.
         Como dicen los americanos, when it rains, it pours. La cosa sigue. Mi tía S. cuidaba algún que otro enfermo por horas, a domicilio. Andaba siempre mal de dinero. Mi padre la ayudaba, mi tía S. era, y es, la hermana de mi padre. El asunto es que mi padre la ayudaba  mientras vivía, pero un día mi padre se murió y entonces no pudo ayudar más a nadie.
         Más. El hijo de mi tía S., H., tiene algo. Nació con algo, un leve retardo. Dormía con mi tía, en la misma cama eso quise decir, hasta que cumplió los 17 años. Y aún así costó sacarlo, mandarlo a dormir a su cuarto.
         Era como un niño grande, de rubios rulos y mirada transparente. Un chico en un cuerpo de noventa o cien kilos, se había vuelto un ropero de dos puertas. No hacía nada, creo que no había logrado terminar la primaria. Mi tía S. preparaba tortas, riquísimos bizcochuelos rellenos con dulce de leche, con merengue arriba. Su hijo, que de alguna forma era mi primo, se sentaba a ver la televisión, los dibujitos animados, los tres chiflados, alguna serie de cowboys, durante toda la tarde. Comía torta, con la mano, y se reía. Después, que yo sepa, no hacía más nada.
         Cada tanto, cada tres meses, yo le llevaba algún dinero a mi tía. Lo hacía por la memoria de mi padre. Le tocaba un timbre, mi tía bajaba y nos íbamos a tomar un café a algún bar de Primera Junta, no me dejaba subir a su casa, ni ver a su hijo. Yo entendía, de eso no se hablaba.
         Al parecer había otra cosa, una cosa más, que le gustaba a H., además de ver los dibujitos animados en la televisión todas las tardes.
         Las palomas. Eso era lo que le gustaba, estar con las palomas.
         Subía a la terraza del edificio de la calle Directorio, a cualquier hora, y las palomas venían a su encuentro. No tenía que llevar comida ni nada, sólo sentarse en la mugrienta terraza. Y las palomas venían, miles de palomas, de quién sabe dónde, de todas partes.
         Y H. se quedaba ahí, con una semisonrisa, el labio inferior apenas entreabierto y quizás un hilo de baba cayéndole sobre el desteñido buzo, mientras las palomas lo envolvían como una nube gris oscuro. Las palomas hacían ese ruido, iban de un lado a otro con ese cabeceo tan particular, tan característico, cagaban por todas partes. Y H. se quedaba ahí sentado, cubierto de palomas, feliz.
         Pasaba lo mismo si iba a cualquier parque, si lo llevaban de paseo a una plaza. Las palomas querían estar con él y él quería estar con las palomas. Así de simple.
         Pero me llamó mi tía, mi tía S., un domingo a la mañana.
         Me dijo que H. se había puesto peor. Había empezado a tener ataques de madrugada. Se despertaba en mitad de la noche aullando de susto, transpiraba, aterrado. Decía que se iba a morir, que tenía miedo. Lloraba.
         Conseguí un psiquiatra que me recomendaron, la acompañé a mi tía S., con H., a hacer una consulta. El chico entraba en una especie de trance, se ponía catatónico. Se balanceaba un poco, hacia atrás y hacia delante, y hacía una especie de gorjeo, un ‘pip pip’. Un poco parecido a Dustin Hoffman, en aquel brillante papel que hiciera en la película ‘Rain Man’.
         El psiquiatra fue lapidario. Dijo que había que medicarlo fuerte, había que internarlo por un tiempo. Si no, cualquier noche, en medio de un ataque, podía matarse.
         S. estaba desesperada, pero sabía que no había otra solución. Me hice cargo de los gastos, vimos las instalaciones, había un buen régimen de visitas. No era demasiado lejos. El lugar que nos recomendó el doctor, por Hurlingham, tenía un regio parque. Los internos que vimos parecían calmados, el personal amable.
         Llegó el día. Era un domingo. Fui a la casa de mi tía, con el auto. Mi tía lloraba y hacía notables esfuerzos por contenerse. Estaba devastada.
         Toqué timbre, subí. Mi tía aguardaba con la valija que le había preparado a H., junto a la puerta.
         –¿Dónde está? –Pregunté.
         –Arriba –me dijo mi tía–. En la terraza. Despidiéndose de las palomas.
         Había que proceder, a veces hay que hacer lo que hay que hacer y no mucho más que eso. La vida es elegir entre lo malo y lo peor. Nada para agregar al respecto.
         Puse la valija en el baúl, senté a mi tía S. en el asiento del acompañante. Le dije que me esperara en el auto.
         Subí a la terraza, a buscar a H.
         Ocho pisos por ascensor, uno más por la escalera. Abrí la puerta de metal.
         Ahí estaba. Sentado en el medio de la terraza, en el piso, las piernas cruzadas, las manos sobre los muslos con las palmas hacia arriba. Como si hubiera estado meditando pero se hubiera cansado. Miraba hacia el frente y hacia ninguna parte. El sol le pegaba en la cara y le pegoteaba un poco los rulos a la frente. S. le había comprado un equipo de gimnasia.
         Había palomas, miles de palomas, sobre su regazo, sobre sus hombros, sobre su cabeza. Palomas sobre el piso mirándome con sus reprobatorios ojos laterales, fulminándome de amarillo. Haciendo ese sonido de fondo, como si perdiera una cañería, como si el edificio entero estuviera gorgoteando.
         –Bueno, H. –me adelanté un paso, se me había secado la garganta–. Tenemos que ir, tu mamá ya te explicó. Es por un tiempito, nomás, hasta que te mejores. Es por tu bien.
         Levantó la cabeza, apenas, ni me miró.
         Entonces pasó algo. Como una explosión, como un tornado. Aleteaban, las palomas, todas las palomas hacían un tumulto de alas. Se hizo una mancha gris y mi primera impresión, por el sonido, fue que las palomas lo estaban aplaudiendo. Suena ridículo, pero me pareció que las palomas lo aplaudían con las alas. Como si le estuvieran dando ánimo.
         Pero no, la mancha se concentró, el sonido se hizo más fuerte. Y H. se despegó del piso, así, sentado como estaba. Más fuerte, el sonido, más fuerte, y H. quedó acostado, boca arriba, en el aire.
         Se lo llevaban, las palomas. Se lo llevaban y alcancé a escuchar que H. tarareaba una canción muy dulce con su vocecita de niño. Se lo llevaban en el aire, más alto, más lejos, y H. cantaba.

10 comentarios:

Juan Sebastián Olivieri dijo...

¡Qué bueno, Juan!

...La vida es elegir entre lo malo y lo peor...yo elijo leer H. y las palomas y la vida mejora.

Alelí dijo...

Por momentos me despertó ternura. En otro, soledad y cansancio.

El final, espectacular. Y un alivio, algo de la magia volvió.

Me gusta.

beso

Dany dijo...

Me hizo recordar que en cada casa hay un "de eso no se habla". Hasta que llegan las palomas o un familiar decidido. Abrazo!

J. Hundred dijo...

*juan sebastián olivieri! había una canción, una canción popular por cierto, que decía, en su estribillo, algo, una hondura del estilo de ‘tomate un vino y olvidate’. lo que le quiero decir es que los caminos del señor son infinitos. lo saludo con afecto.

*alelí! quizás mi magia no volvió, quizás mi magia estuvo siempre y usted no es capaz de percibirla. no por habitual deja de resultar curioso para mí, el hecho de ser tan pero tan genial, y que prácticamente nadie lo advierta. le mando un beso en la frente.

*dany! a mí me parece que todo el mundo lleva un opatowski dentro. un abrazo.

Viejex dijo...

A pesar de la tristeza que me quedó, me pareció hermoso, Hundred. Saludos.

Unknown dijo...

Hoy leyendo la última parte solo vino a mi mente el cuento aquel del viejo que le pone pegamento al árbol para poder matar a los loros y cuando sale con la escopeta estos comienzan a aletear, arrancan el árbol y se lo llevan
No se me ocurrió pensar en otra cosa… a veces me parece que me he vuelto muy bestia, y casi siempre creo que esta bien, no se…

Abrazo

J. Hundred dijo...

*viejex! por favor no me malinterprete, tampoco se ofenda. chicas que han fornicado conmigo me han dicho cosas más o menos parecidas. lo saludo con respeto.

Mr. Kint dijo...

Qué decirle, Juan. Vengo a ponerme al día de lo que no había leído y me deja este último texto que es una maravilla. Tal vez con ciertos símbolos que no sé si alcanzo a entender. Una belleza las imágenes.

Volví, usted no se fue nunca, usted sigue alumbrando, regalando finuras. Le agradezco. Lo felicito y le mando un fuerte abrazo.

J. Hundred dijo...

*mr. kint! hay veces que yo no sé qué es más importante, en este demasiado precario espacio. si que esté yo, o que esté usted. lo saludo con afecto.

Malena Q dijo...

vuelvo a leerlo despues de años quizas, nose porque me acordé del subte + lleno y google hizo el resto, que bueno aun esta entre nosotros.