Antes
de coger, o mejor dicho, para coger, ella me pedía que le clavara una chinche.
Ya está, ya te lo dije.
La
primera vez me sorprendí un poco, claro. Quiero decir, a mí a veces me puede
gustar ponerme la máscara del hombre araña, para coger, o que me pajeen en el
cine con la mano llena de maní con chocolate, si la película es muy aburrida.
Pero son boludeces, cositas.
Fuimos
a la casa de ella, en la segunda salida. La había llevado a comer a un
restaurancito italiano donde se comen pastas caseras, habíamos tomado un rico
vino.
Y
ella me preguntó si quería subir, a su casa. A tomar algo más. Dije que sí,
claro. Una cosa llevó a la otra. Estábamos en un sillón del living conversando,
con jazz de fondo. La besé, respondió. Todo iba bien, la urgencia de descubrir
un cuerpo nuevo, el no conocer los tiempos y distancias de la otra persona. Ver
qué botones se puede apretar, cuáles no funcionan. Intrincados mecanismos.
Y
entonces, cuando la alcé para llevarla hasta la pieza y la tiré en la cama como
si fuera una más que apetecible bolsa de papas. Cuando la desvestí y le quité
la bombacha y ya estaba por empezar a olfatearle la concha como un famélico bull
terrier, cuando le estaba por meter el hocico.
–Pará
–me dijo.
Y
yo paré, me detuve. Todo iba fenómeno, pero ella quería decir algo, manifestar
una inquietud, que no se la pusiera sin forro, o que no le gustaba que le
metieran un dedo en el culo, ni siquiera una falange, o que le gustaba que la
cogieran primero boca arriba, o mirando al nordeste, no sé.
Pero
no. Sacó una cajita del primer cajón de la mesa de luz. Pensé que podía ser un
lubricante saborizado, un piolín para que la atara, una porción de pizza fría
por si entre polvo y polvo le agarraba hambre.
No,
era una cajita de chinches. Ella abrió la cajita, sacó una chinche, esas
chinches doradas que usábamos en los trabajos prácticos de la escuela primaria.
Esas chinches de lo más berretas. Ella me dio la chinche.
–Tomá
–dijo–. Clavame la chinche, primero.
–Qué
–dije. Y me quedé mirando. Pero ella estaba bárbara, ya predispuesta, flaca,
huesuda, tetas pequeñas, cualidades perdurables, culito redondo y firme.
–Dale
–dijo, y sonrió, se sopló el flequillo de la frente–. Clavame la chinche, en
cualquier lado. Me gusta.
Terminé
mi whisky de un trago, la miré para ver si era un chiste, pero no. Así que
agarré la chinche, y la apoyé sobre su teta derecha, cerca del pezón. Esperando
que ella me quitara la mano. Pero ella puso su mano sobre la mía, y me indicó.
Hizo presión. Con la otra mano me tenía agarrado de la hapi.
Así
que apreté. Sentí el ‘pric’ del pequeño pincho de metal agujereando la piel, y
ella lanzó un suspiro, todo su cuerpo se relajó y fue puro placer.
A
partir de ahí fue siempre igual. Era eso, nomás. Ella necesitaba que le clavara
una chinche, antes de comenzar la fornienda. En cualquier lado, podía ser en
una nalga o en un hombro, o en una pantorrilla cuando la ponía en cuatro patas.
Ella cerraba los ojos y esperaba, mientras yo decidía si clavarle la chinche en
la espalda o en la planta de un pie. Y entonces se deshacía en placer. Era
magia, era la luz de la vagina misma iluminando el universo entero, era alegría.
Nos
veíamos dos o tres veces por semana. Genial, absolutamente genial, íbamos a
cenar, dormíamos juntos. Una mujer inteligente, hermosa, divertida.
Después
del sexo ella se pasaba un algodón con alcohol por el puntito de sangre, tiraba
la chinche al tacho de basura que había en la cocina. Volvía a la cama, me daba
un sonoro beso, y se dormía.
Jamás
en mi vida estuve tan bien con alguien. Hacíamos planes, incluso, para irnos a
vivir juntos.
Hasta
que un día, estábamos en su dormitorio, con el televisor encendido, y cuando
empecé a quitarle el corpiño ella abrió el cajón. Sacó la cajita. Y nada, la
dio vuelta, la agitó un par de veces. Se habían acabado las chinches.
–No
importa –dijo–. No pasa nada.
Al
poco tiempo dejamos de vernos. Me dijo que se iba a hacer un posgrado a Canadá.
Necesitaba cambiar de aire, dijo, una nueva vida.
11 comentarios:
Extraordinario.
(Me llegó un aroma a película francesa...pero no, no me haga caso)
Tendrías que haber prestado atención y haber comprado otra cajita de chinches antes de que se acabaran. Era una prueba, un medidor de amor. Sos un egoísta.
*juan sebastián olivieri!
*juan sebastián olivieri! también le puede haber llegado un poco de olor a concha que me quedó en los dedos. son situaciones.
*guillermo altayrac! si es cierta la frase, aunque la frase no existe, la frase la estoy inventando yo en este mismo momento. si es cierta la frase que dice que, bueno, ‘se coge como se vive’, entonces voy a tener que admitir que coger conmigo puede resultar una experiencia algo traumática. como decía un legendario locutor de titanes en el ring: esto es para profesionales, no lo intenten en sus casas.
Permitame que lo felicite por esta frase (con la autoridad que internet me confiere para hacerlo):
"una porción de pizza fría por si entre polvo y polvo le agarraba hambre".
Quiero decirle que ud no esta bien de la cabeza y, antes de que me diga que yo tampoco, yo tampoco por leerlo.
Saludos y gracias por su arte.
*angel! le cuento una intimidad, una infidencia, total esto no lo lee nadie. hay gente que tiene hambre después de coger, hay gente que tiene hambre antes de coger. yo a veces tengo hambre, durante. quiero decir, podría estar bombeando con un sánguche de milanesa en la mano, más que perfectamente. 1saludo.
"Como las chapas: si no las clavas bien, se vuelan" me decía mi tío sobre las mujeres; creía entender el significado pero ahora usted me siembra dudas al respecto.
Un abrazo
*mr. kint! su tío debe haber cogido más que yo. pero tantísima gente debe haber cogido más que yo, quiero decir, tampoco le vamos a decir que puede dar vuelta olímpica por eso. un abrazo.
JAJAJAJAJA. sos un genio. pocas cosas leí mejores que esta.
*nele! pero qué dice, insensata! se me ocurre que usted debe tener una fantástica risa, y la saludo.
y sonrisa también n.n
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