5.6.12

Sucedió en Plaza Irlanda

         Era la adolescencia, una adolescencia transcurrida hace quizás ya demasiado tiempo, la mía. Antes de la Playstation, para que te ubiques.
         Iba al Vieytes, yo, la secundaria. Nos habían juntado, segundo tercera, nosotros, con segundo novena de la tarde, y habían construido una nueva división para tercer año, no me preguntes por qué. No viene al caso.
         Estaba D’Ambrosio, que venía de la novena. Un gigante de más de un metro noventa, manos como sartenes. Labio inferior siempre húmedo y algo caído. La maldad en estado puro, impiadoso, la inverosímil fuerza.
         Estaba Marinelli, que había cursado primero y segundo con nosotros, conmigo. Colorado, pálido, muy pálido, casi transparente. Legañoso, siempre legañoso, y con los ojitos rojos. Tartamudeaba un poco, andaba siempre encogido, la cabeza como escondida entre los hombros, temeroso de su fragilidad, dando cortos pasitos por el pasillo hacia el aula.
         No sé cómo, no debió pasar nunca, pero D’Ambrosio se ensañó con Marinelli de inmediato, odio a primera vista. Le robaba los útiles o la comida, pasaba en su camino hacia el fondo del aula y le pegaba en la cabeza o le rompía el cuaderno. Lo amenazaba, le decía cosas.
         –Che, pelado –me dijo uno, así me decían a mí, supongo que porque tenía unos indómitos rulos–, hoy a la salida vamos todos a Plaza Irlanda. Hay goma.
         –¿Quiénes? –Pregunté.
         –Marinelli –me dijo Barbieri, o Bernardi–. Con D’Ambrosio.
         No podía ser. Marinelli jamás se había peleado con nadie, su cuerpo no había sido diseñado para la pelea. Hasta estaba exceptuado de ir a Educación Física por algún tema médico. Imposible.
         Al parecer D’Ambrosio le había dicho algo, a Marinelli, algo sobre su madre, y Marinelli, en el arrebato de responder, en el apuro, había dicho ‘te espero en la esquina’. ‘Claro’, dijo D’Ambrosio, y se rió, se rieron varios. Plaza Irlanda, allá fuimos todos.
         La hago corta, no quiero aburrir con recuerdos que quizás sólo me interesan a mí y a alguno más que haya estado ahí. Hacía frío, llegamos, empezó la pelea.
         Era imposible, por altura, por peso, por asimetría de fuerzas, Marinelli no tenía ninguna posibilidad. D’Ambrosio le pegó un par de trompadas y Marinelli se fue al piso, sobre la tierra. Sangraba, de una ceja, de la nariz. Se puso de pie, intentó tirar unas manos, pero D’Ambrosio le llevaba unos treinta kilos de diferencia, y sabía pelear. Era sucio, le escupió la cara, se lo sacó de encima de un empujón, le volvió a pegar. Lo pateó en el piso, dos, tres veces, las costillas, le partió el labio. Marinelli se puso de pie, como pudo, agarrándose el estómago, volvió a cobrar.
         Habrá durado todo tres minutos, podría relatar esa pelea en cámara lenta, cada golpe, el pedacito de diente de Marinelli que voló al pasto, el ‘paf’ de la trompada inicial que lo dejó sentado y aturdido, demasiado aturdido para llorar.
         Dijimos que era suficiente, nos metimos, prometimos otra pelea, nosotros contra ellos, para la siguiente semana. Había que volver a casa, hacer la tarea, almorzar.
         Se empezaron a ir todos los pibes, en grupos.
         Entonces vi a Marinelli, de pie. Tenía un ojo negro, el labio  superior  con sangre, hinchado. El pelo revuelto, la camisa rota con un solo botón, la cara llena de mugre, alguien le devolvió el saco. Apretaba los puños, muy fuerte. Había sabido todo el tiempo, todo el día, lo que le esperaba. Había sabido que le iban a pegar y que le iba a doler. Las cosas habían sido, incluso, mucho peor que en su imaginado tormento. Le salió un sollozo, le dolía todo, y sin embargo había algo ahí, no sé, una vibración. Haber hecho lo que había que hacer, sabiendo que no tenía la más mínima posibilidad.
         Por actitudes como esa, por tipos como vos, Marinelli, es que todavía me siento a escribir. A recibir las piñas que correspondan, y sentir eso que quizás vi en vos, en tu carita de pibe aquella vez en Plaza Irlanda. Eso que era demasiado puro, demasiado intenso para ser expresado con palabras.

12 comentarios:

Dany dijo...

Ojalá el colorado Marinelli lea esto. Yo tendría que hacer algo similar con el "chancho Lombardi"...
Muy bueno, Juan.
Abrazo!

Juan Sebastián Olivieri dijo...

¿Sabés qué, Juan?, Cuando reconocés el paeralelo en esa actitud, ahí, creo, empieza a verse la luz al final del túnel.

¡Muy, pero muy bien escrito!

A.Torrante dijo...

Al igual que la forja de una Katana, hacen falta una cantidad de golpes exactas para templarla y convertirla en una formidable hoja y hermosa pieza de combate-
Excelente relato. Y agradezco el test de los captchas para saber que soy real.

Rob K dijo...

Además de la intensidad del relato, excelente reflexión final.

Saludos.

Andrés Quincoses dijo...

Si esperaban un castigo físico para D'Ambrosio y entendían aquello como la única posibilidad de justicia en este texto, están errados.
La única justicia está en las dos inmensas pelotas del colorado, que entendió que vinimos acá a perder y que lo mejor es enfrentar los golpes. Hay circunstancias en las que la victoria no es una opción, pero escaparse tampoco.

Morituri te salutant, Hundred

Anónimo dijo...

Si en lo sucesivo el grandote no lo jodió más al pibe, la cosa estuvo bien, si no, todo fue al dope.
alberto

Anónimo dijo...

Estos son los buenos. Estos hacen que valga la pena aguantar los golpes.

(lagrimas en los ojos, putazo)

Si pasas el test snob, escuchate "Resistire" (la version espaniola).

Abrazo,

Juan

Grisel Vargas dijo...

Somos varios los que recibimos golpes por decir lo que pensamos. Y somos varios los que elegimos este espacio que Blogger nos da, para escribir libremente y que los golpes sean virtuales y no nos duelan tanto.

J. Hundred dijo...

*dany! suele suceder, en ese absurdo teórico que se ha dado en denominar ‘vida social’, alguien cuenta que estuvo en new york o en cancún, alguna pelotuda dice que vio una comedia musical en broadway, algún sofisticado dice que vio jugar a maradona en el nápoli, o vio encestar un tiro libre a michael jordan con los ojos cerrados. yo lo vi pelear a marinelli, váyanse todos a la reconcha de sus respectivas madres. 1abrazo.

*juan sebastián olivieri! a veces lleva demasiado tiempo darse cuenta que uno es el túnel, uno es la luz, uno es un pebete de salame y manteca y una cerveza en un bar de paternal, uno es un whisky en una habitación a oscuras a las dos de la mañana. gracias.

*a. torrante! cuando te pegan, cuando te dicen que no, duele, claro que duele. después te entra en calor la cara. y te sigue doliendo, por supuesto.

*rob k! 1saludo.

*andrés quincoses! tantas veces me he repetido para mí aquello de ‘firmes y dignos’, que decía el bueno de russell crowe en gladiator. pero luego veía a la burrita que me tenía que coger y no había caso, se me amorcillaba un poco la garompa. yo le agradezco su generosidad para conmigo, quizás desmedida.

*alberto! yo creo que batistuta y crespo podían jugar juntos perfectamente. lo que le quiero decir, lo que le digo, lo que le estoy diciendo, es que lamento sus palabras, pero también lamento el hambre en etiopía, y no haber tenido flequillo de pibe. lamento, incluso, que lamentar no sea una disciplina olímpica. lamento tantas cosas.

*juan! lloré cuando escribí este fragmento. si lloró alguien más, si lloró usted, bueno, entonces quizás mi paso por la tierra también haya tenido algún sentido.

*gray! que nos vaya bien a todos.

Anónimo dijo...

Discúlpeme por haber alterado la elevación de su espíritu y molestado su profunda intelectualidad, pero sucede que yo no fui gordo a los once años y la niña que me gustaba no me rechazó. Y a pesar de no haber estudiado en la universidad, no me siento un fracasado.
Le advierto que leí sus posts hasta el del 14/06/2006 (Si sos tan amable) y me divertí mucho y me emocioné un poco con algún dramón de la infancia escondido por ahí.Hasta dejé vanos comentarios en alguno de ellos.
Y pienso terminar de leerlos a todos.
Yo lo que lamento es que me haya respondido...
Un abrazo
Alberto

Mr. Kint dijo...

Y sí. A las hazañas bíblicas hay que circunscribirlas a la épica de lo excepcional, la mayoría de los mortales intentamos huir. Por eso es más que necesario destacar actitudes como las de Marinelli (y las de Hundred); es para pocos enfrentar los hechos y soportar con nobleza las llagas de los reveses cotidianos.
Habrá que agradecerle a Marinelli, tonces, como a la madre María, por la semilla de este desafiante narrador.
Abrazo y saludos.

J. Hundred dijo...

*alberto! 1abrazo.

*mr. kint! al césar lo que es del césar, y a marinelli lo que es de marinelli. un abrazo para usted.