Todas las mañanas, voy a la casa de la chica más linda que conocí. Me siento en un bar en la esquina, enfrente, y espero para ver salir al hombre que ha pasado la noche con ella. Su despreocupación, su confianza, su resuelta sonrisa para enfrentar sin dificultad al mundo, cómo se lleva por un instante el dorso de dos dedos, índice y mayor de su mano derecha, sólo un momento, a la nariz, para aspirar una última bocanada de vagina fresca y entonces sí, para un taxi, habla por su teléfono celular, emprende su día.
Todas las tardes, paso por la concesionaria de automóviles donde está el auto que jamás tendré. Entro, a veces, y no pregunto nada. Sólo quiero apoyar una temerosa palma sobre el costado de la carrocería, como quien acaricia un animal. O me siento en el automóvil, después de pedir permiso, después de preguntarle a un vendedor que me mira con una mezcla de ternura y fastidio. Me siento, entonces, y aprieto el volante, un solo apretón. O hago un cambio, pongo primera, y me bajo de inmediato, tembloroso, con deseos de fumar.
Todas las noches voy hasta ese restaurante a la vuelta del Hospital Alemán. La gente habla y sonríe, yo los observo a través del cristal. El vino es de un rojo muy intenso, casi puedo escuchar la música que produce al caer dentro de los copones. Soy como Lecter, en el primer encuentro con Jodie Foster, cuando alza la cabeza hacia atrás, y es todo nariz, es un instante de pura nariz, y puedo oler un plato de ravioles de ciervo, la albahaca me besa por un instante el alma, imagino el momento exacto donde el tomatito cherry se rinde al apretón de mis muelas, la pasta firme, la carne salvaje, la combinación sutil.
Y así voy viviendo. Soy una turbina alimentada con todo lo que no tengo, soy un géiser hecho de la más pura carencia, soy todo lo que me falta y me atraviesa como un rayo en la noche en medio del mar. Hace frío, soy genial.
Todas las tardes, paso por la concesionaria de automóviles donde está el auto que jamás tendré. Entro, a veces, y no pregunto nada. Sólo quiero apoyar una temerosa palma sobre el costado de la carrocería, como quien acaricia un animal. O me siento en el automóvil, después de pedir permiso, después de preguntarle a un vendedor que me mira con una mezcla de ternura y fastidio. Me siento, entonces, y aprieto el volante, un solo apretón. O hago un cambio, pongo primera, y me bajo de inmediato, tembloroso, con deseos de fumar.
Todas las noches voy hasta ese restaurante a la vuelta del Hospital Alemán. La gente habla y sonríe, yo los observo a través del cristal. El vino es de un rojo muy intenso, casi puedo escuchar la música que produce al caer dentro de los copones. Soy como Lecter, en el primer encuentro con Jodie Foster, cuando alza la cabeza hacia atrás, y es todo nariz, es un instante de pura nariz, y puedo oler un plato de ravioles de ciervo, la albahaca me besa por un instante el alma, imagino el momento exacto donde el tomatito cherry se rinde al apretón de mis muelas, la pasta firme, la carne salvaje, la combinación sutil.
Y así voy viviendo. Soy una turbina alimentada con todo lo que no tengo, soy un géiser hecho de la más pura carencia, soy todo lo que me falta y me atraviesa como un rayo en la noche en medio del mar. Hace frío, soy genial.
4 comentarios:
Juan, casi que me siento identificada con todo, menos con lo de "soy genial". Alégrese por ese sentir...
Además yo no miro al tomatito cherry, me siento como uno de ellos.
besos vegetales!
Si, es verdad, sos genial.
Todos somos un geiser hecho de carencias, siempre puras... incluído el que duerme con la chica, el que maneja el auto, todos...solo que algunos la pasan mejor que otros mientras creen que lograron algo,y en verdad... es bueno andar en un auto. Si no, explicáselo al que toca la guitarra en la calle.
*alelí! como dijo el general: ahí donde hay un tomatito cherry, nace un derecho.
*mar! bueno, bueno, ya está, ya pasó.
*lara! no me refutes, disfrutame.
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