27.8.05

Sado, maso, paso

En la barra de una pizzería un hombre come una porción de pizza. Ha dejado atado a su perro (dos orejas, cuatro patas, pelo, cola) a un poste, en la vereda.
El perro aúlla, gime, se desespera. Su dueño lo mira mientras saborea su pizza. Hay contacto visual entre ellos. Cuanto más sufre el can, más se relame el dueño. La escena se hace difícil de tolerar. Alguien debería matar a ese hombre.
Concibo una salida algo menos heroica. Abandono mi ingesta, y adquiero una porción de pizza flamante. Salgo a la calle, me arrodillo y se la obsequio al perro. Soy noble. Soy bueno.
El perro deja de quejarse y me observa. Luego, fastidiado, rechaza el alimento.
El relato, pueril e imbécil en proporciones difíciles de discernir, está dirigido a todos aquellos que dedican horas y horas a opinar sobre relaciones de pareja; aquellos que analizan, que dan consejos.

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