10.9.19

Cordones desatados


Hago lo siguiente.
Voy a un bar, un bar del barrio en el que estoy viviendo, un bar que está cerca de un colegio bastante fino (caro, eso quise decir). Voy, ponele, un día de semana a las nueve de la mañana.
Es el momento donde se juntan, en el bar, grupos de madres. Entre cinco y diez. Las mujeres han dejado a sus pequeños hijos en el colegio y tienen por lo general el resto de la mañana libre.
Las mujeres quieren hablar. A los gritos, de lo que les pasa, lo que les sucede. La concatenación de imbecilidades que ellas estarían dispuestas a denominar ‘sus vidas’.
Hablan, las mujeres. Gritan, gritan mucho. Hay metálicas, estentóreas carcajadas demasiado impostadas que apenas alcanzan a disimular el horror que sienten de estar vivas, el sinsentido de la precaria existencia, el dolor de no saber para qué corneta fueron puestas sobre el planeta tierra.
Hablan y gritan y ríen sin reír, se ponen de pie, mueven los brazos, cambian de lugar. Se cae una silla, suenan los teléfonos celulares con absurdas musiquitas y entonces hablan más fuerte con alguien que parece estar del otro lado de la pantalla y que también les responde. Más gritos sobre la importancia de conocer Estambul, de tomar yogures que te mejoren la potencia para cagar.
Me siento prácticamente en el medio. Entre mesas de ocho o diez mujeres, siempre queda alguna mesita suelta de la que se han llevado hasta las servilletas de papel. Pido un café.
Me siento, decía, saco mi cuaderno rivadavia tapa dura rayado de cincuenta hojas, preparo mi birome. Miro un rato pero no miro nada en particular, contemplo la nada.
Alguna vez escuché contar al señor Ruggeri Oscar que el señor Maradona Diego, durante los entrenamientos, jugaba con los botines desatados. Los cordones sueltos. Contaba Ruggeri que una vez intentó hacer los mismo y no paraba de tropezarse, de caerse al piso. Imposible trotar, mucho menos pensar en hacer cualquier otra cosa. Maradona le había explicado que si entrenaba así, con los cordones desatados, después durante el partido sus pies tenían una extraordinaria sensibilidad. Se infringía ese incordio, esa dificultad. Luego, su performance se volvía extraordinaria.
Yo, a la media hora más o menos, me voy a otro bar y escribo lo más bien.

5 comentarios:

Alberto Arenas dijo...

Buen día Hundred. Su táctica, por así decirlo, me parece de lo más interesante. Quiero hacerle saber que voy a ponerla en práctica, ya que no me han faltado oportunidades en las que mis ganas de escribir se han enemistado con mis musas.
Curiosamente, conservo hasta el día de hoy -y en muy buenas condiciones- un cuaderno Rivadavia de 50 hojas tapa dura, que alberga en su interior varios poemas que escribí en mi adolescencia.
Lo saludo con un fraternal abrazo.

J. Hundred dijo...

*alberto arenas! todos hemos sido poetas. permítame que le muestre alguna de mis miserias. lo abrazo.
http://juanhundred.blogspot.com/2006/12/una-macedonia-un-peceto-abr-la-dos.html#comments

Nacho dijo...

Me surgen ganas de extrapolar esto a mi ámbito propio: tocar la guitarra mientras mi pareja mira Netflix. O peor: alguna retransmisión de YouTube de alguno de esos (tantos) programas de chimentos en los que no paran de gritar. Si logro meter un cuarto; un octavo de melodía decente así, después en silencio me convierto en Slash.

El tema es que me quedo soltero.

Abrazo y aplausos, Juan.

J. Hundred dijo...

*nacho! para resumir: si me dejan tranquilo soy un fenómeno. pero no lo veo posible. respecto al tema de quedarse soltero, recuerdo un bellísimo poema de mr. bukowski. quizás no lo recuerdo exacto, pero era más o menos, porque la vida es siempre más o menos, así.

existen cosas peores que estar solo.
pero a menudo, lleva décadas darse
cuenta.
y la mayoría de las veces, cuando lo
hacés, es demasiado tarde.
y no hay nada más terrible que
demasiado tarde.

cómo me gustaban estos poemas cuando tenía veinte años, por Dios bendito y la virgen que llora lágrimas de campari. y me siguen gustando, lo abrazo.

Frodo dijo...

Crack, Genio!
Conoce Ud. el cuento del gallego que se está machacando la chota con un cascote.