30.3.15

Un asunto amarillo


En una época trabajé en un local de Havanna. No, no voy a decir en cuál, no voy a decir la zona. Se multiplicaron por todos lados, los locales de Havanna, como los del café Martínez y alguna otra cadena más. Venden café, desayunos, licuados, sándwiches. Además de los alfajores de siempre aunque para mí ya no son los de siempre. O quizás los alfajores siguen siendo los de siempre, y lo que se cayó como un piano fue la Argentina. Hablo de la calidad.
Mi trabajo era estar adentro, en la cocina. Hacer los tostados, los licuados, los jugos, el café. Había trabajado en restaurantes en serio, para mí era pan comido.
La plata era poca, pero trabajaba de 8 a 15, y después tenía tiempo libre para mí, para escribir, para pensar que podía cambiar de vida.
En el local había un par de pibas que atendían, y un encargado. A eso quería llegar.
El encargado odiaba a los chinos, eso. No sé por qué, jamás lo explicó. Cada vez que entraba un chino al local (y por chino se entendía cualquier sujeto con rasgos orientales: japonés, coreano, filipino, no sé qué más), el tipo se ponía mal.
–A ver, qué pidió –decía cuando alguna de las chicas me estaba pasando el pedido. Y ahí empezaba el tema.
Si el chino había pedido un licuado ‘tutti-frutti’, el encargado agarraba las frutas ya troceadas, y las tiraba al tacho de basura repleto de restos de comida y mugre. Mezclaba un poco, o se sonaba los mocos encima. Entonces las sacaba con ambas manos, frutas manchadas de mugre y restos de yerba, y las metía en la licuadora.
–Ahora sí, preparale el licuado a ese chino de mierda –decía el encargado.
Si el chino pedía un tostado de jamón y queso, agarraba el jamón, y el queso, y los tiraba sobre el piso con lavandina, o se paraba sobre las fetas de jamón, un día llegó a pishar sobre el queso.
–Dale –me decía con una mueca que podía llegar a ser una sonrisa–. Hacele el tostado a ese chino puto.
Y así. Al principio nos reíamos, algo sin importancia. Pero después no. El tipo se pasaba la taza de café por las axilas, por las bolas, les escupía el café con leche, se sonaba los mocos dentro de la licuadora. ‘Dejame a mí, lo preparo yo’, decía.
El resto del tiempo era un tipo correcto, amable, buen jefe. Trataba bien a los clientes, se preocupaba si alguna de las chicas tenía un problema personal, no robaba. Tenía buen carácter.
Un día llegué a la mañana, y había un auto de policía en la puerta del local. El encargado había aparecido muerto en su domicilio. Se hablaba de un asunto de drogas, de un intento de robo. Pero no lograban encontrar una pista.
Y yo no dije nada, conté cuál era mi rutina de trabajo, expliqué que jamás había visto nada raro. Pero yo sabía, yo sé que lo mataron los chinos.

5 comentarios:

JLO dijo...

con esa gente no se jode... cuando me dan caramelos en lugar de plata me la banco como un señor...

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

¿No habrán sido veganos? Esos vegetarianos extremos son gente rara y tan refractarias a los argumentos, raciocinio.

J. Hundred dijo...

*jlo! es de lo más correcto su proceder. durante un tiempo, hace no muchos años, viví en un barrio donde cada tanto los chinos, por alguna pelea, mataban a alguno y lo dejaban, prolijamente doblado, dentro de una valija, junto a un árbol. de hecho, ni los vagabundos se animaban a abrir las valijas que aparecían junto a los árboles o en un volquete. recuerdo también haber bajado una noche a tirar mi basura, y encontrar un vagabundo cogiéndose un televisor, pero esa es otra historia, no quisiera aburrirlo.

*el demiurgo de hurlingham! vea, el vegano no es mucho más que aquello que podríamos denominar un ‘boludo temático’. así como están los maratonistas, repugnantes seres que se arrastran por las plazas de la ciudad a tempranas horas de la mañana, en sus rostros reflejado el más puro estupor, el horror de estar vivos. los veganos suelen ser gente que no tiene absolutamente un pomo para hacer con sus vidas, ningún talento en particular, ni siquiera una afición, y entonces se vanaglorian de aquello que son capaces de privarse. le di dos ejemplos nomás, en esta tristes playas he escrito hasta el aburrimiento sobre la cuestión. en el fondo, la gente está muy sola. es todo lo que hay que saber, conste en actas.

Mr. Kint dijo...

Usted tiene razón, al país se fue al mismísimo tacho. Note usted por ejemplo el Nesquik; si usted prueba un Nesquik de ahora, y en su cabeza todavía le quedan recuerdos sensitivos de lo que era ese elixir, 20, 25, 30 años atrás (sí, usted también era otro pero no importa). Bueno, usted entenderá entonces lo que le digo. Si no ajusta por precio, ajusta por cantidad dice la ley económica. Y cuando las grandes mentes modernas quieren dominar ambas variables, ajusta por calidad, por supuesto.
Ah, sobre los chinos. Ya que estoy, sigo, hace mucho que no me tenía por acá, no se queje. Me mudé de barrio. No se parece en nada a mi barrio anterior. Es casi todo lo que a usted no le gustaría de un barrio. No importa. Ah, sí, por supuesto hay un supermercado chino. Atiende un joven, viente y pico de años. Y habla con todos. Sobre la comida, sobre el clima, sobre fútbol, sobre el paro nacional, sobre los programas de chimentos, habla, habla, habla sobre un montón de cosas que no sabría bien qué son, porque aquí está el tema: no se le entiende casi nada. La gente lo mira y se ríe. Intenta devolverle una pared pero es difícil. Pero el empeño que le pone ese joven a una lengua evidentemente compleja para él, es digno de respeto.

Lo abrazo, sí, otra vez.

J. Hundred dijo...

*mr. kint! respecto al recuerdo sensitivo es una experiencia tan tremenda. porque uno, replicada la experiencia, no sabe si el objeto ha perdido su cualidad, o si es uno, bueno, el que ha perdido la capacidad de sentir. en cualquier caso, el resultado es desgarrador. lo abrazo, somos gorilas en la niebla.