12.10.14

Tiburón Carlitos


En una oportunidad estaba mirando por televisión el canal de la National Geographic. Lo he dicho alguna vez, todo lo que tenés que saber sobre el comportamiento humano, lo podés aprender, ponele, en tres meses. Viendo, una o dos veces por semana, la National Geographic. Hacés eso, hacés lo que yo te digo, y vas a saber más sobre las personas que si hubieras estudiado psiquiatría en Düsseldorf. 
El fastidio del león después de coger, las ganas de rajarse de una, de irse a tomar un whisky a cualquier lado. La organización de las hienas para afanarse algo, algo que cazó otro, distraerlo y afanarle parte del botín. La vigilancia de dos o tres elefantas a una cría para que no se ahogue al cruzar un río, el acuerdo entre el rinoceronte y el pajarito, donde el pajarito consigue protección y el rinoceronte consigue que le saquen los parásitos, que lo rasquen. Todo está ahí, en la naturaleza, todo lo que vas a ver en una oficina o cuando tengas que vivir en pareja. No hay más que prestar atención. 
En aquella oportunidad la cosa sucedía en el fondo del mar. Estaban estudiando la vida de los tiburones blancos.
El asunto, lo que quiero contar, ya llego. Estaban estudiando a un tiburón, llamalo si querés ‘Carlitos’, si querés ‘Tiburón A’, como lo quieras llamar. De pronto, surge una escena de conflicto. Alguien, otro tiburón, llamalo ‘Facundito’, llamalo ‘Tiburón B’, se metía en una zona que no correspondía, o se quería comer un churrasco, un churrasco que también quería el tiburón ‘Carlitos’, o se quería encarar a la misma tiburona que le gustaba a Carlitos.
Acá viene lo interesante. Cuando en medio del programa los que estaban relatando esperaban lo peor, cuando todos esperaban lo inevitable, la crueldad, lo despiadado y puro al mismo tiempo, violencia natural. Bueno, no.
Lo que hacía, Carlitos, era acercarse a Facundito, acercarse. Y por un instante, empardarlo. Quiero decir, se ponía, lateral contra lateral, de lado, a menos de un metro de distancia. Lo que hacían era medirse. Así ambos tiburones advertían, sin dificultades, que el tiburón Carlitos era más largo, más corpulento, que Facundito. Y entonces, sin decir nada, no, ya sé, los tiburones no hablan. Sin pelear, Facundito se retiraba.
Una fantástica lección de la naturaleza.
Y está todo bien con vos, linda. Pero me mostraste quizás demasiadas fotos de tu viaje al norte de Brasil. Es bien probable que hayas estado con varios de esos negros que te abrazan en las fotografías, que sonríen. Se percibe, claramente, en tus facciones, que parte de la diversión ha sido comerte algunas de esas notables vergas de temibles proporciones. Y entonces me va a dar un poco de cosa ponerme en pelotas, quizás lo mejor sea que me vaya.

5 comentarios:

Laura B. dijo...

Me encontré muy concentrada siguiendo con la mirada cada renglón hasta el final, el mismísimo final que veía venir 4 o 5 líneas arriba. Casi convencida, qué digo, convencidísima de que estaba leyendo grandes verdades.
Si lo dijera otro dudaría. Pero no, Juancito, a vos te creo.
Besos van

Agustín Molina dijo...

No se achique, mi amigo, que el tamaño no importa.
Lo importante es saber hacerla reir (y tratar de que no se te cague de risa, claro).

J. Hundred dijo...

*nausica! pareciera, surge de su comentario, tiene usted la pulsión de aclarar que sabe leer de corrido. quizás, incluso, durante algún tiempo fue bastante buena con la claringrilla. la saludo con ternura.

*agustín b! permítame contarle un chiste. el problema es que el chiste es cordobés, y yo no soy cordobés. por lo tanto, los modismos, el ‘yogur’, la tonada, y demás cuestiones, debiera imaginárselas usted. pero el chiste tiene mucho contenido, mucha semblanza. se lo cuento.
habitación. adolescentes. la chica ha metido al noviecito en su casa aprovechando que no están los padres. son novios desde no hace mucho. están en el cuarto de la chica, ella tirada en la cama, él sentado en una silla. la chica está muy pero muy caliente, como sólo los adolescentes suelen estarlo, desea fornicar.
chica: vení un ratito a la cama, dale.
muchacho: no, no quiero.
chica: dale, vení, pablito.
muchacho (con timidez, con vergüenza): no, dejá.
chica: pero dale, pablito, vení que estoy muy caliente.
muchacho (mirando al piso): no, dejá.
chica: pero qué pasa, pablito? dale, quiero que hagamos el amor, no seas tímido.
muchacho: es que la tengo muy chiquita.
chica: dale, no importa.
muchacho: no, no.
chica: dale, pablito, no me aguanto. tengo muchas ganas.
insiste, la chica. se ha ido desnudando, lo provoca. el chico finalmente se desnuda. se sube a un armario, y salta sobre la cama.
‘aaah! aaah! no puedo más, qué placer!’, gime la chica, se retuerce de pura alegría.
al rato, cuando finalizado el acto logran recuperar el aliento, la chica, cansada, feliz, mira de costado a su novio.
‘me mataste. no entiendo por qué no lo querías hacer’, dice, satisfecha. ‘por qué decías que no, que la tenés chiquita’.
‘es que caí con la rodilla’, responde el muchacho.

Mr. Kint dijo...

El cuerpo se acostumbra a todo me dijo una chica que había frecuentado un muchacho del estilo de los que venden cadenitas en Microcentro. Y acto seguido desaparecí de escena como si descendiera por el batitubo.
Es que su confesión también escondía el anhelo de algún día poder disfrutar de algo más humilde, un muchacho promedio, un fulano cualquiera, como si esperara que el tiempo borre de un plumazo sus asiduas sacudidas con esa descomunal garompa.
Y no quería ser yo el que tuviese que explicarles los principios de la física y de la termodinámica, la fatiga de materiales, el concepto de irreversible. Lo docencia veinticuatro horas agota, usted lo sabe.

Saludos y otro abrazo.

J. Hundred dijo...

*mr. kint! lo que usted cuenta me trajo un bello recuerdo. yo conocí una chica que me decía ‘hay que castigar el cuerpo’. luego me pedía que le hiciera las peores barbaridades. abrazo de gol, diría el mariscal.