18.3.14

La cosa más normal del mundo


Necesitaba trabajar, conseguí un trabajo. Bueno, en realidad, no necesitaba trabajar, lo que necesitaba era dinero. Pero si no te da la cabeza para afanar, y no tenés alguna habilidad no tradicional, entonces trabajar es lo que se estila. 
Me consiguió el trabajo mi amigo M. M. se estaba por recibir de abogado, en realidad se estaba por recibir de abogado hacía como quince años. Y mientras tanto, M. trabajaba en el Ministerio.
En los Ministerios está lleno de gente que no hace un pomo, a nadie le importa. Hay Gerentes de cualquier cosa, Subgerentes de algo, siempre hay cargos para repartir, prácticas rentadas, pasantías. Si aguantás seis meses sin hacer cagadas, quiero decir, sin que te vean corriendo en pelotas por los pasillos o cagando arriba de una computadora, entonces te efectivizan. Y ahí sí, ahí te podés dedicar a no hacer nada como más te guste. 
Estaba en mi segunda semana de trabajo, me habían destinado al área de Archivos. Estaba en un sótano, ordenando expedientes. Había carpetas de distintos colores, y etiquetas. Había unos gigantescos ficheros de metal que iban de pared a pared. Había que ordenar expedientes, o perderlos, pero perderlos y volverlos a encontrar si alguien, un Subgerente, los solicitaba. Para volverlos a perder, pero de una manera diferente.
Ahí estaba yo, durante seis horas, pensando en algo, en cualquier cosa, cerca de un escritorio con una computadora que me habían dejado y que era una carreta, una computadora que tardaba en abrir el ‘buscaminas’, cargando datos, ordenando expedientes, rotulando siglas, archivando. 
–Ahí llegó Betty –dijo un pibe que usaba la corbata muy floja y la camisa afuera del pantalón–. Por si querés comer algo. 
–¡Grande Betty! –dijo una mujer a la que le costaba moverse, tenía las piernas muy hinchadas. Pero se puso de pie, apretando un billete en una mano.
–A ver, vos, Claudio. Te toca ir a comprar Coca Cola.
Betty debía ser una mujer de unos cincuenta años, morocha, con el cabello recogido. Cargaba una heladera de telgopor, que apoyó sobre un escritorio. Se juntó un grupito de los que trabajábamos en aquel inmundo sótano. 
–Yo quiero deditos –dijo una chica que tenía una verruga peluda sobre el labio–. Dos porciones. ¡A mi hijo le encantaron!
–Para mí orejas, con mostaza –dijo un tipo de Logística.
–¿Sánguches de qué hiciste? –Preguntó Víctor.
–De muslo –dijo Betty–. Muslo de un gordo que murió ayer. Están tiernísimos.
Tardé en comprender. Pensé que era parte de lo que todavía no sabía, la jerga, códigos de la gente que trabajaba en el Ministerio. Algún chiste privado.
Nada de eso. De la heladera, y con guantes de cirujano puestos, Betty iba sacando, bueno, lo que le pedían. Partes de cuerpos, sí, de cuerpos humanos. Las orejas servidas en conos de papas fritas, troceadas, los dedos rebozados como milanesas, sin las uñas, sándwiches hechos de muslos de una persona muerta. Escalopes de culo con guarnición, servidos en unas simpáticas bandejitas plásticas. Alguien comentó que la semana pasada lo mejor había sido unas tetas rellenas con queso parmesano y provolone que eran una delicia. Otro le dijo que era un burro, que lo que les daba el gustito era el roquefort. Las tetas eran a los cuatro quesos, y tenían, también, mozzarella y roquefort. Discutieron un poco, se reían.
Tuve que apoyarme sobre un escritorio, se me movió un poco el piso, sentí un mareo. Me contó uno de los cadetes que Betty estaba casada con un tipo que trabajaba en la morgue. Todos los viernes traía, para vender, comida hecha con pedazos de cuerpos. Sí, claro, de humanos.
Me explicó el pibe que al principio te daba un poco de impresión. Pero después te dabas cuenta que era la cosa más normal del mundo. Betty era una maestra de la cocina, y la mercadería siempre era fresca, trabajaba sólo con muertos de la semana. Era rarísimo, los empleados estaban por lo general de buen humor. Cuando alguno se hacía un chequeo, todos habían mejorado de manera notoria su estado de salud. Además, era mucho más barato que bajar a comprar comida a la galería.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gusta leerte.

Mr. Kint dijo...

Antes de dejar una reflexión, me voy a quedar pensando qué estará queriendo decir con este relato algo perturbador.

Mientras tanto, me hizo acordar a un chiste muy choto que de vez en cuando sigue contando mi viejo. La escena es así: caníbal padre e hijo andan caminando por una selva olvidada en algún rincón del mundo procurando algo de cenar para la familia. De pronto, una mina alucinante desparramada en el tronco de un gran árbol. Pechos turgentes, nalgas compactas, piernas firmes y largas, curvas generosas y una cintura hermosa que apenas se dejaba ver entre el baby doll; labios no demasiado carnosos pero convincentes y unos ojos profundos que disparaban una mirada que se debatía entre el temor y la provocación (algo así como una joven Bo Derek hubiese dicho mi viejo). Los dos caníbales, algo estupefactos por la inesperada situación, se quedan congelados por unos segundos hasta que el más joven le pregunta al mayor "entonces,¿la comemos?". El padre todavía mirando tal belleza de mujer, piensa un segundo y le dice "¡A tu vieja nos comemos!"

Y perdón, acéptame el abrazo esta vez como muestra de su conocida cortesía.

Viejex dijo...

Un relato perturbador, por cierto. tampoco encuentro si esconde algo que no surge en una primera lectura. Me impacto -además de la historia de los funcionarios caníbales- la reflexión del principio cuando comprende que usualmente decimos necesitar una cosa X cuando en realidad X es sólo un medio para obtener lo que verdaderamente precisamos (en este caso el trabajo como medio para obtener el dinero)
En fin, siempre es un gusto volver a leerlo.

J. Hundred dijo...

*salomè! signorina, estoy a su disposición.

*mr. kint! mire, intento ser objetivo. el chiste no es gran cosa, pero mi texto tampoco es gran cosa. quiero decir, hay gente que va y cree que puede hacer ‘stand-up comedy’ por televisión, y tienen menos gracia que un kilo de mandarinas. uno arranca creyendo que tiene algún talento, luego, la vida te muestra que con no romper demasiado las pelotas alcanza. sobra. lo abrazo a usted, mis respetos a su padre.

*viejex! para no mantenerlo demasiado en el enigma, me permito contarle lo que esconde el relato. esconde que la gente por lo general es una mierda, vale decir entonces que oculta lo inocultable. es bueno saber de usted.

Vicky Martello dijo...

Te encontré de casualidad, pero voy a entrar más seguido. Me gustó.

J. Hundred dijo...

*vicky martello! le cuento: la gente me encuentra de casualidad, y me abandonan con la más pura convicción. la saludo con alegría.