Los domingos a la mañana no me gusta que me molesten. Quiero decir, en verdad, no me gusta que me molesten ningún día de la semana, pero durante la semana hay que ir a trabajar. Y bueno, te movés en la ciudad, y una de las distintivas características de la ciudad, no digo la única, es que en todas partes hay gente. No sé si soy claro, no sé si me entendés.
Entonces, los domingos me levanto bien temprano, antes de
las ocho de la mañana, ponele. Saco el auto, y aprovecho que no hay nadie, o
casi nadie, en ninguna parte.
Elijo un lugar. A veces es un lugar donde me gustaría
desayunar, a veces es un lugar donde me gustaría sentarme a mirar por la
ventana, a veces es un lugar donde me gustaría leer un poco, o escribir. Aunque
ya prácticamente me dejó de interesar, quiero decir, leer o escribir. Pero desayunar
todavía me interesa.
Y camino un poco, también. Quince o veinte minutos, estiro
las piernas. Hace bien, caminar, con eso es suficiente para verificar la propia
existencia. Si podés caminar estás vivo, acordate. Una vez una amiga me explicó
el criterio de las tres ‘c’. Si cogés, comés, y caminás, estás vivo, eso me
dijo, por ese entonces yo andaba con una galopante depresión, una tristeza que
me masticaba el alma como un hurón en camiseta. ¿Con dos de tres se aprueba?,
recuerdo que le pregunté.
Camino, entonces, un rato, doy una vuelta, y después
desayuno. No, no me interesa tirarme en una reposera en República Dominicana a
tomar adulterados martinis, y no, me parecen particularmente pelotudos quienes
lustran con énfasis los cromados de sus autos antiguos. Disculpame, no me sale,
no soy así.
Camino, entonces. Camino y veo la fauna, las distintas
tribus. Están los que corren, los que van a correr para siempre, con esa
expresión tan triste en los rostros, la voluntad derramada y la decepción dándose
la mano, pobrecitos. Están los ciclistas, muy equipados, con sus casquitos tan
absurdos donde supongo, de ser necesario, uno puede sentarse a defecar al
costado de las rutas argentinas. Están los que practican gimnasia, se cuelgan
de una barra y levantan el propio cuerpo con los brazos, chicas en cuatro patas
que patean hacia el cielo, hacia atrás y hacia arriba, intentando mantener las
nalgas fortalecidas. Paso y observo, me imagino lo lindo que sería meter un
poco el hocico ahí, olfatearles a esas chicas sus transpirados culos.
Están los que practican artes marciales, son menos, muchos
menos, pichones de wanchankeins danzando con palos o con sus espadas samurai en
precisas coreografías, permanecen al acecho, en posiciones que semejan el
comportamiento del tigre o de la grulla. Están los que hacen tai chi,
moviéndose apenas como si estuvieran en cámara lenta, inmutables, tan
perfectos. Están los que hacen yoga, con el secreto anhelo, supongo, de lograr
algún día la necesaria flexibilidad para chuparse la poronga, la propia, y no
necesitar hablar nunca más con nadie, están los que respiran, los que se han
dado cuenta que respirar puede ser una experiencia significativa. Respirar está
bien, con respirar y tener algo de queso rallado en la heladera supongo que alcanza.
Sigo mi camino, me falta poco para terminar la vuelta e ir
por un suculento desayuno. Veo a un hombre abrazado a un árbol. El hombre está
de pie y abraza, sí, con ambos brazos, el tronco de un árbol, no demasiado
grueso. Tiene la cabeza (el hombre, no el árbol), una mejilla para ser más
exacto, apoyada contra el rugoso tronco del árbol, como si lo hubiera sacado a
bailar, al árbol, no sé, un lento, como si estuviera escuchando algo, algo que
le dice el árbol al oído, algo romántico tal vez, un vegetal susurro. Está
descalzo, con los ojos cerrados, en la comunión más perfecta con la naturaleza
que yo jamás haya visto. Una secreta armonía.
Es una bellísima imagen. Siento deseos de preguntarle cuál
es la actividad que realiza, pero no quiero interrumpirlo. Permanezco a una
respetuosa distancia, esperando que termine su energética práctica.
Me deslizo con dos o tres pasos laterales, en silencio.
Entonces, veo que abre los ojos, me observa.
–Disculpe –digo, sonrío–. No quisiera molestarlo, pero
desearía saber cuál es la disciplina que practica. ¿Es un ejercicio zen? ¿Es
meditación? ¿Wu wei? ¿Es la búsqueda del Dharma? ¿Es usted taoísta?
–No –dice el hombre, veo lágrimas de beatitud, se percibe su
conexión con lo supremo–. Hace un rato pasó una bandita y me afanó todo, hasta
las zapatillas. Desatame, flaco, casi me cogen los hijos de puta.
8 comentarios:
Está muy bien! Me recordó -cuando no? la he citado incontables veces-la famosa fábula de la India sobre los ciegos y el elefante.
Los ciegos del Indostán
disputan y se querellan;
cada uno seguro
de haber hecho bien su prueba...
¡Todos con una pizca de razón...
, y todos yerran!
Saludos, maestro.
ud es un maestro... el gusto suyo de olfatear culos tranpirados me ha llamado la atencion cuando quiera tiene el mio a su dispocion ........
*viejex! está, como usted bien recuerda, la historia de los ciegos y el elefante. también viene a mi memoria la historia de la chimpancé que no quedaba embarazada. los directores del zoológico estaban muy preocupados, porque era necesario aprovechar el período de celo sí o sí, y que la mona tuviera una cría. el chimpancé había muerto, y los directores del establecimiento advirtieron que la mona miraba con cierto interés al hombre que hacía la limpieza de la jaula. algo rústico él, por cierto, podríamos decir primitivo. con mucho cuidado entonces, buscan la forma, y le hacen la propuesta al hombre, para que tuviera relaciones con la chimpancé. el hombre duda, lo piensa, le habían hablado de diez mil pesos. se va, el hombre, y promete contestar el lunes. vuelve y dice ‘bueno, acepto, pero tengo tres condiciones. la primera, quiero que cubran la jaula con un toldo, que nadie nos pueda ver. la segunda, nada de besos. y la tercera sería, puedo pagar los diez mil pesos en tres cuotas?’. sí, estoy en gracioso, lo saludo.
*anónimo! promesas, promesas (y le faltó aclarar un detalle, podríamos decir algo técnico. el detalle sería que omitió decir que usted se llama johana, jessica, eventualmente jennifer. pero de ningún modo romualdo, o ismael, no sé si me explico).
Comparto el gusto (con su personaje) por la soledad y la calma de las mañanas.
Agregaria un buen vasito de vino tinto.
Saludos
*angel! quizás no a las ocho de la mañana, quiero decir, el vaso de vino. pero, como todo, son gustos. 1saludo.
idem me siento muy identificado con tu escrito
me pasa lo mismo todas las semanas
saludos
Jajaja. Me encantó. Llegaste a emocionarme y demoliste el efecto con una carcajada.
*reducción mamaria! jamás pensé que le iba a estar respondiendo a ‘reducción mamaria’. usted me va a saber disculpar.
*guillermo altayrac! por lo general, a la gente le suele repugnar lo que escribo. no menos cierto es que a mí me suele repugnar la gente. un delicado equilibrio, podríamos decir.
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