25.5.11

Cantaba y bailaba

La verdad es que si lo pienso ahora, si repaso lo sucedido dejando correr a una insólita velocidad los fotogramas de la mente, no consigo recordar cómo empezó. No consigo ver el disparador, el detonante, el gatillo, llamalo como quieras. Las cosas, cualquier cosa, empiezan en determinado momento, y también terminan, en otro determinado momento. El tiempo existe, al menos como percepción, no vamos a discutir eso.
Estábamos en el subte, todos, los perejiles, dónde íbamos a estar. Y la historia también. No tengo historias que me sucedan en Disneylandia, te pido disculpas. Debían ser las siete de la tarde, porque yo salía de la oficina a las seis, pero a las seis la calle era violencia pura, cinco millones de tipos tratando de escapar, de volver, sin comprender que no hay adónde volver. Que volver, adonde vuelven, es parte de la trampa, del problema. Para volver adonde volvés, convendría no volver nunca más.
Me iba a un bar, y cenaba. A las seis de la tarde, me tomaba una cerveza de litro y un sándwich de mortadela y manteca, o de salame y manteca, o unas rabas que me acercaran quizás hacia alguna playa, algún mar. Entonces me volvía, me subía al subte y me volvía y me parecía que el mundo no era tan horrible, tan tremendo.
Así que debían ser las siete, entre las siete y las siete y media, me subí al subte en Florida. El subte viene lleno, siempre, eso ya lo dije, me quedo de pie en una punta de un vagón, y leo un libro, cualquier cosa, no me importa el libro, pero es mucho peor mirarle la cara a la gente. Leo tres páginas, o cinco. Hace rato que la literatura dejó de ser un consuelo, no sé qué voy a hacer.
Son quince o veinte minutos y cruzás la ciudad, salís del otro lado como un empetrolado pingüino, enchastrado de mierda, pringoso, asustado también, esperando que se invente un jabón lo suficientemente fuerte para lavarte los sueños rotos, la costra de frustración, que te vuelvan a brillar, aunque sea por un ratito, las ganas de hacer.
Algo sucedió. Está la gente y está el fastidio que se puede oler, y están los vendedores de cualquier cosa y los teléfonos celulares que parecen gritar que quizás el milagro de la comunicación no sea ningún milagro, y alguien llora y alguien lee el diario que te dice lo que pasó hace un mes. Lo normal, si es preciso adjetivar.
Entró un tipo, no lo vi ni le presté atención, entre tanta gente. El tipo llevaba sobre un hombro, como si fuera un cajón de manzanas, un parlante. Tocó un botón, algo, y empezó a sonar una música, a setenta y ocho mil quinientos veinticuatro amperes. Era hip hop, o la base de un rap, no soy un entendido en la materia. Si hubiera nacido en Harlem sería de seguro un aplicado rapero, si hubiera nacido en Polonia y tuviera bigotes sería Lech Walesa, y así podríamos seguir. Era muy fuerte, la música, cada punchi punchi del tambor hacía retumbar las ventanillas del vagón.
El pibe dejó el parlante en el piso. Iba disfrazado, no sé, una careta que le cubría la mitad superior del rostro, con una cresta de gallo arriba, usaba una musculosa toda rota y pantalones muy amplios, como de bambula. El tipo empezó a cantar sobre la atronadora música, tarareaba incoherencias, y empezó a bailar, también. No sé si era break dance, o una suerte de baile acrobático y callejero. Pero el subte se movía, y al tipo se le complicó un poco cuando quiso hacer la vertical, o el pasito de Michael Jackson donde parece que avanzás pero no te movés, como si una cinta transportadora se fuera deslizando hacia atrás para mantenerte, a pesar de tu esforzado avance en cámara superlenta, en el lugar.
Pasó algo. No sé si el pibe como le faltaba espacio para mostrar sus destrezas, apartó a alguien de un empujoncito, o si se quejó que la gente no aplaudía. El pibe debe haber tenido una desafortunada reacción.
–¡Pero qué te pasa, boludo! –dijo un señor de bigotes que leía una revista de caza y pesca– ¿No ves que no hay lugar?
–¡Bajá esa música, infeliz! –gritó una señora, señalando el parlante.
–¡Apagá, apagá esa mierda! ¡Apagá!
Alguien empujó al pibe, y ahí sí. Como si hubiéramos estado esperando, juntando ebullición, saltamos todos. Alguien le pegó una trompada de atrás, artera, en la nuca, el pibe perdió el equilibrio y cayó. La gente se le fue encima, llovían trompadas, patadas, éramos cada vez más y más los que nos sumábamos al efusivo grupo. Una señora empezó a pegarle al parlante, con una chinela, y entonces la gente destrozó el parlante a patadas, en menos de un minuto.
Y seguimos así, pegándole al pibe en el piso, que ya casi ni se movía, gemía un poco, tenía sangre en el rostro y el cuerpo lleno de magulladuras.
–Te voy a enseñar a bailar, pelotudo –alguien le dio un patadón en la cara, alcancé a ver pedacitos de muelas entre la multitud de pies.
Me bajé en Lacroze, la gente seguía pegándole al pibe que ya no tenía ni la musculosa, le habían quitado las zapatillas, del parlante quedaban fragmentos de plástico y un manojo de cables que alguien utilizó para comenzar a estrangular al muchacho, mientras una señora le quitaba los pantalones, y un pibe lo quemaba en los brazos y las piernas con un encendedor. Alguien murmuró ‘qué lástima que no estoy con mi caja de herramientas’. ‘Tenelo, tenelo’. Alguien sacó una navaja.
Salí a la calle, tenía cinco cuadras hasta lo de Mara, pero pensé en parar en un bar y tomar otra cerveza. Era una linda noche de otoño, hacía rato que no me sentía tan bien.

11 comentarios:

Dany dijo...

A veces pienso que si hay uno que dé el puntapié inicial la jauría se desbanda. Hay mucho deseo esperando descarga. Otras veces pienso que mezclar cerveza y rabas no es bueno para un viaje en subte.
Abrazo!

Palabras al viento... dijo...

"Hace rato que la literatura dejó de ser un consuelo, no sé qué voy a hacer".

Suele pasarnos,pasa y va a pasar...

Buena vibra para hoy juan!!

sergio dijo...

Es lindo saber que todavía hay gente que no teme expresar lo que siente.`

Saludos

Anónimo dijo...

Quien es Mara?

F dijo...

Excelente, me encantó.
De todas formas estoy comentando porque tengo la necesidad de que me devuelva ese particular deseo de que nos vaya bien a todos, necesito que me vaya bien, quizás usted tenga la magia necesaria para que mi suerte llegue a su punto de inflexión.
Un abrazo.

Yoni Bigud dijo...

Creo con fanatismo bíblico hasta la última letra de esta historia que se sacó de la manga. En el subte ocurren ese tipo de cosas. A menudo. Esos pequeños actos de justicia. Justicia primitiva, libre de prejuicios. Imposible de ejecutar en la superficie sin sufrir interferencias.

Un saludo.

Jorge dijo...

La Ley de Lynch...
Atte/

Mr. Kint dijo...

Ni bien llegué a esta ciudad (hace bastante) el subte me generó un particular magnetismo. Algunos años después, cuando comencé a viajar diariamente en él en hora pico, terminó de convertirse en un fetiche. Los rostros, los ojos perdidos, las charlas, los silencios, la bronca agazapada esperando un mínimo detonante para hacer su estruendosa irrupción; el furgón repleto de ausencia. Bajo tierra las conductas mutan, no sé si se pierde todo indicio del ser o si se es más humano que nunca. Pero es raro, es como si bajo tierra se estuviese casi muerto. Reflexiono que la mayoría de los suicidas que deciden acabar con su vida arrojándose a las vías con el fin de ser arrollados por un vagón, lo hacen a cielo abierto, sobre el tren; pocos lo hacen ahí abajo, porque ya se está muerto, y nadie puede morir dos veces.
Siempre imaginé escribir historias del subte, algunas imaginadas, muchas se asemejarían a anécdotas. Pero no, no soy tan diestro para esos menesteres. Y es por eso que me regocijo con esta clase de relatos suyos.
Ah, nada como la justicia de una turba iracunda. De todas maneras, no lo imagino ahí; con estas cosas que escribe, con esta luz que desparrama lo imagino más así: (y seguramente ya la pasé este link, pero bue, yo también me repito, aunque no tan genial). Merci! y saludos
http://www.youtube.com/watch?v=r71S2wAqG_g

J. Hundred dijo...

*dany! me pasa muy a menudo, tengo la cotidiana percepción que nos vamos a tener que agarrar todos a trompadas on a daily basis. 1saludo.

*palabras al viento! en alguna oportunidad, hace muchísimo tiempo, el flaco menotti ponía cara de profundo y decía ‘no confundamos vértigo con velocidad’. a mí, con la precaria cara de boludo que llevo por lo general puesta, me gustaría decir ‘no confundamos vibra con vibrador’. gracias.com

*sergio! sí, también es lindo saber que todavía quedan un par de alfajores decentes esperando por ahí, en alguno de los kioscos de la vida.

*anónimo! una amiga.

*f! que nos vaya bien a todos (con eso debiera alcanzar. si precisa algo más personalizado, escríbame por línea privada).

*yoni bigud! la infinita locura humana, como tantas otras semillas, suele germinar bajo la tierra. un saludo.

*jorge! no es lo mismo valeria lynch que merrill lynch, conste en actas.

*mr. verbal kint! lo que usted dice es de una supina importancia. la gente que se tira a las vías de un tren, justamente, se tira. la gente que se suicida en el subte no salta, de ninguna manera salta, apenas se dejan caer. no quisiera yo tener que ser autoreferencial, pero, bueno, está claro hasta la desmesura, soy una de las personas más interesantes que conozco: http://juanhundred.blogspot.com/2008/06/sin-recreo.html#comments)
un respetuoso saludo para usted.

SonoIo dijo...

I'm confused, creo que me están imitando, igualándome jamás!! (sin acotaciones, plis).

Briks dijo...

musculosa y pantalones de bambula ??


BIEN MERECIDA LA GOLPIZA !!