10.10.22

Trescientos setenta y ocho domingos


Vivo, por decirlo de algún modo, en el mismo departamento, desde hace más o menos diez años. No me he movido, en lo geográfico, gran cosa. Quizás sea una metáfora de mi vida en general. Quiero decir, no he participado en una orgía con la selección nigeriana (femenina) de handball, ni he ganado algún premio literario en Madrid. Sacando un par de generalidades, podríamos decir que no he hecho prácticamente nada con mi vida. Y presumo que a partir de ahora las cosas sólo pueden empeorar. Hola, qué tal, vivir con eso.
Todos los domingos bajo a buscar el auto. Lo tengo en un garage a dos cuadras de mi casa. La idea es ir a desayunar a un lugar lindo, un bar desde el que se pueda ver un árbol o chicas que pasan trotando. Quizás caminar un poco.
A media cuadra. Ahí está. Siempre. Un hombre, un vecino, a la vuelta de mi casa. Lavando su auto. El tipo es un resumen de todo lo que yo no hubiera querido ser jamás en la vida. Gordito, con el cabello teñido, petiso, con un ridículo bigote que podría ser tranquilamente de un policía de civil o de un puto serio, vestido con bermudas con demasiados bolsillos a los costados y una desteñida chombita Fred Perry de 1978.
El tipo como dije lava su auto. Le cuelga un cigarrillo de la boca. Se aplica a la tarea, hace un despliegue de instrumentos. Mangueras, pomadas lustradoras, plumeros de tres colores, diversidad de trapos, y así.
Cada domingo, a razón de 54 domingos por año, los últimos siete años ponele, 378 domingos, el tipo lava el auto. Cuando paso lo veo concentrado en sacarle brillo a la tasa de la rueda delantera derecha, o usando una especie de pistola de agua a presión para lavar el motor, o fregando, en cuclillas, las alfombritas de goma. Sobre el cordón de la vereda, con un cepillo.
Es la imbecilidad más pura, es la futilidad hecha canción, es el sinsentido de una vida aplicada con fruición a la nada misma. Debo agregar que a menos de setenta metros hay un lavadero de autos, pero a él parece no importarle. Se aplica a la tarea con paciencia y esmero.
Es un hombre que jamás se atormentó por no poder escribir un relato decente, ni le interesa saber si hay vida después de la muerte. Suele hablar con el portero de su edificio, que le alcanza un trapo o un mate. Hablan de fútbol, del clima también.
Ese hombre lava su automóvil los domingos y con eso es suficiente para sostener una vida. No sé si burlarme o pedirle ayuda.

2 comentarios:

Juan Sebastián Olivieri dijo...

"...Es la imbecilidad más pura, es la futilidad hecha canción, es el sinsentido de una vida aplicada con fruición a la nada misma..."
Esa frase aplica a un porcentaje horrorosamente grande de la humanidad. Esa frase es una bomba atómica para seres humanos. Esa frase es mágica.

J. Hundred dijo...

*juan sebastián olivieri! sí, lo es. saludos.