10.8.22

2%


Cada tanto pasa, es de lo más normal, llevo veinte años trabajando en oficinas. ¿Qué pasa? Ah, sí. Lo que pasa es que alguien se chifla. No, bueno, no enloquece en lo que sería el sentido estricto del término, la manera tradicional. No lo van a ver arrancándose la camisa y pintándose un asterisco con mayonesa Hellmann’s sobre el torso desnudo. La cosa no va por ahí.
Lo que sí sucede es que alguien se da cuenta que no da más. Tiene que ser alguien al que le haya salido, por decirlo de algún modo, por ponerlo en palabras, todo relativamente bien. El tipo ha hecho dinero, tiene un buen pasar con todo lo que eso implica, y entonces un domingo a la mañana tomando un jugo de naranja recién exprimido, o un martes tratando de subir a la autopista en su impecable Audi A4, en medio del tráfico, se da cuenta que no da más.
El tipo se da cuenta que la vida no tiene ningún sentido, que lo único que ha hecho durante veinte o treinta años ha sido correr detrás del dinero, comprar una casa de fin de semana y cambiar el auto y viajar a Venecia y esquiar (no, no en Venecia, se nota que nunca esquiaste, pero fuiste a San Bernardo, también está muy bien).
El tipo se da cuenta que hay un agujero en lo más profundo de su ser, una tristeza centrípeta que lo devora y lo deja confundido, triste, con ganas de llorar. El tipo sabe que no podrá seguir haciendo lo que ha estado haciendo, se ha perdido el para qué de las cosas. No sabe cómo cambiar pero sabe que debe cambiar, le gustaría volver pero no sabe adónde.
También están aquellos que han dedicado toda su vida a una actividad artística, han pintado doce mil quinientas cuarenta y ocho veces una manzana y un jarrón, han escrito sesenta y tres mil doscientos veintidós poemas donde cuentan que alguien, por lo general una mujer, los dejó. Han sacado fotos de un anochecer en la playa hasta reventar los discos duros de dos o tres computadoras, y así podría seguir.
Esos sujetos se dan cuenta que están hartos, hartos de fumar porros de pésima calidad en mugrientas terrazas, hartos de coger con chicas que usan bombachas con elásticos vencidos y han dejado la higiene personal quizás algo olvidada o tienen el flujo vaginal excesivamente fuerte, hartos de fijarse cuánto cuesta el menú ejecutivo antes de animarse a ingresar a un restaurante de barrio. Quieren dinero, dinero en cualquiera de sus manifestaciones. Plata, guita, confort y no mucho más que eso.
Lo único que te puedo decir al respecto es que el 98% de la gente está triste, yo no tengo la culpa, yo no lo inventé. La gente está triste y esa es la verdad.

3 comentarios:

Juan Sebastián Olivieri dijo...

Muy cierto. Saqué la cuenta y me da exactamente el mismo porcentaje. Estamos de acuerdo

Alberto Arenas dijo...

-" han escrito sesenta y tres mil doscientos veintidós poemas donde cuentan que alguien, por lo general una mujer, los dejó"
Uff Hundred, ha tocado usted una fibra muy íntima de mi atribulado ser. Y creo adivinar que entonces, no me falta demasiado para comenzar a transitar el intrincado camino de la chifladura.
Le envío como siempre un gran abrazo, ahora que aún me lo permiten mis facultades mentales.


J. Hundred dijo...

*juan sebastián olivieri! le cuento una intimidad, total esto no lee nadie. cuando escribí el texto se llamaba ‘3%’, y después me di cuenta que era demasiado optimista, se me había ido la mano. es bueno saber de usted, creo. saludos.

*alberto arenas! estimado, quién no ha escrito 63.222 poemas porque alguien, por lo general una mujer, lo dejó. quiero decir, qué sentido tendría hablar con alguien que no lo hubiera hecho. saludos.