24.1.16

Rescate


–Tenemos a Lola.
–¿Eh?
–Tenemos a Lola, forro. Vas a tener que pagar rescate.
–¿Quién habla? –Estaba en la calle, y se escuchaba un zumbido de fondo. Los celulares andan para la mierda, dentro de poco van a largar un modelo que son dos vasos y un piolín. Argentina.
–No te hagás el pelotudo, amiguito –áspera la voz, se oyó la pausa de quien da una pitada a un cigarrillo–. O la cortamos a la piba acá en la casilla y la tiramos al Riachuelo. ¿Te parece?
–No, por favor no –dije.
–Bueno, conseguite treinta lucas –otra pausa, se oyeron ladridos– ¿Por dónde estás?
–Por el centro –dije.
–Bueno, treinta luquitas gringas, papi, o la enfiestamos entre todos los pibes.
–Pará, loco, de dónde saco treinta lucas.
–No sé, gil –Se oyó un portazo, la sirena de una ambulancia–. Conseguí la moneda y andá a los 36 billares. Tenés dos horas, o Lola es boleta.
Me cortaron.
Hice un par de llamadas con quienes me pareció que podían entender el asunto. Después tomé un taxi, fui al departamento, volví con otro taxi, hasta el centro. Entré a los 36 billares, me senté, pedí un café.
Casi las ocho de la noche. Habían armado un pequeño escenario, debía haber un show de tango para los turistas, programado para más tarde. Varias mesas ocupadas, un par de tipos fumando afuera.
Sonó el teléfono. Atendí. Nada, silencio, me cortaron.
Vino un pibe flaquito, teléfono en mano, se sentó en la mesa.
–Sí, dame la plata.
Lo miré. Iba de jeans y una camperita de gimnasia Adidas abierta, con el escudito de la AFA. El pelo cortado como se usa ahora, la nuca toda rapada, a los costados también, y pelo arriba peinado para el costado, las orejas muy salidas. Esas orejitas que sólo he visto en Carlos Monzón y son una antropométrica señal de peligro. Flaco, huesudo, impiadoso, veintidós o veintitrés años, no pasaba de eso.
–¿Y Lola?
–La tiene mi amigo afuera en el auto –estaba impaciente, nervioso, tenía un tatuaje que asomaba por debajo de la remera y debía cubrirle todo el pecho–. Me das la plata, salgo, pin pan pun, la sueltan. Todos contentos.
–No –dije.
–Flaco, ¿sos tonto o qué? –golpeó, con un puño, la mesa–. Si querés que la matemos la matamos. Estuve en cana desde los trece años, es corta la bocha.
–Mirá –dije–. La verdad que no conozco a ninguna Lola.
–¿Qué?
–No sé quién es Lola –terminé mi café–. No tengo esposa, ni novia, ni amigas con ese nombre. Quizás marcaste mal, te debés haber equivocado de teléfono.
–¿Pero vos no sos Hernán?
–No.
–¿Y para qué carajo viniste?
–No sé, la verdad que por lo general no tengo nada para hacer cuando salgo del laburo. Yo escribo cuentos, relato corto, viste. A veces no se me ocurre nada, cero temas, pensé que podía ser interesante conversar con un secuestrador.

2 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Casi que podría ser una historia de Tarantino o alguna película que podría hacerse, si se eliminaran ciertas restricciones de calificación el cine.
Podría ser que la tal Lola fingió su secuestro, para sacarle dinero a alguien a quien sedujo para ser quien pague el falso secuestro. Claro que sus complices podrían no ser astutos y estallar cierta tensión entre complices, que podría resolverse violentamente.

También el protagonista podría responder que por él pueden enfiestarse a Lola, siempre que le traigan el video. O podría pagar el rescate para que le entreguen a esa Lola, que el no conoce.

Interesante relato.

J. Hundred dijo...

*el demiurgo de hurlingham! más que para una película de tarantino yo tengo la impresión, a mí me parece, que mis escritos están para una película de tarantini.